lunes, 24 de diciembre de 2012

Nuestra Fe en el Niño Dios

Muchas veces he comentado que la manifestación más grande de nuestra Fe es la Eucaristía. cuando un hombre culto y moderno se arrodilla delante de un trozo de Pan consagrado (del Cuerpo de Cristo), está admitiendo -directa o indirectamente- la mayor parte de los dogmas de nuestra Fe; y está haciendo un acto de humildad muy importante y despreciando la opinión de tantos incrédulos, que nunc aentenderán coómo se puede adorar a una "cosa".
Pues bien, en este tiempo de Navidad, también se puede manifestar nuestra Fe de forma especial: adorando al Niño Dios.
Porque quien admite que ese Niño indefenso es Dios, también estará admitiendo el resto de los dogmas fundamentales de nuestra religión.
Y si le resulta más fácil querer a un Niño que a un trozo de Pan...; pues empiece por aquí.
Seguro que ese Niño y su Madre, nos acabarán llevando al Señor Redentor y a su Cuerpo.

martes, 18 de diciembre de 2012

Tus pecados te son perdonados

Podríamos decir que esta es la frase favorita de Jesucristo: tus pecados te son perdonados…
Y es que Él vino precisamente a librarnos de nuestros pecados, mucho antes que para restaurar un orden social o curar nuestras enfermedades del cuerpo. De hecho, en muchas ocasiones en las que se le acercaban enfermos, Cristo empezaba por perdonarles los pecados, aunque era manifiesto que los interesados pretendían su curación física antes que la espiritual. Pero es que Jesús primero nos da lo que considera más importante para nosotros y lo que sólo Él puede darnos. Y en aquellas ocasiones en que comienza por curar la enfermedad, suele terminar con el repetido: vete y no peques más
La enfermedad del cuerpo no es lo peor, sino la enfermedad del alma. Muchas organizaciones caritativas cristianas parecen haber olvidado esto y se conforman con curar el cuerpo…

domingo, 16 de diciembre de 2012

Fe, esperanza y caridad.

Todo el mensaje evangélico se puede resumir en estas tres virtudes: Fe, Esperanza y Caridad. Cristo vino a predicarnos a la Tierra para que tuviésemos Fe en que Él es el Hijo de Dios encarnado para redimirnos; para que tuviésemos Esperanza en el Reino de Dios y su venida definitiva; y para que tuviésemos Caridad con el prójimo.
Veinte siglos después, sigue pidiéndonos lo mismo: Fe, Esperanza y Caridad; aunque hayan cambiado las circunstancias y, por tanto, la manera concreta de vivier estas tres virtudes teologales:
 
La Fe se nos exige en aquello que es más representativo de Jesucristo: Fe en la Eucaristía. Porque creer en la presencia real de Cristo en el sagrario es creer en la práctica totalidad del mensaje evangélico. Creer en la Eucaristía presupone la creencia en el Hijo de Dios encarnado, en que murió por redimirnos y en que después resucitó. Y si creemos en que es verdad aquello de que debemos comer su carne y beber su sangre, ¿cómo no creer en el resto de sus mensajes? Por el contrario: si creemos que nos engañó en algo tan importante, que cuando instituyó la Eucaristía simplemente estaba haciendo una alegoría, ¿cómo creer en el resto de sus afirmaciones?; ¿cómo creeer en aquello de que los pobres, los que lloran, los que sufren persecución son los bienaventurados? Estoy convencido que la Fe en la Eucaristía debe ser el centro de todo el Cristianismo actual; y porque no le es en la práctica, en Occidente el Cristianismo, como la Fe en la Eucaristía, está en manifiesto retroceso.
La Esperanza se nos exige con respecto a su mensaje: debemos esperar que el plan de Dios para la Humanidad y para cada hombre es el mejor de los posibles. Si ponemos nuestra esperanza en el progreso humano -en la Ciencia- muy pronto nos veremos defraudados, ya que sin contar con Dios los avances humanos se suelen volver contra el hombre.
La Caridad se nos sigue exigiendo, igual que hace veinte siglos, hacia el más necesitado, el más débil, el enfermo, el marginado… Pero la Humanidad sigue considerando un derecho la eliminación de los débiles (el niño en gestación, el anciano, el deficiente…), precisamente para poder evitar ese ejercicio de la caridad que nos sería exigible hacia ellos.
La Fe, la Esperanza y la Caridad son virtudes teologales, trascedentes; pero también pueden ser muy humanas, muy de cada día...

sábado, 15 de diciembre de 2012

21 del 12 de 2012

Por no sé qué profecía maya, dicen que el mundo se acabará en esta fecha tan cercana (por cierto, antes se especuló con que se acabaría el 12-12-12, día de Nuestra Señora de Guadalupe); pero ya se ve que se equivocaron).
Pero, ¿qué es el fin del mundo?
Si se refieren a un tremendo cataclismo que extermine toda la vida (al menos la humana) sobre la faz de la Tierra, entonces el fin del mundo es una noticia realmente desoladora, porque el universo se quedaría sin quien pudiera conocerlo y disfrutarlo: ¿de qué sirve tanta maravilla si nadie la va a reconocer?
Pero si por el fin del mundo se entiende el fin de la Historia como venimos conociéndola; si el fin del mundo es el cumplimiento de la profecía cristiana de que será directamente Cristo quien tome las riendas de la Historia; entonces se trata de la mejor noticia que nos pudiesen dar. Y es una buena noticia a pesar de que todos tendremos que afrontar nuestros errores y nuestros pecados; pero la alegría de ver a Dios será muy superior a la pena por haberle dado tanto tiempo la espalda. Y sería una muy buena noticia a pesar de que dicha venida de Cristo estuviese acompañada de signos portentosos que nos hiciesen temblar de miedo, porque el hombre siempre tiene miedo a lo desconocido.
Todos los dolores de este parto merecerían la pena, porque en adelante la Historia estaría gobernada por su Dueño y Señor; y toda la creación respondería perfectamente a los fines para los que fue creada. Imagino que ante esta perspectiva hasta los más rebeldes se someterían a su Creador y Salvador…; aunque no es de descartar que un nuevo Lucifer o algún que otro Judas sigan rechazando la Bondad infinita: y es que la soberbia es el auténtico pecado imperdonable.
Espero con impaciencia el próximo día 21…; y si entonces no viene el Salvador, tendré que conformarme con la alegría del aniversario de su primera venida… la Natividad el próximo día 25; que esto sí es seguro.

jueves, 13 de diciembre de 2012

El primer twitter del Papa

El Papa Benedicto XVI publicó ayer -festividad de Nuestra Señora de Guadalupe- su primer mensaje en twitter:

 “Dialoga con Jesús en la oración, escucha a Jesús que te habla en el Evangelio, encuentra a Jesús, presente en el necesitado”.

Es un resumen buenísimo de todo el Evangelio, realmente ya no necesitaría añadir nada más.

Y resulta curioso que haya comenzado sus mensajes el día del aniversario de la aparición de la Virgen de Guadalupe al indio Juan Diego, ya que ese "mensaje" celestial marcó el comienzo de la conversión de los pueblos americanos al Cristianismo...

Esperemos que el mensaje del Papa también suponga el comienzo de la reconversión de occidente al Cristianismo.

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.


Esta es la única condición para ver el rostro de Dios: mirar con el corazón limpio.
Por eso en un mundo absolutamente materializado, en el que se ve a los demás como objeto de nuestra sensualidad u objetivo de nuestra codicia; en el que todas las cosas creadas por Dios, en vez de revelárnoslo, nos reflejan únicamente nuestros propios defectos: ambición, codicia, soberbia, lujuria; en un mundo así es imposible ver a Dios.

Pero si viésemos a los hermanos como objeto de nuestra caridad y los bienes materiales como instrumentos para ejercerla, el rostro divino estaría habitualmente desvelado y no nos costaría nada reconocerle.

lunes, 10 de diciembre de 2012

El rostro de Dios

En el Antiguo Testamento se creía que ver el rostro de Dios provocaba la muerte del que le viese. Algunos oyeron la voz de Dios; y Moisés le vio como zarza ardiendo, pero a su paso tuvo que volver la cara.
En el Nuevo Testamento es muy distinto; realmente es todo lo contrario: el rostro de Dios nos ha sido mostrado a todos los hombres. Y ver ese rostro, en vez de ocasionar nuestra muerte, puede lograr nuestra salvación. Esto es posible porque Dios ha querido tener un rostro auténticamente humano, nacido de mujer. Con su encarnación no solo nos ha redimido, sino que además nos ha proporcionado un rostro en el que ver a Dios.
Se dice que tuvieron mucha suerte los que compartieron los días de Jesucristo y pudieron ver con sus propios ojos el rostro de Cristo, de Dios. Pero la realidad es que desde entonces todos podemos compartir ese privilegio: todo el que tenga Fe podrá ver el rostro de Dios. ¿Cómo podemos verle?
Pues cada vez que miramos con amor a alguien, vemos el rostro de Cristo. La beata Teresa de Calcuta lo sabía muy bien y lo puso en práctica. Y cada vez que nos dejamos amar por alguien, también podemos ver en quien nos ama el rostro de Cristo. Y si damos un vaso de agua al hermano, su rostro se vuelve divino.
Y todos los rostros serían divinos si, además de la caridad, practicásemos también la justicia; si se sustituyese el egoísmo por la fraternidad, la ambición por la generosidad, la revancha por el perdón...
Si no vemos a Dios es por nuestra terquedad: basta con mirar con el corazón limpio para verle muy de cerca.

sábado, 8 de diciembre de 2012

¿Es tan difícil creer?

Ahora que estamos esperando la llegada del Niño Dios, resulta especialmente adecuado este diálogo que circula por la red y que pone de manifiesto lo difícil que es mantener la Fe cuando a uno le falta esa chispa de imaginación que sólo Dios puede poner en nuestra mente y nuestro corazón:

En el vientre de una mujer embarazada se encontraban dos bebes. Uno pregunta al otro:
-¿Tu crees en la vida después del parto?.
-Claro que si. Algo debe existir después del parto. Tal vez estemos aquí porque necesitamos prepararnos para lo que seremos mas tarde.
-¡ Tonterías! No hay vida después del parto. ¿Cómo sería esa vida?.
-No lo se pero seguramente…habrá mas luz que aquí. Tal vez caminemos con nuestros propios pies y nos alimentemos por la boca.
-¡Eso es absurdo! Caminar es imposible. ¿Y cómo comer por la boca? ¡Eso es ridículo! El cordón umbilical es por donde nos alimentamos. Yo te digo una cosa: la vida despues del parto esta excluida. El cordón umbilical es demasiado corto.
-Pues yo creo que debe haber algo. . Y tal vez sea sólo un poco distínto a lo que estamos acostumbrados a tener aquí.
-Pero nadie ha vuelto nunca del mas allá, después del parto. El parto es el final de la vida. Y a fin de cuentas, la vida no es más que una angustiosa existencia en la oscuridad que no lleva a nada.
-Bueno, yo no se exactamente cómo será después del parto pero seguro que veremos a mamá y ella nos cuidará.
-¿Mamá? ¿tú crees en mamá? ¿ Y donde crees tu que está ella?.
-¿Dónde? ¡En todo nuestro alrededor! En ella y a través de ella es como vivimos. Sin ella todo este mundo no existiría.
-¡ Pués yo no me lo creo! Nunca he visto a mamá, por lo tanto es lógico que no exista.
-Bueno, pero a veces, cuando estamos en silencio, tu puedes oírla cantando o sentir como acaricia nuestro mundo. ¿Sabes?...yo pienso que hay una vida real que nos espera y que ahora solamente estamos preparándonos para ella….

¡Qué difícil es entender la Fe desde fuera de la Fe!

domingo, 25 de noviembre de 2012

Cristo, Rey del universo.

Hoy celebramos la solemnidad de Cristo Rey del universo todos aquellos que pensamos que un día Él vendrá con gloria a juzgar a vivos y muertos e instaurará definitivamente su reino.
Por supuesto, no será un reino parecido a los que conocemos, que se basan en estructuras de poder más o menos democráticas. El reino de Dios en la tierra será un reino de justicia, paz y amor. “
Entonces, tú eres rey”, le preguntó Pilatos. “Tú lo dices, Soy Rey; pero mi reino no es de este mundo…”; y poco después murió en una Cruz. Pues cuando Él vuelva con gloria, no gobernará su reino desde un trono, sino desde esa Cruz; porque su reino es distinto y se rige mejor desde la Cruz que desde el trono.

Es reino de Justicia, pero no esa justicia que imparten los soberanos desde sus tronos, mediante la cual absuelven a los inocentes y condenan a los que se declaran culpables. En el reino de Dios se absuelve al que reconoce su culpa; y se permite que el inocente se ofrezca a cumplir la pena del culpable. Por esto, desde la Cruz se imparte mejor este tipo de Justicia divina.
Reino de Paz, esa paz que san Agustín definía como “la tranquilidad en el orden”; ¿y hay mayor Paz que entregar la vida en cumplimiento de la propia misión?; ¿hay mayor Paz que estar agonizando colgado de una Cruz y perdonar a los ejecutores?; ¿hay mayor Paz que conservar la mirada de amor, cuando se está cargando con todos los pecados de los hombres?
Reino de Amor, porque el Rey es sólo eso: Amor. Un Reino en el que cada uno busca el bien para los demás, en el que se da todo sin esperar nada a cambio, en el que cada cual prefiere al otro antes que a uno mismo.

Pues a pesar de todo esto, Cristo ya nos advirtió de que muchos dirían: “no queremos que ese reine sobre nosotros…”

¿Y quién mejor?

viernes, 16 de noviembre de 2012

Año de la Fe... en la Eucaristía.

Estamos en el año de la Fe: fe en Dios Padre creador, en Dios Hijo redentor y en Dios Espíritu Santo; fe en la encarnación, en la resurrección, en la segunda venida de Jesucristo, en la Iglesia y la comunión de los santos, en el perdón de los pecados y en la vida eterna. Estas son las verdades que se recogen en nuestro Credo. Esto es lo que principalmente tenemos que creer y que transmitir.

Pero todo eso podríamos creerlo sin que apenas se notase en nuestras vidas (“también los demonios creen y se estremecen”, Sant. 2, 19); si queremos una fe que de verdad nos compromete, que nos acerca al Señor, que nos permite dar y recibir amor, entonces debemos fomentar la fe en la Eucaristía.
No hay nada que más claramente distinga a un católico que un profundo amor a la Eucaristía, en donde podemos incluso tocar a Dios. Pero como dijo en recientemente nombrado doctor de la Iglesia San Juan de Ávila: “trátale bien, que es Hijo de buena Madre”.
Si tuviésemos auténtica fe en la Eucaristía, no podríamos ignorar –incluso despreciar- al Señor de la forma en que se le trata habitualmente.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Queremos suplantar a Dios

No es sólo que hayamos vuelto la espalda a Dios, sino que incluso nos enfrentamos arrogantemente a Él y nos empeñamos en destruir su creación, en destruir la naturaleza humana. Pretendemos suplantar a Dios tratando de convertir nuestra voluntad en la única guía de nuestra conducta, en ser dueños de nuestro destino y de nuestra propia naturaleza. Pero hemos acabado convirtiéndonos en colaboradores activos del maligno y hemos terminado enredándonos en sus redes. Los que pretendían ser dioses han acabado siendo siervos del más desgraciado de los seres.

 ¿Hasta cuándo consentirá Dios esto? ¿Se enfadará y nos mandará su castigo?, o simplemente esperará a que las consecuencias lógicas  de tantos desmanes se vuelvan contra la Humanidad y nos obliguen a rectificar dolorosamente el rumbo.
Cualquiera de ambas posibilidades sería justa: nos lo hemos merecido sobradamente. Pero lo que no acabo de comprender es por qué las consecuencias de la soberbia humana caen frecuentemente en primer lugar sobre los menos culpables [nadie es inocente ante Dios]. ¿Será que Dios utiliza ese sufrimiento “injusto” como ofrenda para acortar los padecimientos de los demás? Tampoco podremos reprochárselo, ya que es lo que le pidió a su propio Hijo. ¿Es, entonces, el sufrimiento humano una forma de corredención?

Es la única explicación que se le ocurre a mi pobre mente. Pero para que el sufrimiento fuese provechoso, deberíamos aceptarlo y ofrecerlo… ¡Y qué difícil es cuando no se siente cercano el amor de Dios!

martes, 13 de noviembre de 2012

¿Pedir cuentas a Dios?


Me dice un amigo que no entiende tantas desgracias como ocurren actualmente, en especial las relacionadas con la violencia de género. También son habituales las catástrofes como ciclones, terremotos, tsunamis, etc. Dice que no pretende conocer el plan de Dios y que imagina que todo esto tendrá algún significado dentro de ese plan.
No coincido plenamente con él. Quizá muchas de estas cosas están muy al margen del plan de Dios; y por supuesto, todas se derivan del pecado humano. Los efectos desastrosos de muchas de las catástrofes naturales son debidos al hacinamiento humano provocado generalmente por la avaricia de los especuladores inmobiliarios, capaces de urbanizar las mismas costas y hasta los cauces secos de los ríos. Y esos crímenes por celos o peleas matrimoniales, pueden tener mucho que ver con la trivialización social del matrimonio, el rechazo de la fidelidad [recientemente se han podido ver en España anuncios que promocionaban el adulterio… ¡pagando, claro!], el desprecio de la vida humana en sus comienzos o finales, la manipulación genética antinatural [se ha cruzado material genético humano con el de animales, para “ver qué pasaba”] y tantos otros atentados contra la naturaleza humana [por motivos supuestamente ecológicos se están utilizando como combustible los cultivos que deberían servir para la alimentación humana, provocando la escalada de su precio y la hambruna de millones de personas inocentes]. Y lo peor no son los hechos en sí –que son graves- sino la aceptación social de todo esto con total naturalidad.
¿Cómo, después de provocar –o aceptar pasivamente- todo esto, nos atrevemos a pedir cuentas a Dios? ¿Cómo vamos a exigirle que evite las consecuencias de lo que nosotros mismos fomentamos?

domingo, 11 de noviembre de 2012

¿Está el Cristianismo en peligro de supervivencia? (2)

Continúo con la entrada anterior.
Más recientemente, diversos movimientos sociales creyeron haber enterrado el Cristianismo porque eran ellos los que habían encontrado el supuesto paraíso material del hombre. La Revolución Francesa entronizó a la Diosa Razón (curiosamente representada por una prostituta); y esa razón les llevó a la época del terror, que dinamitó su lema de Libertad, Igualdad y Fraternidad con la ejecución de todo ciudadano que se opusiese al supuesto paraíso material, empezando por los propios promotores de la Revolución, que fueron guillotinados por sus seguidores.

Años después, era el comunismo ateo el que descubría e paraíso del proletariado, y renegaba de toda religión, consiguiendo, por la fuerza, extinguirla en sus territorios. Pero pronto se vio que ese paraíso sólo lo era para los jefes comunistas y que para los demás era un infierno… Y el comunismo se colapsó sobre sí mismo y el cristianismo renació allí donde se le suponía extinguido.
Otras también han intentado sustituir la religión por su ideología; pero sin Dios, toda ideología, por muy bien intencionada que nazca, acaba corrompiéndose y convirtiéndose en lo contrario de lo que pretendía. El Nazismo, que sustituía el culto a Dios por el culto a la raza y pretendía el engrandecimiento de la propia patria, acabó siendo el mayor enemigo del hombre y el destructor de la nación a la que pretendía servir. Y estas ideologías pasaron… y el Cristianismo resurgió y fue el motor de la reconciliación europea y la construcción de la unidad.

Y el posmodernismo nos trae la cultura del hedonismo, la centralidad del hombre y su voluntad como único sentido de la vida humana, la cultura de la muerte que impone el control de natalidad y la eliminación de los hijos no deseados, como meros subproductos de la liberación sexual (con total desfachatez, se encubre el homicidio como salud reproductiva). Pero esta sociedad occidental pagada de sí misma está abocada a la desaparición, por su propio envejecimiento y su incapacidad de esfuerzo en actividades realmente productivas. La economía financiera y la especulación, fomentadas por la cultura del enriquecimiento rápido, han producido un esquema económico inviable y dependiente de culturas menos fuertes pero integradas por personas más fuertes; y en las que el Cristianismo avanza en la misma medida en que retrocede en Occidente.
Y es que cuando algo es de Dios, es vano tratar de combatirlo…

viernes, 9 de noviembre de 2012

¿Está el Cristianismo en peligro de extinción?

Por supuesto, esta es una pregunta que sólo se hacen los no cristianos, incluso los no creyentes. Aquellos que piensan que nuestra religión es un invento humano –sí, con aportaciones fundamentales a la cultura occidental, pero meramente humano- han pensado reiteradas veces a lo largo de la Historia que el Cristianismo como tal estaba llegando a su fin.

Los primeros fueron los emperadores romanos, que pretendieron acabar con el Cristianismo por el sencillo método de acabar con todos los cristianos: pero lo único que consiguieron fue esparcirlo por los cuatro costados del Imperio. Los mártires de las persecuciones fueron las mejores semillas para su fructificación.
Después, cuando el Cristianismo fue reconocido oficialmente, se pensó que llegaba a su fin debido al adocenamiento y corrupción de sus costumbres; o por las divisiones internas que producían las constantes herejías y escisiones que hubo. Pero el Cristianismo superó todo eso y siguió perviviendo a través de los siglos, aunque, por desgracia, nos encontremos divididos en tres grandes grupos: católicos, ortodoxos y protestantes; divisiones debidas al propio egoísmo y soberbia de los cristianos. Pero todos seguimos predicando al mismo Cristo, Hijo de Dios encarnado, que vino a redimirnos con su Pasión y muerte.

Y si ni siquiera los cristianos hemos sido capaces de acabar con el Cristianismo, es señal certera de que esta obra es de Dios.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

¿Cómo serían los cristianos auténticos?

¿Cómo sería un hombre que auténticamente hubiese abrazado el Cristianismo con todas sus consecuencias?
Pues no necesitamos imaginarnos una especie de marciano, nos basta con repasar las vidas de los que ya han sido declarados santos. Y si las repasamos de verdad, descubriremos que sus señas de identidad no son asombrosas ni extraordinarias, sino simplemente muy humanas.
El ser humano que mejor se configuró con Cristo no hizo nada, absolutamente nada, fuera de lo rutinario, a pesar de que sí le ocurrieron cosas extraordinariamente excepcionales: la Virgen María, a pesar de ser Madre de Dios, vivió una vida absolutamente normal e incluso vivió con naturalidad el hecho de perder a su Hijo de una de las maneras más trágicas que puedan concebirse.
Y las vidas de los demás santos no son muy diferentes, a pesar de que sí que hicieron cosas extraordinarias que dejaron recuerdo; en caso contrario, nadie se hubiese molestado en iniciar su proceso de canonización. Pero hay muchos santos anónimos, no reconocidos oficialmente, que comparten las mismas características de los grandes santos. Según Clive Staples Lewis, son las siguientes:
No llaman la atención sobre sí mismos.
  • Nos dan la sensación de que estamos siendo amables con ellos, cuando la realidad es que son ellos los que están siendo amables con nosotros.
  • Nos aman más de lo que nos aman las demás personas, pero nos necesitan menos.
  • Dan la sensación de que disponen de todo el tiempo del mundo, a pesar de la gran cantidad de actividad que desarrollan.
  • Son todos distintos, porque cada uno tiene su carisma propio. Y esto es porque seguir el plan de Dios nos individualiza mucho más que seguir nuestra propia voluntad, que, en definitiva, suele ser muy parecida a la de todos los demás mortales: simples instintos y tendencias genéticas.
Y es que esa transformación extraordinaria que nos configura con Cristo no lleva aparejada ninguna manifestación extraordinaria. Es otra de las paradojas del Cristianismo.

lunes, 5 de noviembre de 2012

La determinación fundamental

También he oído llamar la opción fundamental a esta transformación que cambia radicalmente nuestra vida, con independencia de que sigamos arrastrando nuestros defectos cotidianos. Por supuesto es un acto totalmente voluntario, que se nos suscita por acción de la gracia de Dios y que sólo podremos llevar adelante con ayuda de esa misma gracia de Dios. Realmente nuestro único mérito –si se le puede llamar así- es la decisión voluntaria de cambiar de actitud. Y a Dios le basta con esto para recibirnos y darnos tanta gracia como necesitemos para perseverar en esa opción fundamental.

Hay personas que se desaniman en los primeros momentos, porque ven lo lejos que está la perfección de sus posibilidades. Es un grave error. Por supuesto que la perfección está muy lejos de nuestras posibilidades: infinitamente lejos; pero Dios lo que pretende es nuestra decisión voluntaria, el resto lo hará Él cuando y como quiera.  Lo único que nos debe preocupar es permanecer en el camino correcto, la velocidad de avance es algo que sólo a Dios compete; y si Dios nos quiere lentos, pues iremos lentos; y si nos quiere rápidos, pues trataremos de ir rápido…
Permanecer en el camino, permanecer en Dios es lo que importa…

sábado, 3 de noviembre de 2012

La muerte para los no creyentes

Sigo con mis reflexiones de la entrada anterior.
Los no creyentes, también tienen miedo a la muerte; y en muchos casos más que los creyentes. De hecho, cuanto más secularizada está una sociedad, menos se puede hablar de la muerte en público.
Volvemos a dejar aparte el comprensible miedo al color o al sufrimiento de los seres queridos. Pero además de éstos, los no creyentes también tienen miedo a la muerte en sí misma, y esto ya no es comprensible. Para alguien que no cree en la vida eterna, la muerte es un punto final del que no debería preocuparse, ya que ningún bien o mal puede depararle. Pero no es así, el miedo a ese punto final persiste irracionalmente. No creo que sea una mera cuestión de instinto, que lógicamente aflora en situaciones de peligro, ya que el miedo persiste cuando el tema se suscita en momentos en los que no existe peligro alguno.
¿Por qué coinciden en esto los creyentes y los no creyentes?
Pienso que, en ambos casos, el miedo no es al trance, ni a lo que se deja, sino a lo que se debe afrontar al llegar al más allá. Por supuesto, los creyentes saben que deberán afrontarlo –y deberían prepararse para ello, manteniendo una vida lo más cerca de Dios posible-; pero creo que los no creyentes tienen una duda tan intensa sobre la posibilidad de tener que afronta la presencia de un Dios que les ha creado y mimando en esta vida y a quién ellos ni siquiera han reconocido, que esa mera duda ya les produce terror. Y además, en su caso es más difícil refugiarse en la misericordia de un Dios en el que no creen.
Todo esto me reafirma en mi creencia de que tanto la vida como la muerte son más fáciles para el creyente.  

viernes, 2 de noviembre de 2012

El miedo a la muerte

Hoy, tras la fiesta de todos los santos de ayer, es el día de todos los difuntos. Es decir, de aquellos que ya dejaron este mundo y todavía no están en el Cielo; porque si ya estuviesen, serían santos, declarados o no. Y este es un día que nos recuerda la muerte, ese trance por el que todos hemos de pasar; y del que prácticamente no se puede hablar porque produce cierto terror en toda la cultura occidental.
¿Qué supone la muerte para los creyentes? Pues para un cristiano, la muerte es el trance mediante el cual se separan temporalmente alma y cuerpo: el cuerpo se pudre aquí en la tierra y el alma se enfrenta a su juicio particular. ¿Por qué habría de darnos tanto miedo este trance a los que esperamos una vida mejor? Por supuesto, existe un miedo fundado a que el trance sea doloroso o traumático; y esto es comprensible. También sería comprensible estar preocupado por lo que les ocurrirá a nuestros seres queridos, si dependen de nosotros para solventar sus necesidades fundamentales. Pero yo observo que el miedo a la muerte persiste aún cuando no se prevean ni dificultades para los deudos ni un trance doloroso. Y llego a la conclusión de que si se esperase llegar a la presencia de Dios y gozar infinitamente de su gloria, el miedo no estaría en absoluto justificado; luego la mayoría de los creyentes tiene miedo a enfrentarse a un juicio del que no saldrán demasiado bien parados. Y esto también es muy comprensible, porque todos tenemos suficientes pecados como para que nos pese –y mucho- verlos todos juntos el día del Juicio.
Quizá, si tuviésemos tan presente la misericordia de Dios como nuestros pecados, el miedo disminuiría mucho; y, sobre todo, debemos tener la firme esperanza de que Dios no dejará condenarse a nadie que realmente quiera unirse a Él, por mucha que sea su debilidad. Eso sí, contemplar la bondad de Dios y nuestra mísera condición y recordar las veces que le hemos dado la espalda, nos puede hacer pasar por un mal trago en el purgatorio; pero siempre tendremos la certeza de que es algo temporal y que nos espera toda una eternidad de felicidad junto a Dios.

jueves, 1 de noviembre de 2012

La determinación fundamental

También he oído llamar la opción fundamental a esta transformación que cambia radicalmente nuestra vida, con independencia de que sigamos arrastrando nuestros defectos cotidianos. Por supuesto es un acto totalmente voluntario, que se nos suscita por acción de la gracia de Dios y que sólo podremos llevar adelante con ayuda de esa misma gracia de Dios. Realmente nuestro único mérito –si se le puede llamar así- es la decisión voluntaria de cambiar de actitud. Y a Dios le basta con esto para recibirnos y darnos tanta gracia como necesitemos para perseverar en esa opción fundamental.

Hay personas que se desaniman en los primeros momentos, porque ven lo lejos que está la perfección de sus posibilidades. Es un grave error. Por supuesto que la perfección está muy lejos de nuestras posibilidades: infinitamente lejos; pero Dios lo que pretende es nuestra decisión voluntaria, el resto lo hará Él cuando y como quiera.  Lo único que nos debe preocupar es permanecer en el camino correcto, la velocidad de avance es algo que sólo a Dios compete; y si Dios nos quiere lentos, pues iremos lentos; y si nos quiere rápidos, pues trataremos de ir rápido…
Permanecer en el camino, permanecer en Dios es lo que importa…

sábado, 27 de octubre de 2012

El paso definitivo

La conversión al Cristianismo no consiste en un mejoramiento de nuestra actitud, sino en un cambio radical de la misma. Por esto, puede ocurrir que una persona que ha decidido firmemente dar este paso, continúe con sus defectos anteriores hasta que poco a poco los vaya superando. No se trataría de un fracaso de su decisión, sino consecuencia lógica de que una cosa es la determinación del hombre y otra sus posibilidades de llevarla a cabo. Por esto, deberíamos abstenernos de juzgar a los demás. Quizá haya personas buenas, que tratan por todos los medios de servir a Dios y a los demás; pero cuyas pasiones les siguen arrastrando a los mismos errores que pretenden superar. Y puede haber personas perversas cuyo único dios es su propio provecho, que respetan a los demás como una estrategia para no ser molestados ellos mismos. Dios juzgará al final a unos y a otros; lo único que debe importarnos es en qué grupo nos encontramos nosotros y qué vamos a hacer por mejorar nosotros mismos.
Pero lo que quiero decir es que la decisión de seguir el camino a la perfección cristiana –la santidad- no es una evolución paulatina mediante la que vamos mejorando, sino una transformación esencial: pasamos de ser el centro de nuestra propia vida a ser parte de la vida de Dios y, en consecuencia, de la vida de los demás. Se trata de pasar de amarnos a amar. Y la definición de amar es suficientemente clarificadora a este respecto: Amar es buscar como único bien propio el bien ajeno.
No es un proceso paulatino, es una determinación fundamental que cambia nuestra vida…; y merece la pena.

jueves, 25 de octubre de 2012

¿Buenas personas?

El Cristianismo no es un camino para llevarnos a ser “buenas personas”; el Cristianismo pretende hacernos perfectos, aunque nunca lo logremos en esta vida. Ya comenté en una entrada antigua [el jardín del alma] que nuestra vida espiritual se parece a un jardín: no basta con que no haya cardos, sino que debe tener flores hermosas y olorosas. Por lo mismo, no basta con que el cristiano se limite a no “hacer mal a nadie”, sino que es necesario que haga el bien, mucho y a muchos. Y creo que es esta falta de obras buenas, positivas, lo que hace sospechar del cristianismo a lo que nos ven desde afuera.
En este sentido, tan lejos está de la perfección el que se limita (quizá como postura vital más cómoda) a “ser buena persona” que el que no tiene escrúpulos para aprovecharse de los demás: ninguno de los dos colabora al bien. Por supuesto, desde un punto de vista simplemente ciudadano, siempre es mejor no hacer mal a los demás; pero esta postura cómo da a veces nos lleva a consentir injusticias que deberíamos tratar de evitar; y en estos casos, nuestra omisión se parece mucho a la acción mala de los demás.
Y desde el punto de vista espiritual, todo hombre alejado de Dios y anclado en una postura egoísta con respecto a los demás, está muy lejos de su perfección como ser humano.
Lo que Cristo pretendió con su encarnación y su mensaje fue transformar al hombre en una criatura nueva, incardinarla en Dios; y esta transformación puede ser más fácil y profunda en los que llevan una “mala vida”, que en los que nos conformamos con “no hacer mal a nadie”. El Evangelio está lleno de ejemplos del empecinamiento de los buenos y el arrepentimiento de los malos.

domingo, 21 de octubre de 2012

Sed perfectos...

El objetivo del cristianismo es ser perfectos, como nuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5, 48). No podía ser de otra forma, si tenemos que configurarnos con Cristo, que volver a Dios –que es perfecto-, nuestro objetivo debe ser esa perfección. Por supuesto, ya hemos dicho que Dios sabe que para nosotros esa perfección es totalmente imposible, incluso con su constante ayuda de la gracia; porque la gracia tiene un límite: no puede violentar nuestra libertad.
Pero este conocimiento de que la perfección es imposible no evita que nuestro camino deba estar a ella dirigido; y este es el camino por el que Cristo querrá llevarnos si nos ponemos en sus manos. Lo diré más claro: no es posible vivir el cristianismo de forma mediocre. Podemos caer un montón de veces y volver a levantarnos (para esto instituyó Cristo el sacramente de la confesión) y seguir siendo cristianos, incluso buenos cristianos; pero lo que no podremos es pactar con el pecado, vivir en la mediocridad, pretender un objetivo menor que la perfección, porque entonces Dios dejará de acompañarnos: a los tibios los vomitaré de mi boca… (Apocalipsis 3, 16).
Esto lo debemos tener en cuenta cuando iniciemos nuestro camino hacia Dios: quien pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás no es digno del Reino…(Lc 9, 62). Para que el camino merezca la pena, para vivirlo con gozo, para que el coger la cruz de cada día (Lc 17, 33) se vuelva un yugo suave y una carga ligera (Mt 11, 30) tenemos que entregarnos del todo, dejar hacer a Dios para que nos conforme consigo mismo, con Cristo.

Porque resistirse a la gracia sería mucho peor que no haberla recibido.

jueves, 18 de octubre de 2012

La dificultad del Cristianismo (2)

Y la mayor dificultad del Cristianismo se presenta cuando nos empeñamos en hacer el centro de nuestra vida esas prácticas piadosas y esas normas morales, olvidándonos de cuál es el objetivo de todo eso: amar a Dios y al prójimo. Y se convierte en catástrofe cuando además tratamos de imponer este criterio a los demás.
C. S. Lewis nos lo explica muy bien en su libro “mero Cristianismo”:
Os convertiréis en una de esas personas de las que se dice “viven para los demás”, pero que siempre están insatisfechos y gruñendo, preguntándose por qué los demás no prestan atención a sus esfuerzos y haciéndose los mártires. Y cuando os hayáis convertido en eso, seréis un incordio mucho mayor para la gente que tiene que convivir con vosotros que si hubierais sido siendo francamente egoístas.
Por esto, cuando Cristo dice “coge tu cruz cada día y sígueme”, se refiere a que renunciemos a nuestros planes y sigamos su mensaje, le acompañemos por el camino; y entonces comprobamos que “su yugo es suave y su carga ligera”; porque con Él todo es posible.
No, lo difícil no es ser cristiano, lo dificilísimo es tratar de compaginar el mensaje evangélico con nuestros propios planes…

miércoles, 17 de octubre de 2012

La dificultad del cristianismo

El Cristianismo es un camino difícil si nos empeñamos en adaptarlo a nuestra propia vida, en vez de adaptar nuestra vida al mensaje evangélico. Me explicaré.
Algunos actúan como si el Cristianismo fuera un cúmulo de prácticas piadosas y normas morales que, una vez cumplidas, nos permiten seguir con nuestra propia vida, con nuestros planes. Todo lo contrario. El Cristianismo es precisamente el camino de vida que nos permitirá realizar el plan más maravilloso que podíamos concebir; y éste es precisamente el que Dios tiene previsto para nosotros.
Si nos empeñamos en iniciar ese camino para desviarnos en cuanto hayamos recorrido unos pocos metros, entonces nos encontraremos con que es una senda tortuosa que nos obliga a dar vueltas y más vueltas; y en la que tropezaremos muy a menudo.
Si nos decidimos por el plan de Dios para nuestra vida y lo seguimos lo mejor posible, renunciando a nuestros planes mediocres, entonces nos encontraremos con una senda llana y libre de obstáculos; y contaremos además con la ayuda de Dios, en esta senda d ela felicidad.
Y la mejor manera de recorrer ese camino –yo diría que la única posible- es siendo acompañado por Cristo muy de cerca: por que el objetivo de todo lo demás –prácticas piadosas y normas morales- no es más que permanecer muy cerca de Cristo.

martes, 16 de octubre de 2012

La Humanidad

La propia Humanidad constituye un ejemplo de cómo el Cristianismo es capaz de conjugar los dos extremos.
Efectivamente, el Cristianismo afirma que cada hombre es infinitamente valioso en sí mismo y tiene una dignidad infinita como hijo que es de Dios. Y, por tanto, respeta al máximo la libertad de su conciencia y la posibilidad de seguir el camino evangélico a su manera. Son incontables los carismas que existen en el cristianismo. Entre los católicos son innumerables las Órdenes Religiosas, Institutos Seculares, iniciativas apostólicas y movimientos espirituales; y algo similar acurre con los protestantes o los ortodoxos…

Sin embargo, también consideramos que la Humanidad entera constituye como un solo cuerpo, del que cada uno somos uno de sus miembros. Y como ocurre en cualquier cuerpo, lo que le suceda a un miembro repercute en el resto del organismo. Por esto, los cristianos, sin menoscabar el hecho de que el amor a Dios y el camino para encontrarle debe ser algo personal, nos exigimos el cooperar al bien de ese organismo y de cada uno de los demás miembros.
Y es que lo que hagamos a cada uno de esos pequeños, a Cristo se lo hacemos (cfr. Mt. 25, 40).

lunes, 15 de octubre de 2012

El Creador, encarnado.

Pero el Cristianismo es mucho más grande y profundo que el símil de Pinocho. Porque para ayudarnos a dar el salto a la vida espiritual, nuestro Geppeto se hace juguete y asume todas las limitaciones que eso conlleva. Y lo hace para poder guiarnos por el camino contrario. Dios se hizo Hombre, para que los hombres pudiésemos llegar a ser dioses.

Y así primero soportó todas nuestras limitaciones y fatigas; y permitió que le afectasen los errores de los demás hombres: incomprensión, envidia, injurias, traiciones, odio, hipocresía, burlas, juicio, condena y ajusticiamiento… abandonado por todos sus amigos. Y también quiso gozar de todos los bienes que el hombre puede alcanzar en esta Tierra: cariño, amistad, amor, alegría, alabanza, devoción, …
Con este guía y maestro, ¿no nos atreveremos a dar el salto?

domingo, 14 de octubre de 2012

Pinocho y Geppeto

De algún modo, el drama de la vida espiritual se parece al cuento de Pinocho. Dios está empeñado en que dejemos de ser juguetes de madera y tengamos auténtica vida en nosotros mismos: que trascendamos lo material y alcancemos la plenitud de lo espiritual. Pero nosotros, con nuestras cortas miras materiales, preferimos quedarnos en lo seguro, en lo que conocemos. Cuando se nos habla de prescindir de nuestra dura madera de juguetes para sustituirla por algo tan blando y frágil como la carne humana, nos asustamos. Lo rechazamos porque nos parece que es perder algo de lo que tenemos para convertirnos en otro ser distinto. En nuestra condición de marionetas, ni siquiera podemos imaginarnos la infinita diferencia que existe entre ser un juguete inanimado y ser una persona libre, dueña de sus actos, capaz de decidir y, por tanto, de amar; y de ser amado.
Pues algo similar ocurre con la vida espiritual en Dios: ni ojo vio ni oído oyó lo que Dios tiene reservado para los que le aman… (1cor 2, 9) Con nuestra rudimentaria mente humana no podemos ni imaginar qué pueda ser una vida espiritual conociendo y compartiendo la vida de Dios.
Pero aquellos a los que les ha sido dado atisbar un poco esa vida, han quedado transformados y ya no se conforman con menos: vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero… (Sta. Teresa de Jesús).
Y también se parece el drama de la vida espiritual al cuento de Pinocho, porque éste cuando alcanzó su libertad de ser humano, la aprovechó para extraviarse y zafarse de su “conciencia” (Pepito Grillo). Pero es un drama con final feliz porque termina volviendo a su padre Geppeto…
¿Seremos nosotros menos que Pinocho?

miércoles, 10 de octubre de 2012

¿Conocer a Dios?

¿Podemos nosotros conocer a Dios?
La respuesta es simple: como Dios trasciende todo lo que el hombre es capaz de conocer, es decir, trasciende todo lo creado, por sus propios medios el hombre no puede conocer a Dios. A lo más que puede llegar es a reconocer que debe existir un Dios que ha creado todo lo que el hombre sí es capaz de conocer. Pero llegar a conocer el ser íntimo de Dios nos está totalmente velado.
Y como Dios sabe esto mejor que nadie, ha sido Él quien ha tomado la iniciativa y nos ha revelado su ser íntimo: Yo soy el que soy; el Padre y Yo somos una sola cosa;  os conviene que Yo me marche para que el Padre envíe al Paráclito…
Es cierto que se trata de una revelación algo oscura; pero nos permite ir haciéndonos una idea de cómo es Dios. Quizá es que Dios necesita el lenguaje y los símiles humanos para tratar de explicarnos; y, claro, el lenguaje humano se queda muy corto para transmitir tan complicada realidad. Y es que nos resulta muy difícil asumir que algo tan absolutamente inmenso como es Dios sea tan simple: es el que es, aquél cuyo ser no depende de ningún otro. Pero por otra parte, también nos resulta difícil comprender que el único Dios sea tres personas…: lo simple se nos complica demasiado.
Alguien dijo que si Dios fuera comprensible para el hombre, entonces sería un dios creado por el hombre (al estilo de los dioses paganos del Olimpo), no un Dios creador del hombre.
Pero Dios se revela, y se revela a todos. ¿Por qué unos le reconocen mejor que otros? ¿Por qué unos llegan a amarle y otros ni siquiera consiguen reconocerle?
Es muy sencillo: porque algunos buscan con el corazón limpio y logran ver muy claro, mientras que a otros la suciedad de su corazón les impide a penas reconocer nada. El que quiera que haga la prueba de tratar de ver a través de unas gafas empañadas por la soberbia o el egoísmo: no logrará ver más allá de sus propias narices.

lunes, 8 de octubre de 2012

Dios y la religión

Hay quienes dicen que creen en Dios, pero que no aceptan el Cristianismo –o la Iglesia- con todas sus normas y su moral: que ellos tratan directamente con Dios. Otros se pasan el tiempo buscando la religión verdadera y van dando tumbos de un lado para otro.
Tratemos de llegar al fondo de la cuestión.
La fe, la religión, la moral, la liturgia son cosas puestas a nuestra disposición para lograr el objetivo fundamental: conocer y amar a Dios. Ya sé que muchas veces los cristianos transmitimos la sensación de que el Cristianismo no es más que un montón de reglas morales, con sus prohibiciones y deberes, que nos abruman con sentimientos de culpa y amenazas de castigos. Es culpa nuestra. Porque el Cristianismo no es más que el seguimiento de Cristo como camino, verdad y vida, para conocer y amar al Padre. Y en el Evangelio encontramos más pasajes de perdón, ayuda, compasión y amor, que de castigo y condenación (y los pocos que hay de este tipo se refieren a los hipócritas, egoístas y soberbios, nunca a los pecadores).
El Cristianismo es la religión que Cristo nos enseñó como mejor camino de llegar al Padre; y nadie mejor que Él –que es Dios- puede conocer ese camino, que, como  hombre, también ha recorrido dándonos su ejemplo. Y si queremos llegar al Padre por nuestra cuenta, haciendo caso omiso de las señales que nos muestran el camino, nos será mucho más difícil; y, si no lo logramos, habrá sido por nuestra culpa, por nuestra tozudez en no aceptar consejos.
¿Se puede llegar al Padre por otros caminos? Con nuestro mero esfuerzo, es imposible; pero por gracia de Dios, todo es posible. Esta es la puerta que se abre a todos aquellos que no conocen el mensaje evangélico porque nosotros los cristianos no se lo hemos mostrado o se lo hemos mostrado mal.
Pero conste que, fuera de la revelación, ninguna civilización ha llegado siquiera al concepto de Dios único creador de todo. Las únicas religiones que siguen este camino proceden de la misma revelación divina: el judaísmo, el cristianismo y el islam. Esto nos da una idea de lo despistado que puede estar un ser humano si Dios no le guía.
Si se ha marcado una ruta segura: ¿por qué empeñarse en seguir explorando sólo?

domingo, 7 de octubre de 2012

Fe y obras

Es esta una discusión clásica en el Cristianismo: ¿Qué es lo que nos salva: la fe en Cristo o las buenas obras? Algunos, apoyados en la predicación de San Pablo, afirman que es la fe en la resurrección del señor la que nos salva. Pero el apóstol Santiago nos recrimina: ¿qué vale la fe si no practicamos las buenas obras?
Lewis, mediante un ejemplo magnífico, nos aproxima a la respuesta: la fe y las obras son como las dos cuchillas de una tijera, ambas son igualmente necesarias si queremos lograr nuestro objetivo. Porque no podemos afirmar que creemos en Cristo si luego hacemos caso omiso en nuestra vida de toda su enseñanza; y tendrían poco valor las obras realizadas por altruismo o filantropía, si nos las referimos al Dios que nos crea y nos salva.
Y yo iría un poco más lejos: ni la fe ni las obras sirven para nada si falta lo fundamental, la caridad. Porque no olvidemos que, en definitiva, lo fundamental, el principio y fin de todo, es amarás a Dios sobre todas las cosas… Si la fe no nos lleva al amor; y si no hacemos las buenas obras por amor a Dios y al prójimo, de nada nos vale ni la una ni las otras…
Además, estoy seguro de que sin amor, sin un auténtico amor a Dios y a los demás, ni la fe perdura ni es posible perseverar en las buenas obras. Y, por el contrario, el amor nos devolverá a la fe y a las buenas obras cada vez que nos hayamos desviado del camino…
Si no tengo caridad, nada soy, nos dice San Pablo en su primera carta a los Corintios:
Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, no soy más que bronce que resuena o platillos que aturden.
Aunque tuviera el don de profecía, penetrara todos los misterios, poseyera toda la ciencia y mi fe fuera tan grande como para cambiar de sitio las montañas, si no tengo amor, nada soy.
Aunque repartiera en limosnas todos mis bienes y aunque me dejara quemar vivo, si no tengo amor, de nada me sirve.
El amor es comprensivo, el amor e servicial y no tiene envidia; el amor no es presumido ni se envanece; no es mal educado ni egoísta; no se irrita ni guarda rencor; no se alegra con la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, soporta sin límites. [1Cor, 12]