sábado, 23 de febrero de 2019

Fe, Esperanza y Caridad

Tres son las virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad.

Hay quienes buscan sinceramente la Fe y no acaban de encontrarla; quizá porque la Fe es un don de Dios que se lo concede a quien Él quiere; aunque en principio siempre quiera concedérselo al que se lo pida.

Esta situación les puede llevar también a perder la Esperanza en que algún día la encuentren; y así necesitarían estas dos virtudes teologales.

Pero lo curioso del asunto es que ni la Fe ni la Esperanza son las virtudes fundamentales para el trato con Dios. De hecho, el hombre que más de cerca trató a Dios, Jesucristo, nunca tuvo ni Fe ni Esperanza. No es que esté yo poniendo en duda las virtudes de Cristo, sino que Él por ser precisamente quien era, no tenía Fe, sino certeza; ni tenía que Esperar nada, porque ya sabía lo que ocurriría en el futuro. Jesucristo pasó por la Tierra practicando únicamente la Caridad, que es lo que nos ocurrirá en la otra vida: tampoco tendremos Fe, sino que veremos a Dios o sabremos que estamos condenados a no verlo; y ya no habrá nada en lo que esperar, porque habremos alcanzado nuestro fin, para bien o para mal.

Por supuesto, la idea no es mía, sino del Apóstol san Pablo:

La caridad nunca acaba. Las profecías desaparecerán, las lenguas cesarán, la ciencia quedará anulada. Porque ahora nuestro conocimiento es imperfecto, e imperfecta nuestra profecía.  Pero cuando venga lo perfecto, desaparecerá lo imperfecto. Cuando yo era niño, hablaba como niño, sentía como niño, razonaba como niño. Cuando he llegado a ser hombre, me he desprendido de las cosas de niño. Porque ahora vemos como en un espejo, borrosamente; entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de modo imperfecto, entonces conoceré como soy conocido. Ahora permanecen la fe, la esperanza, la caridad: las tres virtudes. Pero de ellas la más grande es la caridad. [1 Corintios 13 8]

Entonces, ¿por qué siempre nos preocupamos de alcanzar la FE, olvidándonos a veces de la Caridad?
¿No será la Caridad -el amor de Dios- el mejor camino para encontrar la FE? 

jueves, 21 de febrero de 2019

¿Cuál es nuestra fe?


Fe no es creer que Dios nos puede hacer lo que le pedimos, sino creer que es Todopoderoso y nos puede guardar en el bien, a pesar de los males temporales.

Si estuviésemos bien convencidos de esto, entonces no nos vendrían esas crisis de Fe cada vez que perdemos a un pariente o se nos tuerce al plan de vida que teníamos trazado.
Eugene Boylan lo expresaba muy bien con palabras parecidas a estas: Pensamos que Dios debe ayudarnos a realizar nuestros planes; pero la situación es totalmente la contraria, somos nosotros los que debemos adaptarnos a los planes que Dios tiene previstos para nosotros, porque su plan siempre es el mejor de los posibles.

Y viviendo así la Fe, nos resultaría mucho más fácil vivir la otra virtud cardinal: la Esperanza. 

domingo, 17 de febrero de 2019

Pienso, luego existo


Pienso, ¡luego existo!
Esta famosa frase de Descartes (que tanta confusión trajo, haciendo creer a algunos que era el propio pensamiento el que nos daba la existencia; cuando es la existencia la que nos da la posibilidad de pensar) siempre me pareció bastante triste: hay muchos otros aspectos de la vida, bastante más agradables, ue nos confirman nuestra existencia.

Personalmente, yo la sustituiría por: Soy amado, luego existo.

La constatación de la existencia ya no es un acto inmanente de mi mismo por mí mismo, sino relacional: mi existencia se manifiesta por la existencia de otro que me ama; mi existencia se justifica por la del Otro (Dios, en primer lugar) que desea mi existencia para así poder amarme; o que se alegra de mi existencia y la suya para que pueda surgir el amor. Se nuevo amor y alegría se emparejan.

Mi existencia no es un acto casual ni evolutivo, sino la consecuencia de que otro la ha querido: como causa remota Dios, como causa inmediata los padres: ambos me engendran por amor. Por eso, soy de la opinión de que los hijos hay que engendrarlos, nunca fabricarlos...

Si tuviese esto más en cuenta cada vez que quiero transmitir el mensaje evangélico: que el Cristianismo es la religión de amor y por eso sus discípulos tienen que sentirse siempre más queridos que adoctrinados o informados. Transmitir el mensaje evangélico es transmitir el amor de Dios y la alegría de saber que nos ama; aunque -como nos recordaba el Papa- la caridad nunca puede ocultar la verdad. Precisamente por que amamos al otro es por lo que queremos que rectifique sus errores, más que por mantener una pureza de normas que sin caridad no servirían para nada.

viernes, 15 de febrero de 2019

Felicidad y alegría



La felicidad es fruto del amor, no de la comodidad de nuestra vida... El que ama y se siente amado, es feliz.
La alegría es fruto del convencimiento de estar haciendo lo que es correcto, la alegría no procede del placer ni de la diversión, salvo cuando éstas son consecuencia de dicho actuar correcto.
Y esta alegría se complementa con la esperanza (nuestra seguridad) de que si procuramos seguir en el camino, llegaremos a buen puerto, a pesar de las dificultades, a pesar de nuestras caídas.
No confundamos felicidad con confort, ni alegría con placer: son conceptos muy distintos y, a veces, incompatibles.
Si pretendemos ser felices amando, entonces tenemos que estar dispuestos a afrontar el dolor; y afrontar el dolor por amor, no apaga la alegría.



miércoles, 13 de febrero de 2019

El dolor es la prueba del amor.

Ya he comentado en alguna entrada anterior que el dolor es la prueba inequívoca del amor: si alguien está dispuesto a sufrir por otro es indudable que lo hace porque lo ama. 
Quizá otra prueba del amor es la alegría: no sólo com-padecerse con el otro es prueba de que lo amamos, sino que "com-alegrarse" (es decir: alegrarse de la felicidad o los éxitos ajenos) también es una forma de demostrar que se ama, ya que ni el dolor ni la alegría por el bien ajeno nos proporcionan personalmente nada de lo que podamos sacar un provecho (si es que amar no fuese ya en sí mismo suficiente provecho).

Por el contrario, el placer suele ser una prueba muy sospechosa del amor, porque cuando disfrutamos con el otro es difícil distinguir cuándo lo hacemos para nuestro propio placer y cuándo lo hacemos para proporcionar ese placer al otro: habitualmente estas dos situaciones son indisociables. 

Pienso ahora en nuestro maestro del amor (habría que poner ambas con mayúscula: Maestro y Amor), que no es otro que Cristo. Evidentemente, Él nos demostró su amor sufriendo gratuitamente por nosotros; pero también demostró su amor a los demás compartiendo con ellos los ratos agradables, su felicidad: en las bodas de Caná de Galilea y en tantos banquetes a los que asistió porque era invitado o porque su anfitrión quería demostrar la alegría de haberlo conocido. Fue tan habitual su voluntad de compartir la alegría de los demás, que los fariseos llegaron a reprochárselo:  "come con publicanos y pecadores".

Pero, si no me falla la memoria, Cristo no se molestó en dejarnos ni un solo ejemplo de demostración de su amor por la vía del placer. Y esto es lo que me hace afirmarme en mi opinión de que el placer es una prueba sospechosa del amor.