domingo, 17 de febrero de 2019

Pienso, luego existo


Pienso, ¡luego existo!
Esta famosa frase de Descartes (que tanta confusión trajo, haciendo creer a algunos que era el propio pensamiento el que nos daba la existencia; cuando es la existencia la que nos da la posibilidad de pensar) siempre me pareció bastante triste: hay muchos otros aspectos de la vida, bastante más agradables, ue nos confirman nuestra existencia.

Personalmente, yo la sustituiría por: Soy amado, luego existo.

La constatación de la existencia ya no es un acto inmanente de mi mismo por mí mismo, sino relacional: mi existencia se manifiesta por la existencia de otro que me ama; mi existencia se justifica por la del Otro (Dios, en primer lugar) que desea mi existencia para así poder amarme; o que se alegra de mi existencia y la suya para que pueda surgir el amor. Se nuevo amor y alegría se emparejan.

Mi existencia no es un acto casual ni evolutivo, sino la consecuencia de que otro la ha querido: como causa remota Dios, como causa inmediata los padres: ambos me engendran por amor. Por eso, soy de la opinión de que los hijos hay que engendrarlos, nunca fabricarlos...

Si tuviese esto más en cuenta cada vez que quiero transmitir el mensaje evangélico: que el Cristianismo es la religión de amor y por eso sus discípulos tienen que sentirse siempre más queridos que adoctrinados o informados. Transmitir el mensaje evangélico es transmitir el amor de Dios y la alegría de saber que nos ama; aunque -como nos recordaba el Papa- la caridad nunca puede ocultar la verdad. Precisamente por que amamos al otro es por lo que queremos que rectifique sus errores, más que por mantener una pureza de normas que sin caridad no servirían para nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario