domingo, 18 de noviembre de 2018

No es el amor lo que se acaba, sino la paciencia de los amantes…


Me explicaré:
Por muy perfecto que sea un amor, los que lo ejercen son humanos y por tanto imperfectos.
No se puede esperar del amado que no nos falle nunca; hasta es posible que nos defraude en ocasiones. Por muy sincero que sea su amor, cometerá errores; incluso en momentos de debilidad, si tiene la imprudencia de tontear con la tentación, cometerá alguna infidelidad. Todo esto es compatible con el amor, por eso, porque somos humanos e imperfectos. 
Lo que hay que comprobar periódicamente es si las tres condiciones imprescindibles del amor se mantienen firmes: 
  • preferir al amado, 
  • dar sin esperar nada a cambio y 
  • buscar siempre su bien. 

Y la prueba definitiva es siempre el dolor: si alguien sufre por su amado, ese amor es auténtico. Por el contrario, cuando solo hay gozo, ese amor es sospechoso de ser interesado.
Lo que ocurre con frecuencia es que no tenemos paciencia suficiente para esperar a comprobar si el amor de nuestro amado es auténtico; y a veces echamos todo a perder al primer error, por impacientes. Y perdemos una magnífica oportunidad de compartir nuestra vida con alguien que nos quiere.
Por fortuna, la paciencia de Dios es tan inmensa como su misericordia; y Él espera siempre nuestras demostraciones de amor, aunque sean en número bastante menor que nuestros fallos. Por eso, porque sabe que somos humanos e imperfectos.


miércoles, 14 de noviembre de 2018

Se ha manifestado la bondad y el amor de Dios.

Un párrafo de la lectura de hoy de la carta de san Pablo a Tito (3, 1-7) ha llamado mi atención:

Mas cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor al hombre, no por las obras de justicia que hubiéramos hecho nosotros, sino, según su propia misericordia, nos salvó por el baño del nuevo nacimiento y de la renovación del Espíritu Santo, que derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo, nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, seamos, en esperanza, herederos de la vida eterna.

La bondad de Dios se manifiesta con nosotros por su misericordia, no por nuestros méritos. Su "misericordia", que procede de "miserere corde", corazón compasivo. Y ¿qué es compadecerse?, pues lo que literalmente dice: "padecer con", sufrir con el sufriente. 

Yo lo interpreto así: Dios, que contempla nuestra debilidad, nos envía a Jesucristo para que, padeciendo con nosotros y por nosotros, nos consiga ese "baño del nuevo nacimiento" y, por su gracia, tengamos la esperanza de salvarnos.

Y esa esperanza no se apoya en nuestra fortaleza, ni en nuestra determinación, ni en la seguridad de que cumpliremos los mandamientos de Dios, sino en su bondad. Porque salvarnos no es otra cosa que poder compartir el amor de Dios; y para esto basta con que queramos amarle... porque su misericordia hará el resto. 

No me lo invento yo, lo dice el apóstol: Cristo ha manifestado la bondad de Dios y su amor al hombre... Ya sólo queda dejarse amar; y volver a querer amarle cada vez que le hemos dado la espalda.

Todo lo demás, nuestros esfuerzos y luchas, no deben ser más que nuestra forma de manifestarle a Dios que queremos dejarnos amar por Él; pero si convirtiésemos todo eso en nuestro objetivo, entonces habríamos perdido nuestro norte y nos estaríamos perdiendo el amor de Dios. 

sábado, 3 de noviembre de 2018

¿Miedo a la muerte?

Por supuesto que un cristiano en plenitud de su fe no debería tener miedo alguno a ese tránsito entre esta vida y la futura; porque la muerte no es otra cosa que el encuentro con Cristo. Pero como ninguno estamos en la plenitud de nuestra fe; y muchos ni siquiera nos acercamos a ella, la muerte nos despierta unas incógnitas que pueden producir miedo. Y mucho más a aquellos que han seguido una vida contraria al ideal cristiano; y temen el castigo de sus faltas.

Es legítimo tener miedo al este trance, a pesar de que la muerte sea parte de la vida terrena: en concreto, su última parte. A veces lo que nos agobia de la muerte es el dejar a nuestros deudos desamparados sin nuestra ayuda. Y, por otra parte, para los parientes y amigos del difunto, la muerte supone la separación de un ser querido; y este dolor a veces no se compensa ni siquiera con la seguridad de que el difunto disfrutará de una vida gloriosa en el cielo. Por otra parte, la subsistencia de nuestros instintos animales -aunque deberían estar sometidos al control de nuestra razón- hace que el instinto de supervivencia nos induzca a rechazar la muerte.

Quizá la situación ideal de un cristiano que pretende ser coherente con su fe sea afrontar el pensamiento de la muerte con la esperanza de que en la vida futura será plenamente feliz y que desde el Cielo podrá ayudar a los suyos mucho mejor que desde la Tierra.

Para ilustrar mejor esto, incluyo el comentario de un buen cristiano, que llevó una vida santa y entregada a los demás, que contestó cuando ya de avanzada edad le preguntaron si tenía miedo a la muerte:

- La vida eterna será tan larga, que no me importaría llegar allí un poco más tarde...

Es legítimo querer seguir en la vida terrenal en la que Dios quiso que pasásemos la primera parte de nuestra existencia; y esto, tanto para nosotros como para nuestros seres queridos.


jueves, 1 de noviembre de 2018

No vamos a salir vivos.

Sigo con la entrada anterior y de la importancia de tener presente en esta vida terrena nuestra vida espiritual. Es decir, no quedarnos sólo en la visión material, y dejar para la otra vida el trato con Dios, sino frecuentar ésta ya "entre los pucheros" como decía Santa Teresa de Ávila.

A raíz de todo esto, me he acordado de lo que dice mi amigo Paco a sus conocidos cuando los ve demasiados preocupados y agobiados por las cosas de este mundo:

- No sé por qué te preocupas tanto de esta vida, si no vamos a salir vivos de aquí.

Efectivamente, nuestro cuerpo, la parte material de esta vida -que es bien corta- no va a salir viva de aquí, por mucho que nos preocupemos...

Con esta broma, quiero hacerte ver la necesidad de ir compaginando ya aquí nuestros actos materiales con los espirituales que realizaremos en la otra vida... Es lo único que nos podremos llevar para allá.