domingo, 18 de diciembre de 2005

Y... ¿qué es la verdad?

Lo dicho en las anteriores entradas, pone de manifiesto la necesidad de buscar la verdad en cada campo de actuación humana, sin enmascarar esta verdad con lo que nos gustaría que fuese o nos resultaría más cómodo. ¡Nos estamos jugando en ello nuestra libertad! Un error muy común en nuestros días es entender este proceso justamente al revés: pensar que la verdad depende de la voluntad humana y que puede ser distinta para cada hombre. Si eliges "tu verdad" en vez de tratar de buscar "la verdad objetiva", entonces se da el absurdo de que es tu voluntad la que guía a tu voluntad, sin que tengas ningún otro punto de referencia ajeno a ti mismo: seguirás el errático rumbo de tu último capricho. Es en este sentido en el que Cormac Burque habla de la "autoridad de la verdad": aunque la mente es el único medio de llegar a la verdad, la verdad es mayor que la mente. La verdad es el acuerdo del juicio de la mente con el ser de las cosas conocido en él: no es producto de la mente, es anterior a ella. Por esto, no podemos elegir la verdad que más nos guste; la verdad es única; y lo único que puede hacer el hombre es conocerla o ignorarla: nunca inventarla. Además, cuando aceptamos que la verdad depende de la opinión subjetiva, entonces estamos dejando la verdad a merced de quienes tienen el poder de crear opinión e imponerla a los demás: los medios de comunicación nos imponen la tiranía de su verdad, la que a ellos les parezca más conveniente en cada momento a sus intereses. Si lo piensas detenidamente, te asustará comprobar que en un mundo subjetivista y relativista como el actual, la verdad y, por tanto, nuestra libertad, esté en manos de los medios de comunicación, de los manipuladores de la opinión pública.
Ahora la cuestión a plantearse es ¿cómo alcanzar la verdad? Pues bien, para conocer la verdad habitualmente hay que confiar en alguna autoridad reconocida, ya que no nos es posible profundizar por nuestra cuenta en todas las ramas del saber. La definición clásica de autoridad nos sirve ahora: la autoridad es el saber universalmente reconocido; entendiendo la sabiduría como capacidad de discernir el bien del mal, es decir, distinguir la verdad del error. Tenemos que elegir una autoridad de la que podamos fiarnos; y debemos hacer esta elección honradamente, pues es mucho lo que nos jugamos: no se trata de pasar ningún examen, sino de alcanzar nuestra propia felicidad. En contrapartida, los que ejercen la autoridad del saber lo deben hacer como servicio a los demás, no como ejercicio del poder, pues, en este caso, estarían ejerciendo la más cruel de las tiranías.Los católicos contamos con la autoridad de la Iglesia Católica que, con sus enseñanzas sobre la fe o la moral -descendiendo a aspectos particulares de la vida de cada tiempo-, nos presta uno de los servicios más útiles que existen: nos señaliza el camino de nuestra perfección, de nuestra felicidad. En este sentido, la fe católica es un privilegio impagable. La información que nos da, lejos de limitar la libertad del hombre, la amplía, facilitando las decisiones correctas de la conciencia y la voluntad. En frase de Cormac Burque te diré que no nos fuerza, sino que nos informa. Por ello, para los católicos, un ejercicio inteligente de la libertad será seguir los consejos de su Iglesia en la aplicación de la Ley Natural a la vida moderna, sin que esto suponga la renuncia a entender dichos consejos con la propia razón, en la medida en que se tenga formación y capacidad intelectual para ello.

Elegir un buen guía -o un buen entrenador- no es perder la libertad, sino asegurarnos de usarla plénamente.

2 comentarios:

  1. Anónimo11:12 p. m.

    Partiendo de estar de acuerdo con la exposición me preocupa una realidad con la que me he encontrado y me encuentro cada vez más a menudo. ¿Quién representa a la Iglesia en ese papel? Observo que cada vez más la capacidad y formación del laico supera con mucha diferencia a la del sacerdote que encuentra delante, al generalizarse el acceso a los estudios de teología, también en este campo adquiere el laico cada vez más formación. Y llega el caso en que la persona que carga con esa responsabilidad ya no tiene recursos suficientes para ejercer esa autoridad conforme a la razón. El respeto a su persona y figura no hacen que las respuestas vlagan.

    Observo con preocupación las ocasiones en que la Iglesia se vuelve perezosa y los razonamientos se apoyan en costumbre y tradición, cuando sí podrían ser acordes a la razón (que seguro que originó una tradición) Es preligroso que donde nos movamos con facilidad sea en el caso en el que todos nos hacemos pocas preguntas y estemos muy incómodos (en general) en la reflexión y la pregunta.

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  2. Gracias a Dios, las cosas están cambiando: las nuevas generaciones de sarcedotes tienen una formación muy superior, entre otras razones, porque muchos de ellos ingresan en el seminario después de terminar una carrera.

    No obstante, creo que todos debemos hacer un esfuerzo por sacudirnos la pereza intelectual y explicar nuestra fe, sin el complejo de inferioridad que muchas veces se nos achaca.

    De hecho, nuestra fe da respuesta a las cosas fundamentales de la vida (origen, destino, amor, caridad, muerte...); mientras que la ciencia sólo puede responder a estas cuestiones que "no sabe" o que estamos aquí "por casualidad".

    En cualquier caso, no podemos olvidar que la fe es una forma de conocimiento tan válida como la ciencia... y que ha ayudado a mucha más gente.

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