jueves, 22 de diciembre de 2005

Pero... ¿hago lo que quiero o lo que puedo?

Por lo que venimos comentando en entradas anteriores, creo que queda clarísimo que la libertad es algo más importante que hacer cada uno lo que nos venga en gana en cada momento: aunque esto también sería ejercicio -bien pobre, por cierto- de nuestra libertad. Pensar lo contrario nos llevaría fácilmente a confundir el hacer "lo que uno realmente quiere", con el dejarse llevar por el instinto y la satisfacción del deseo; y terminamos por hacer únicamente "lo que a uno le gusta" o simplemente "lo que uno puede", que es muy distinto. El "querer" supone una determinación expresa y adoptada conscientemente por nuestra voluntad; el "gustar" supone simplemente la consecución del placer momentáneo, la satisfacción de los sentidos. La actitud hedonista -búsqueda del placer a toda costa-, que tan extendida está en la sociedad actual, es fundamentalmente irracional, pues actúa siguiendo el impulso del placer inmediato del cuerpo, del institnto, incluso en contra de los dictados de la razón, que impulsan a perseguir el bien previamente conocido por ella.

Cuando esta actitud hedonista se prolonga en el tiempo, llega a anquilosar la voluntad y, entonces, ya no podremos actuar de otra forma: nos habremos creado una coacción intrínseca difícil de superar (al igual que ocurre con un drogadicto, el que anquilosa su voluntad por falta de ejercicio, acaba dependiendo sólo de su instinto).

El desconocimiento del sentido auténtico de la libertad y la posibilidad del hombre para imponerse a sus instintos (que para nosotros no son imperativos, al contrario de lo que ocurre con los animales no racionales), cuando se unen a una falta de moral (desconocimiento o rechazo del bien objetivo o Ley Natural), llevan al vacío existencial: se pierde el sentido de la propia vida. Entonces se hace únicamente lo que los demás hacen (siguiendo ciegamente la moda) o lo que los demás nos imponen (cediendo a su autoritarismo); porque no tendremos nuestro propio código de conducta, no tendremos un punto de referencia al que dirigirnos: en definitiva, perdemos nuestra identidad, perdemos nuestra capacidad de autodeterminarnos; y esta es, precisamente, la definición de libertad: la capacidad para autodeterminarse. Estamos ante la peor forma de esclavitud, de la que nadie -salvo Dios- puede liberarnos.

Este vacío existencial se produce porque, si nos limitamos a sustituir la búsqueda del sentido de la vida por la satisfacción del deseo, por la consecución de las tres "P" que parecen regir nuestra sociedad actual (Placer, Poder y Poseer), el vacío no se llena, sino que únicamente se encubre; y volverá a aparecer bruscamente con toda su crudeza cuando el poder, placer o las posesiones nos falten; o cuando nos vuelvan a parecer insuficientes. Como decía antes, ¿cuánta gente cree que hace lo que quiere, cuando realmente su debilidad de espíritu le permite hacer únicamente lo que puede? Por ello resulta absurda la postura de tratar de facilitar la vida del hombre mediante el relativismo de la verdad y el permisivismo moral. La ausencia de una verdad universal, apoyada por una norma de conducta clara y objetiva, no facilitará la vida de nadie, sino que imposibilitará el establecimiento de un proyecto de vida, que será reemplazado por la angustia de la constante duda.

Porque la FELICIDAD no consiste en comodidad o placer, sino en saber que nuestra vida transcurre por el camino correcto, por muy duro que éste sea.

No hay comentarios:

Publicar un comentario