viernes, 9 de diciembre de 2005

Hablemos de la libertad

En algún apunte anterior comentamos que la libertad es una manifestación de la espiritualidad humana, de la existencia de nuestra alma: es la consecuencia de que nuestra conducta no esté predeterminada por los instintos, sino que la decidamos con nuestra voluntad. En este sentido, nuestra libertad de opción es absoluta; podemos utilizarla para el bien o para ir contra nuestra propia naturaleza. Como puedes ver, el principal defensor de la libertad humana, el que más la respeta, es Aquél que la ha creado; y esto es así, porque la libertad es uno de los dones más importantes que ha dado al hombre y que le faculta para lo más grande que un hombre puede hacer: amar. La actitud actual de reclamar y divinizar la libertad sería muy correcta, si no fuera por que lo que la sociedad actual entiende por libertad se parece más al libertinaje que a la auténtica libertad.

Además, el valor absoluto de la libertad tiene también un aspecto subjetivo: sólo nos será útil si sirve para la consecución de los fines que tenemos previstos; y esto será posible en función del uso que hagamos de ella. Si tu libertad no te sirve para realizarte plenamente como persona, lo mismo te hubiese dado no tenerla, pues tu vida se quedará en un nivel meramente material, instintivo, al igual que la de los demás seres que carecen de libertad. Por esto, es muy importante saber qué es la libertad, cuales sus limitaciones y cómo usarla bien: ¡vamos a ello!

Deberíamos empezar por definir libertad: serás libre si "eres dueño de ti mismo para actuar según tu naturaleza y alcanzar la felicidad". Dicho de otra forma, la libertad es "la capacidad del hombre para autodeterminarse, para evitar la coacción".

Para seguir aclarando conceptos, tenemos que distinguir tres tipos de coacción:

En primer lugar, la coacción moral o legal, que es la que pone límites a nuestro campo de actuación mediante normas; pero que puede eludirse con un simple acto de la voluntad, infringiendo el precepto en cuestión (por ejemplo, existe una limitación de velocidad en carretera; pero nada nos impide excederlo).

Después nos encontramos con la coacción extrínseca o física, aquella que nos impide actuar utilizando la fuerza o impedimentos materiales (por ejemplo, la policía, la cautividad o una puerta cerrada).

Por último, y más importante, la coacción intrínseca, que es aquella que nos infligimos nosotros mismos con nuestra actuación (por ejemplo, el drogadicto no es libre de dejar su adicción; aunque sí fue libre de adquirirla). Así como los animales tienen la coacción intrínseca absoluta de sus instintos, que elimina cualquier libertad de actuación, del mismo modo el hombre reduce su libertad al aumentar su dependencia de sus necesidades fisiológicas o creadas, o al actuar de una manera simplemente instintiva.

Es muy importante tener en cuenta esta distinción cuando invocamos nuestra libertad, pues no siempre se puede exigir que no exista límite alguno a nuestra actuación. Muchas coacciones legales o extrínsecas son lícitas y necesarias: no eres libre de invadir la propiedad ajena ni de infringir las leyes justas, ni tu libertad podrá restringir injustamente la de los demás.

Tampoco existe una auténtica pérdida de libertad cuando renunciamos a ella voluntariamente; por ejemplo, deberás mantener los compromisos libremente adquiridos, ya que te ataste a ellos libremente. Por el contrario, el cumplimiento de obligaciones voluntariamente impuestas es manifestación de tu libertad: asumiendo compromisos la libertad no se pierde, sino que se está ejerciendo. Lo mismo ocurre cuando elegimos: al optar por una cosa, renunciamos a las demás. Si habitualmente actuamos con la debida responsabilidad, asumiendo las consecuencias de nuestros actos, nos iremos haciendo más libres: el fortalecimiento d ela voluntas y dominio de los instintos nos facilitará la adopción y cumplimiento de nuevas decisiones libres.

Al contrario de lo que comunmente se piensa, el que ve reducida su libertad es aquél que no ha tenido voluntad para liberarse de sus intintos, ya que, al depender de ellos, no podrá adquirir compromisos y cumplirlos con responsabilidad: será incapaz de seguir un proyecto de vida coherente.

La libertad es una facultad que debemos dominar para llegar a ser libres.


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