miércoles, 10 de diciembre de 2008

Derechos ¿humanos o divinos?

Se cumplen hoy sesenta años de la Declaración de los Derechos Humanos de la ONU en 1948; aunque los Derechos Humanos no se inventaron en esa fecha, sino que el hombre, desde que es hombre, ha tenido estos derechos básicos; otra cosa es que no siempre se los hayan reconocido unos a otros, ni antes ni después de la Declaración que hoy celebramos.

Los Derechos Humanos no los otorga ninguna autoridad civil, sino que nacen de la dignidad inherente a la persona humana; y esta dignidad se deriva de nuestra condición de hijos de Dios. Si olvidásemos el origen de nuestros Derechos -si prescindimos de Dios, de nuestro origen común-, los Derechos Humanos pierden su fundamento y pasan a ser algo que depende del ordenamiento jurídico de cada momento, de cada cultura. Por esto preferiría que se les llamase derechos divinos, para que ningún hombre o gobierno se sintiese tentado de eliminarlos o eludirlos.

Por el contrario, si no tuviésemos un origen común, si la dignidad intrínseca del hombre no nos igualase a todos, ¿como podrían tener los mismos derechos el salvaje, el trabajador o el intelectual? ¿Que semejanza existiría entre un paria de la India y un financiero de Wall Street? Las diferencias entre las anteriores personas serían irreconciliables; y los derechos de las mismas igual de dispares que sus situaciones sociales.

Pero cuando la filiación divina nos iguala a todos, las pequeñas diferencias entre los distintos hombres aparecen como insignificantes en comparación con su igual dignidad. Por supuesto, cuando se juzga a los hombres teniendo en cuenta criterios materialistas o hedonistas, este común denominador se difumina y se agrandan las diferencias aparentes; y entonces todo queda justificado: surge la marginación o el exterminio de aquél a quien no consideramos semejante.

Cuando se olvida la trascendencia espiritual del hombre, y se le iguala a las demás cosas materiales, tratándole como un simple objeto que puede ser manipulado a capricho, se anulan su dignidad y sus derechos; aunque nominalmente se le sigan reconociendo. Por tanto, la manipulación genética de embriones humanos, la planificación estatal de la natalidad, las condiciones infrahumanas de trabajo o la manipulación publicitaria de las apetencias, esconden una profunda ignorancia, cuando no desprecio, de la auténtica dignidad humana y sus Derechos; porque al hombre no se le debe diseñar como a un coche, ni planificar como una cosecha, ni crear reacciones reflejas como al perro de Paulov.

La Declaración de la ONU, es un buen compendio de todo aquello que garantiza al hombre su dignidad. Los principales Derechos reconocidos son:
Todo individuo tienen derecho a la vida, la libertad y la seguridad de su persona.
Todos los hombres nacen libres e iguales en dignidad, sin distinción de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o posición social.
Todos son iguales ante la ley, que les protegerá por igual.
Toda persona tiene derecho a la libre circulación y elección de su residencia; a casarse y formar una familia.
Toda persona tiene derecho a la propiedad individual.
Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, conciencia y religión; a la libertad de opinión y expresión; a la libertad de reunión y asociación pacífica.
Toda persona tienen derecho al trabajo, el descanso y la seguridad social; y a un nivel de vida digno.
Toda persona tienen derecho a la educación; los padres tendrán prioridad para escoger la educación de sus hijos.

No obstante, como estos Derechos se han promulgado como un simple consenso entre las distintas naciones -sin fundarse en la dignidad intrínseca del hombre y teniendo en cuenta su naturaleza y sus fines-, no existe punto de referencia para su aplicación a casos concretos, permitiendo su violación incluso por naciones que los han aceptado.
El primero de ellos es, por supuesto, el derecho a la vida; pero la Declaración no concreta el término vida y deja en manos de cada país su definición. Así, un derecho universal e inalienable puede ser eliminado mediante una ley abortiva de plazos consensuada en cualquier Parlamento. ¿De qué le sirven todos los demás Derechos a aquél al que no se le permite llegar a nacer?

También se atenta al derecho a la vida con la manipulación genética y la fertilización artificial. La dignidad de la vida humana es demasiado importante como para jugar con ella; y este juego no queda legitimado por el hecho de que una pareja quiera satisfacer sus aspiraciones de descendencia o necesidades sentimentales. Estos impulsos no se pueden satisfacer a costa de la existencia de otro ser humano, porque nadie posee el "derecho" a tener hijos, por muy fuerte y legítima que sea su necesidad. La época de la esclavitud, en que se podían poseer otros seres humanos, ya quedó definitivamente -eso espero- superada.

Otra de las modernas violaciones del derecho a la vida es la eutanasia ¿Quién está facultado para decidir cuándo la vida humana deja de tener valor o cuándo pierde su dignidad? ¿Qué es una muerte digna: la cobardía de huir del dolor o la aceptación del sentido del sufrimiento? La realidad es que no hay muerte más indigna que la eutanasia: la muerte porque no se ha sabido encontrar la dignidad de la vida. En vez de ayudar a una persona a terminar con su vida, deberemos esforzarnos en devolverle su dignidad de ser humano y mostrarle el sentido de su existencia; incluso de una existencia en circunstancias extremas.

Si fuésemos más conscientes de que los Derechos Humanos no son nuestros sino de Dios, nos servirían de verdad para adecuar nuestra conducta a nuestra naturaleza; en vez de servir de excusa para adulterar esa naturaleza a nuestro capricho.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Obsesión por la técnica

El hombre tiene auténtica obsesión por la técnica. Intenta descubrir técnicas para todo, porque lo que quiere es tener controlado y manejado su entorno según su voluntad. Así que ponemos más empeño en controlar las cosas que en comprenderlas: la técnica nos hace más hábiles, pero no más sabios. Y así aplicamos muchas de las técnicas a nuestro alcance sin tener un conocimiento profundo de lo que estamos modificando... al fin y al cabo, una técnica fue lo que descubrió el burro de la fábula y le permitió tocar la flauta sin saber ni solfeo ni entender lo que realmente estaba haciendo.

Por ejemplo, hemos desarrollado una técnica que nos permite manejar el genoma, cambiando unos genes por otros, intentando clonar seres vivos, modificar sus características; pero nos limitamos a cambiar elementos del ADN de sitio, sin tener ni la más remota idea de cómo funcionan esos elementos. Jugamos con la vida, sin saber ni qué es ni cómo se transmite. Es como si yo, que apenas sé cómo cambiar el aceite de mi coche, me atreviese a desmontar todo el motor. Y así con muchas otras cosas:

Queremos controlar la natalidad, y descubrimos y aplicamos la técnica correspondiente, sin establecer antes los criterios a seguir para dicho control.

Queremos controlar la genética, para no encontrarnos con sorpresas desagradables, y aplicamos técnicas de selección de embriones, sin tener en cuenta que lo que manejamos es algo más importante que un puzle de genes: ¡es un ser humano!

Queremos controlar las enfermedades genéticas, y "fabricamos" niños medicina para curar a otros, sin tener en cuenta que para ello debemos eliminar a muchos otros por el camino.

Queremos controlar la muerte, y como no tenemos una técnica para evitarla o retrasarla, aplicamos técnicas eutanásicas para, al menos, adelantarla a nuestro capricho.

Queremos controlar el clima... pero por ahora vamos a tener que aguantarnos con el clima que nos toque... porque esta técnica todavía no la hemos inventado.


Quizá el ejemplo que más pone de manifiesto el absurdo afán del hombre por tenerlo todo bajo control sean las "técnicas de oración", mediante las que nos empeñamos en controlar también la gracia de Dios: desarrollar técnicas para alcanzar la comunicación con Dios según nuestra voluntad... en vez de pedir a Dios humildemente que se ponga en contacto con nosotros cuando tenga a bien concedérnoslo.

Si no fuese porque el hombre obsesionado por la técnica suele negar a Dios, ¡buscaría también una técnica para controlarle a Él!

viernes, 7 de noviembre de 2008

El mejor conductor

Voy a tomar prestada esta idea que he leído en un libro sobre la Virgen de Medjugorje. Se trata de comparar nuestra vida -en especial la vida espiritual- con la conducción de un coche.

A todos nos gustaría ver toda la carretera de una vez, para saber a dónde nos llevará y por qué caminos nos obligará a transitar. Pero la realidad es que, cuando iniciamos el viaje, lo más que podemos ver son unos cientos de metros por delante de nosotros; y al llegar a la siguiente curva o cambio de rasante, podremos ver otro tramo...; y así un kilómetro detrás de otro...

En algunas ocasiones, al coronar un repecho, tenemos la posibilidad de ver todo un valle ante nosotros, con sus campos, pueblos y quizá alguna ciudad; incluso podremos distinguir a lo lejos la carretera por la que más tarde transitaremos. Pero esta vista suele durar unos pocos instantes, ya que, en seguida que iniciamos el descenso, volvemos a reducir nuestro horizonte visual a un corto tramo de carretera. Por supuesto, si conducimos de noche nuestra visión se reduce aun más y sólo podremos ver el pequeño triángulo que ilumina nuestros faros.

Algo así pasa con nuestra vida: nos ponemos en camino con una meta lejana; pero ignoramos los abatares que se nos presentarán a cada momento. En realidad, ni siquiera estamos del todo seguros de haber elegido la carretera correcta para llegar al destino que nos hemos marcado. Y tampoco podemos descartar que un accidente nos retrase o nos obligue a cambiar de objetivo. No puede ser de otro modo. El que pretenda tener la absoluta seguridad de conocer cuál será su futuro, se deberá limitar a quedarse quieto.

Con la vida espiritual pasa lo mismo: Dios, cuando nos anima a ponernos en marcha, nos va revelando sólo un corto tramo de su plan para nosotros; y algunas veces nos exige conducir de noche y lo vemos todo muy negro. En ocasiones esto es para no desalentarnos: si conociésemos de antemano la cantidad de baches y curvas que tiene el camino... ¡no lo iniciaríamos! Otras veces lo hace para probar nuestra confianza. En algún momento nos deja vislumbrar su plan a largo plazo; pero en seguida nos vuelve a reducir la visión, y tenemos que conformarnos con las "señales de tráfico" que van indicando el peligro, los cruces o las desviaciones que vendrán después.

Así son los planes -la vocación- de Dios: debemos ponernos en camino con la firme determinación de no abandonar pase lo que pase. El único requisito será llevar el depósito bien lleno de gasolina: del mejor carburante, que es la Gracia de Dios. También tendremos que ir pidiéndole ayuda para sortear cada uno de los obstáculos que encontremos...Y si pinchamos, ¡no debemos desalentarnos!: ponemos un buen parche con la Confesión y seguimos adelante...

Hay un truco infalible para una buena conducción: ¡llevar a la Virgen de copiloto!

lunes, 3 de noviembre de 2008

Los tres niveles de la oración

Cuando por fin nos decidimos a hacer oración, a comunicarnos con nuestro Padre Dios, solemos empezar con oraciones vocales: esas frases que la Iglesia nos ofrece para que vayamos aprendiendo a hablar con Dios. Con el tiempo, pasamos de las oraciones vocales a la oración mental y la oración del corazón: le hablamos a Dios con nuestras propias palabras, nos soltamos a conversar con Él.

Es en este tipo de oración en el que podemos distinguir tres niveles:

Cuando comenzamos a orar, es habitual que llevemos a nuestra conversación con Dios en primer lugar nuestras necesidades materiales, lo que es perfectamente legítimo: a Dios, como Padre nuestro que es, le podemos pedir cualquier cosa, como hacemos con los padres de la Tierra. Después, también nos preocupamos por nuestras necesidades espirituales; y le pedimos a Dios que nos ayude a mejorar en esto y aquello...; y que nos resuelva aquella dificultad para poder cumplir con los planes apostólicos...; y que nos facilite los medios que necesitamos... y colaboradores... En definitiva, pedimos a Dios que nos ayude a sacar adelante nuestra vida, nuestra familia y esos planes tan santos que nos hemos propuesto. Cuando así actuamos, estamos en el primer nivel de la oración.

Cuando Dios tenga a bien concedérnoslo (aunque habitualmente bastará con pedírselo), pasaremos al segundo nivel: en éste, en vez de preocuparnos tanto por nuestros planes, empezamos a preguntarle a Dios cuál es el plan que Él tiene para nosotros: que nos muestre su voluntad. Nuestro anhelo ya no es que nos ayude a cumplir nuestros planes, sino el suyo; en definitiva: que nos ayude a hacer su voluntad. Y cambia el modo de nuestra oración, porque en vez de "hablarle tanto y pedirle tanto", permanecemos a la escucha de su palabra, de sus indicaciones...; y le pedimos fundamentalmente entendimiento para conocer su voluntad, porque hemos aprendido a confiar más en su voluntad que en nuestro criterio; a preferir sus planes antes que los nuestros. Y entonces llega la paz a nuestro corazón, porque Él ha tomado el timón de nuestra vida.

El tercer nivel es algo totalmente distinto, mucho más difícil de alcanzar y de explicar. Cuando Dios lo considera oportuno, se muestra Él mismo, en vez de mostrarnos sólo su voluntad; y el orante pasa de adherirse a la voluntad de Dios a identificarse con Cristo, compartir su vida... Como decía San Pablo: "no ya yo, es Cristo quien vive en mí"...

Pongámonos en camino y empecemos por el primer nivel..., ¡con la meta de llegar al ter
cero cuanto antes!

viernes, 31 de octubre de 2008

¿Mover Montañas?

Si tuviésemos fe como un grano de mostaza, moveríamos montañas... (cfr. Mt 17, 20)

Por supuesto, no pretende el Señor que cambiemos la orografía de la Tierra, sino que sepamos que todos los obstáculos que se presentan en nuestra vida -a veces como auténticas montañas-, pueden superarse si la Fe nos hace obrar con confianza en el Señor. Si tuviéramos suficiente Fe en que los caminos del Señor -las normas que Él nos ha revelado-, son siempre la mejor solución a cualquier problema -la única manera de alcanzar la felicidad-, avanzaríamos mucho más rápido y, además, contaríamos con su ayuda. Pero habitualmente, al ver una montaña desconfiamos del Señor y damos un rodeo para no tener que subirla: de esta forma retrasamos sus planes y, en definitiva, nuestra respuesta a su voluntad.

Pero, con Fe, ¡qué fácil mover las montañas que se interponen en el camino de nuestra conversión, o de nuestra aceptación de los planes de Dios!

Tenemos que pedir la Fe a Dios, una Fe que nos permita mover la única montaña que Dios mismo no puede mover: nuestra voluntad, porque Él no forzará nunca nuestra libertad.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Mis bodas de plata

Hoy hace veinticinco años que me casé con mi mujer y madre de nuestros nueve hijos nacidos, uno de los cuales ya goza del Cielo. Es un día de felicidad que quiero compartir con todos. No sólo porque las alegrías hay que compartirlas, sino porque en un mundo en el que el compromiso se evita a toda costa, creo que es un buen testimonio dar a conocer que el compromiso mantenido es lo que nos da la felicidad.

En la cultura del deseo hay que proclamar bien alto que la felicidad procede del convencimiento de estar en el camino correcto; y la alegría se deriva de la esperanza de llegar a la meta.

Mirando ahora hacia atrás, compruebo que merecía la pena cada una de las renuncias que me han llevado a mantener mi compromiso matrimonial. Al fin y al cabo, FIDELIDAD tiene casi las mismas letras que FELICIDAD.

lunes, 20 de octubre de 2008

La torre de Babel

"Edifiquemos una ciudad, y también una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo, para perpetuar nuestro nombre y no dispersarnos por toda la tierra" (Gen. 11).

El hombre, después del diluvio, quiso forjar su futuro con sus propias fuerzas, para no depender de Dios. Y muchas veces, además de sus propias fuerzas, usa su propio criterio, alejándose de los preceptos divinos, a los que no quiere someter ni su razón ni su voluntad. Y suele ocurrir que las consecuencias son desastrosas... Entonces culpamos a Dios por haberlo consentido y volvemos a apoyarnos en nuestras fuerzas y nuestro criterio para arreglarlo..., con lo que todo sigue empeorando. Porque no hay forma de forma de progresar adecuadamente si dejamos de lado la Ley Natural y el camino que Dios nos ha marcado.

En Babel, Dios bajó y confundió la lengua de los hombres para que no se entendiesen entre ellos; desde entonces no ha vuelto a hacerlo, porque nuestro egoísmo y nuestra desconfianza bastan para que no nos pongamos de acuerdo.

Sí, estoy pensando en la crisis económica que los hombres hemos provocado con nuestra avaricia; y en los torpes y equivocados intentos por salir de ella sin renunciar al egoismo...

jueves, 16 de octubre de 2008

Seguimos con la crisis

A pesar de las fortísimas medidas financieras adoptadas en todo el mundo la crisis sigue adelante... Aunque soy economista, no tengo experiencia en medidas macroeconómicas, por lo que podría equivocarme en mi apreciación de que las medidas, además de insolidarias e injustas con los más desfavorecidos, son equivocadas... tremendamente equivocadas. Y, aunque mi criterio en estos temas no sea de fiar, la realidad es que no están dando los resultados perseguidos. ¿Cómo pueden equivocarse tantas personas y tan profundamente? Aventuraré una teoría.

El padre de la mentira -ese felón que ha estado inflando el globo de la especulación financiera e inmobiliaria apoyándose en la avaricia humana-, ahora está induciendo a los dirigentes a tomar medidas equivocadas, medidas que a medio plazo agravarán la situación, lo que provocará un desastre económico mundial. Y, lo que es peor, hará que muchos inocentes queden sumidos en la desaparición económica -ruinas, desempleo, etc-, que es el caldo de cultivo en el que pesca el maligno a los incautos.

Y quizá remate su faena proporcionándonos a un nuevo salvador que nos libere de la crisis, alguien a quien él controle fácilmente; y a quien rendirá pleitesía la humanidad entera, como está previsto que se haga con el anti-cristo. Recordemos que de la crisis de 1929 surgió el salvador nazi que provocó la segunda guerra mundial y el holocausto judío; y de la primera guerra mundial surgió el liberador de los proletarios Stalin que tuvo subyugado a medio mundo durante setenta y cinco años.

En un mundo moderno y globalizado, el Apocalipsis bien podría ser más económico que bélico.

Es una teoría.

jueves, 9 de octubre de 2008

Hablemos de la crisis financiera

Se ha producido una acción concertada de todos los gobiernos, que gastarán centenares de miles de millones de dólares, endeudando a sus Estados, para...

¿Erradicar el hambre en el mundo?
¿Frenar el aumento del precio de los alimentos?
¿Proporcionar agua potable a tantos habitantes del planeta que carecen de ella?
¿Construir hogares para los sin-techo?
¿Erradicar la malaria, el tifus, el cólera, la tuberculosis, la lepra...?
¿Invertir en el tercer mundo para sacarlo del subdesarrollo?

Todo esto se podría hacer con ese dinero... y seguramente sobraría algo; pero no, no se va a destinar a eso, se va a destinar a salvar a las instituciones especulativas del mundo y, de paso, nuestros ahorros (muchos también especulativos)...; es decir lo que nos es superfluo...

¿Nadie se ha parado a pensar que si se invirtiesen esos miles de millones de dólares en el Tercer Mundo, se produciría tal incremento del PIB mundial que acabaría repercutiendo en los países desarrollados...?

Pero no, preferimos garantizar nuestra calidad de vida, nuestros ahorros, nuestros placeres (muchos de ellos ilícitos e innobles)... incluso quemar alimentos en nuestros vehículos para seguir desplazándonos sin contaminar nuestro mundo... ¡sí, esos alimentos que otros necesitan para seguir viviendo! Por no compartir, no queremos compartir ni con nuestros hijos... ya que nos negamos a tenerlos, condenando a occidente a extinguirse y llevarse a la tumba toda su riqueza acumulada.

No cabe duda de que hace tiempo que esta actitud constituye un delito de lesa humanidad, del que todos los occidentales somos culpables (yo, el primero)...; y todavía nos atrevemos a culpar a Dios por consentir tanta miseria...; a Él que ha dotado al mundo de mucho más de lo que se necesitaría para que toda la humanidad viviese dignamente, si no fuese por la rapiña de tanto acaparador.

Espero que la misericordia de Dios no permita el castigo que merecemos; y se limite a quedarse mirando como nuestra avaricia y materialismo provocan la mayor y mas larga crisis que se haya conocido...; quizá la crisis que definitivamente vuelque la balanza a favor de los países en vías de desarrollo... y provoque la decadencia definitiva de esta sociedad enferma y corrompida.

Porque el hombre ha puesto su confianza en la especulación financiera e inmobiliaria, no en el trabajo cotidiano y el ingenio, con los que teníamos que cumplir el mandato de Dios: multiplicaos y dominad la tierra... Ahora que ese castillo de naipes se hunde, que nuestros dioses de barro se deshacen, ya no somos capaces de fiarnos de nada ni nadie, lo que agrava aún más la situación: la crisis financiera es una crisis de confianza...; y ningún plan de ayuda nos sacara de una crisis que se alimenta a si misma.

La única solución es volver al trabajo productivo, pensando en crear riqueza para la humanidad, no en acumularla para unos pocos: en crear bienes y productos, no entelequias financieras.

Como economista que soy, me consta que todo esto que he expuesto suena a demagógico; pero... en el fondo de nuestros corazones ¿no sentimos que es verdad?

sábado, 4 de octubre de 2008

El Señor de la vida

Desde hace ya tiempo, en España y en el resto del mundo, se está produciendo un ataque generalizado contra la vida humana; y es un ataque total que trata de suprimir tanto al no nacido como al anciano. Por otra parte, el hombre se empeña en "crear" o modificar esa vida mediante técnicas de biogenética. Es evidente que el hombre moderno quiere llegar a ser el "señor de la vida"; algo así como lo que pretendieron Adán y Eva con la dichosa manzana: ser como dioses o, lo que es lo mismo, dejar de depender de Dios.

El problema es que para hacerse como dioses, tienen que eliminar la paternidad de Dios, separarle del proceso creativo; y si Dios no es nuestro Padre común, entonces los seres humanos ya no somos hermanos: nos dejan huérfanos y aislados... ¿Alguien se imagina a lo que puede llegar una sociedad así?

Parece que al hombre moderno no le basta, en su soberbia, independizarse de Dios: necesita matarle, suprimirle de todo proceso; y lo consiguen. Consiguen que Dios -el Señor de la vida- desaparezca de todos aquellos lugares en los que el ataque a la vida, el desprecio de la vida, se ha implantado... Todavía se le puede encontrár entre los que nos asustamos de este estado de cosas, entre los que nos dolemos de que la humanidad haya renegado de sí misma.

Espero que Dios tenga ahora más paciencia (¿o misericordia?) con nosotros y no acabe echándonos del Paraíso: ¡tiemblo sólo de pensar lo que esa expulsión podría significar!

jueves, 2 de octubre de 2008

La santidad en la vida ordinaria

Hoy es dos de octubre y hace ochenta años que San Josemaría fundó el Opus Dei. No quiero dejar de rendir un homenaje a este santo español que fue precursor de la santidad en la vida ordinaria -en el trabajo de cada uno-, a la que mucho después nos urgiese el Concilio Vaticano II.

La santidad de los laicos tiene especial importancia en nuestros días, en los que tanto escasean las vocaciones religiosas: es en los padres y madres de familia en los que descansa en gran parte la responsabilidad de transmitir la Fe. Y esta responsabilidad es grave, ya que lo tenemos que hacer no sólo con la palabra, sino también con el ejemplo: enseñarles a ser cristianos en medio del mundo.

Y ser cristianos en medio del mundo no significa ser cristianos en la familia y en la Iglesia, para luego salir y escondernos en medio del mundo: significa ser cristianos manifiestamente en medio de los demás... ¡No se enciende la lámpara para ponerla debajo del celemín!, sino para que alumbre al resto de la sociedad.

Gracias San Josemaría por habernos recordado desde hace tanto tiempo esta realidad; ayúdanos a no ser cristianos escondidos en medio del mundo.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Dios en la vida pública

Los cristianos nos quejamos con frecuencia de que la sociedad progresista pretende sacar a Dios de la vida pública y relegarlo a las conciencias de los creyentes. Contra esto último no tengo nada, ya que sería muy bueno que Dios estuviese en las conciencias de todos los creyentes; y que estuviese muy activo.

Bromas aparte, creo que efectivamente los que se dicen no creyentes -aunque se crean un montón de tonterías que los medios "progres" les cuentan a diario- están empeñados en que no se hable de Dios en público. Y constato que están ganando la batalla.

Y la están ganando no porque ellos avancen, sino porque nosotros retrocedemos: estamos dejando de hacer referencias a Dios en nuestra vida cotidiana. No me refiero a nuestro testimonio consciente de cristianos, que cada vez nos da más vergüenza manifestar, sino a esas pequeñas manifestaciones que dos mil años de cristianismo han ido incrustando en las costumbres occidentales; y que ahora se están perdiendo.

Pienso que si los nueve millones de personas que tenemos costumbre de ir a Misa los domingos volviésemos a utilizar el nombre de Dios más a menudo, en seguida volveríamos a traerle a la vida pública.

Por ejemplo, si en vez del "hastaluego", decimos "aDios", o mejor aún: "vaya usted con Dios" o "que Dios te guarde" .

Y cuando algo sale bien o se evita un mal, alegrarnos diciendo "gracias a Dios que...".

Y cuando hagamos planes o enviemos invitaciones, recuperemos la fórmula cristiana de "Dios mediante (D.m.)" o "... si Dios quiere".

Si lo hacemos con cierta picardía, para que se note que no es una fórmula rutinaria, sino que la empleamos conscientemente, que nosotros contamos con Dios, mejor aún.

A esto podríamos añadir las referencias a nuestra vida religiosa, a nuestra cita dominical con la Iglesia, la fiesta de la Virgen de nuestro pueblo o la procesión del Santo Patrón. Ya sería para nota recuperar esa costumbre tan sencilla como santiguarse al salir de casa o pasar delante de una Iglesia (que en definitiva es un Sagrario); y bendecir la comida antes de empezar o dar gracias al terminar, aunque estemos en un sitio público.

Si en vez de guardar "un minuto de silencio" al conocer la muerte de alguien o producirse una catástrofe, nosotros aprovechamos para rezar un Padrenuestro, estaremos testimoniando públicamente que nos creemos nuestra Fe.

Por supuesto, ahora que tantos "despistados" se cuelgan un rosario a modo de collar, nosotros no deberíamos tener reparo en llevar una medalla o un crucifijo; pero no como adorno, sino como devoción... y si lo besamos en público con cualquier ocasión, mejor.

Recuperar todas estas prácticas y muchas otras sería la mejor -y más sencilla- manera de volver a recordar las raíces cristianas de nuestra sociedad; y si quienes retoman estas fórmulas tienen notoriedad pública (políticos, periodistas, famosos, empresarios, etc...) animarán a los demás a hacerlo.

¡Qué menos podemos hacer por Dios!

lunes, 22 de septiembre de 2008

Salvar la vida

"El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que la pierda por mí, ése la salvará" (Lc 9, 24)

Por supuesto que esta frase tuvo su aplicación cuando a los primeros cristianos se les puso ante el dilema de renunciar a su fe o morir por ella.

Pero, yo me pregunto: ¿sigue vigente en nuestros días?; ¿que es salvar la vida?; ¿qué es perder la vida?

Pues creo que, en sentido figurado, tiene plena aplicación en nuestro tiempo; y no me estoy refiriendo a aquellos países en los que existe persecución de los cristianos, sino en nuestras sociedades libres.

¿Cuándo pretendemos salvar nuestra vida? Pues cada vez que, ante una dificultad, nos separamos de la voluntad de Dios, para aplicar nuestro propio criterio.

Por ejemplo, cuando queremos salvar nuestra vida deshaciéndonos de un embarazo no deseado; entonces la estamos perdiendo, porque matando al hijo matamos parte de nuestra propia vida... ¡y toda la suya!

Y cuando nos planteamos la idea de divorciarnos -a pesar de que le habíamos prometido delante de Dios fidelidad de por vida a nuestro cónyuge-, alegando que "tenemos derecho a rehacer nuestra vida" o "esta vida ya no hay quien la soporte"; entonces, cuando creemos que la estamos salvando, es cuando la perdemos... ¡y muy probablemente también echemos a perder la del cónyuge y las de los hijos!

O cuando queremos determinar nuestra orientación sexual al margen de nuestra propia constitución fisiológica, porque nos consideramos dueños de nuestra propia sexualidad; entonces la estamos entregando a un dueño que nos engaña y tiraniza... ¡y no estaremos viviendo nuestra vida, sino su disfraz!

Cuando consentimos que el trabajo ahogue nuestra vida familiar, porque queremos salvar nuestra calidad de vida; entonces perdemos la calidad y la vida familiar... ¡y seguramente acabemos perdiendo también la familia!

Cuando queremos decidir sobre nuestra vida sin ningún tipo de límite ni moral; entonces se la estamos entregando a nuestros vicios y dependencias... ¡y ya no seremos nosotros quienes decidamos, sino ellos!

Si queremos que nuestra buena fama esté por encima de todo; entonces seremos esclavos del qué dirán... ¡y espías de nosotros mismos!

Cuando nos dejamos dominar por la ambición y la avaricia para garantizar nuestra buena vida; entonces garantizamos que siempre estaremos dominados por ellas... ¡y nuestra vida nunca será buena!

Si queremos salir de ese apuro contando una mentira; entonces seremos esclavos de nuestra mentira... ¡y perderemos el prestigio que pretendíamos salvaguardar!

Y así cada vez que creemos que podemos resolver un problema al margen de la voluntad de Dios: no resolvemos nada y empeoramos nuestra situación.

Por eso termina recordándonos el Señor: "Porque ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero si se destruye a sí mismo o se pierde?" (Lc 9, 25)

Pues eso..., salvemos nuestra vida del modo como Jesús nos enseña, !porque sabe mucho más que nosostros de nuestros propios problemas!

miércoles, 10 de septiembre de 2008

La conversión, ¿es convencimiento o flechazo?

Recientemente, el Papa Benedicto XVI comentaba la conversión de San Pablo y nos recordaba que el Cristianismo no es ni una filosofía ni una moral, sino un encuentro personal con Cristo. Además, afirmaba que el propio interesado, San Pablo, nunca admitió que su encuentro con Cristo en el camino de Damasco fuese una conversión, ya que el cambio de su vida no fue fruto de una evolución intelectual o moral, sino una renovación instantánea, derivada exclusivamente de ese encuentro. "Sólo somos cristianos si encontramos a Cristo", explicó el pontífice.

Esto significa que todos los esfuerzos por explicar la Biblia, la moral o la concepción social cristiana -incluidos los que hago desde este blog-, no sirven para acercar al Cristianismo a nadie si éste no experimenta su encuentro con Cristo: es necesario "...tocar el corazón de Cristo y sentir que Él toca el nuestro. Sólo en esta relación personal con Cristo, sólo en este encuentro con el Resucitado nos convertimos realmente en cristianos" -afirmó el Papa.

¿Dónde encontrase con Cristo? También el Papa nos da la respuesta: "...en la lectura de la Sagrada Escritura, en la oración, en la vida litúrgica de la Iglesia".

Los que estamos en esto de "razonar" la fe, a veces olvidamos que no se trata de "convencer" a nadie, sino de "tocarles el corazón"; olvidamos que no somos apóstoles de la moral, la familia, la vida o la justicia social, sino que somos apóstoles de Cristo, y que es a Cristo a quien debemos llevar a los demás para que el mismo Cristo les toque el corazón.

Con frecuencia nos desanimamos ante la ideología hostil que nos rodea; y nos olvidamos que el Cristianismo se difundió más con "el flechazo" que con "el razonamiento".


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P.D.: Si alguien está interesado en encuentros personales con Cristo, le remito a mi entrada de 20-3-07, en la que comento la impresión que me causó un Cursillo de Cristiandad.

jueves, 31 de julio de 2008

El yugo del Estado

Con nuestra soberbia occidental, nos hemos sacudido el yugo de Dios [suave y ligero]; y nos hemos sometido al yugo del Estado, implacable y frecuentemente absurdo.

No aceptamos los mandatos divinos, que regulan el orden natural; pero, para mantener cierta seguridad y orden social, el Estado tiene que reglamentar aspectos personales e intimos: por una parte, regula las propias desviaciones morales [fornicación, adulterio y sodomía]; por otra, establece normas arbitrarias y artificiales mucho más pesadas y menos eficaces que las divinas: sustituye convivencia [matrimonio] por coexistencia [unión de hecho]; amor por interés; caridad por solidaridad; trabajar para tener un tesoro en el Cielo, por trabajar para la ganancia mundana; conciencia por vigilancia policial. Y para implantar esta nuevo sistema amoral primero tiene que eliminar lo poco de religión que todavía hemos mantenido. Esto se ha hecho de forma más hostil con gobiernos de izquierda y de forma más solapada con los de derecha; pero todos imponen su orden social artificial en sustitución del orden natural divino.

Dimos la espalda a Dios y nos entregamos al hombre; y Dios, como el peor de los castigos, simplemente nos ha dejado hacer: no nos quejemos de las consecuencias... y volvamos a Dios.

martes, 29 de julio de 2008

La Fe es el conocimiento más certero

Seguimos hablando del conocimiento experimental, que no es más que una de las cuatro formas de conocimiento que existen, -junto con la fe, la evidencia y el razonamiento-; pero que se considera la única forma válida de conocimiento certero.

Sin embargo, el conocimiento experimental no es más que una forma de evidencia provocada, por la que se deduce de un caso particular una regla general: es una evidencia razonada, sujeta, por tanto, a la misma falibilidad que los sentidos y que la razón: el experimento es la interpretación lógica de un suceso observado, que ha sido provocado previamente. Si la observación del caso particular ha sido equivocada o su interpretación lógica ha sido errónea, también lo será la regla general que deduzcamos del mismo. Esto se produce cada vez que los científicos mejoran los métodos o instrumentos de observación: se declara equivocada la opinión que se mantuvo hasta entonces y se establece un nuevo "dogma científico irrefutable".

Y es que, efectivamente, la certeza de una evidencia o de un razonamiento depende de la habilidad de los sentidos o la confianza en el propio juicio: por ejemplo, el ciego que deduce un hecho al oír un sonido, acertará si su oído es bueno y su interpretación correcta. El conocimiento sensible viene del exterior y está sujeto a falibilidad; en el razonamiento, la certeza viene del propio sujeto, de la confianza en la propia inteligencia, no del exterior, y también está sujeto a falibilidad.

En el caso de la Fe, ésta proviene del exterior, del Revelador; y no basa su certeza en la habilidad de nuestros sentidos o nuestro razonamiento, sino en la confianza que ponemos en la sabiduría y bondad del Revelador. Por lo tanto, el conocimiento revelado está sujeto solo al error del engaño. Pero si Dios no puede ni engañarse ni engañarnos: ¿que conocimiento es más certero?; ¿por qué ese complejo de la Fe frente a los demás conocimientos?

Para los que creemos en un Dios que se revela, la Fe es la forma de conocimiento más certera; y los que no creen: ¿por qué tienen tanta fe en sus experimentos?

martes, 22 de julio de 2008

La mentalidad del mundo

Terminamos por ahora con la serie de entradas sobre Jesús de Nazaret.


Nos comenta Benedicto XVI que algunos hombres no se conforman con el Reino de los Cielos, ellos como "son hombres" quieren el "Reino de la Tierra". Interpretan el sermón de la montaña como la envidia de los cobardes e incapaces, que no están a la altura de la vida y el mundo; y quieren vengarse con las bienaventuranzas, exaltando su fracaso e injuriando a los fuertes, a los que tienen éxito, a los que son afortunados.

Los que así piensan, ante la amplitud de miras de Jesús contraponen una concentración angosta en las realidades de aquí abajo: la voluntad de aprovechar ahora el mundo y lo que la vida ofrece, de buscar el cielo aquí abajo y no dejarse inhibir por ningún tipo de escrúpulo. Y tienen razón en cuanto a la contraposición entre el Reino de Dios y el reino mundano: sí, las Bienaventuranzas se oponen a nuestro gusto espontáneo por la vida, a nuestro hambre y sed de vida. Exigen conversión, un cambio de marcha interior respecto a la dirección que tomaríamos espontáneamente. Pero esta conversión saca a la luz lo que es puro y más elevado, dispone nuestra existencia de manera correcta... sólo por la vía del amor, cuyas sendas se describen en el sermón de la montaña, se descubre la riqueza de la vida, la grandiosidad de la vocación del hombre.


Como decía Juan Pablo II, Dios revela al hombre el misterio del hombre: Jesús es nuestro Camino, la Verdad y la Vida; el que por soberbia quiera ser como Dios por otra vía, perderá su vida.

lunes, 14 de julio de 2008

El sermón de la Montaña

Seguimos con el Jesús de Nazaret, de Benedicto XVI.

¿Cómo se reconoce el reinado de Dios en la tierra? ¿Cuáles son sus normas?

El sermón de la montaña es la "nueva Torá" que Jesús trae al mundo: está dirigido a todos los hombres del pasado, del presente y del futuro; pero para poder entenderlo, se exige ser discípulo de Jesús: sólo se puede vivir cuando se sigue a Jesús, cuando se camina con Él, cuando se obtiene su gracia.

Las Bienaventuranzas son palabras de promesa que sirven al mismo tiempo como discernimiento de espíritu, son palabras orientadoras. Promesas en las que resplandece la nueva imagen del hombre y del mundo que Jesús inaugura; paradojas en las que se invierten los valores: con Jesús entra alegría en la tribulación. Las Bienaventuranzas expresan lo que significa ser discípulo: se proclama en la vida, en el sufrimiento y en la misteriosa alegría del discípulo que sigue plenamente al Señor. "Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí". Las Bienaventuranzas son la trasposición de la cruz y la resurrección a la existencia del discípulo. Son señales que también indican el camino a la Iglesia, que debe reconocer en ellas su modelo.

Los pobres de espíritu -piadosos-. En su pobreza, Israel se siente cercano a Dios. Los pobres, en su humildad, están cerca del corazón de Dios; los ricos, en su arrogancia, sólo confían en sí mismos. Los pobres son hombres que no alardean de sus méritos: no se presentan ante Él como socios en pie de igualdad; Llegan con las manos vacías; no con manos que agarran y sujetan, sino con manos que abren y dan. Pero la pobreza puramente material no salva, si ésta nos lleva a olvidar a Dios y codiciar los bienes materiales. Se debe entender el poseer sólo como servicio y, frente a la cultura del tener, contraponer la cultura de la libertad interior [tener como si no se tuviera], creando así las condiciones de la justicia social. El sermón de la montaña no es un programa social; pero sólo donde la fuerza de la renuncia y la responsabilidad por el prójimo y por toda la sociedad surge como fruto de la fe, sólo allí puede crecer también la justicia social.

Los humildes heredarán la tierra. "Cargad con mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón": "mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso, modesto y cabalgando en un asno" (Zacarías 9,9). Jesús con su entrada en Jerusalén a lomos de una borrica, nos manifiesta toda la esencia de su reinado.

Dichosos los afligidos: la aflicción que ha perdido la esperanza, que ya no confía en el amor y la verdad, destruye al hombre por dentro; pero la aflicción provocada por la conmoción ante la verdad, lleva al hombre a la conversión, a oponerse al mal.

En Ezequiel 9 vemos cómo quedan excluidos del castigo los que no siguen a la manada, que no se dejan llevar por el espíritu gregario para participar en una injusticia que se ha convertido en algo normal, sino que sufren por ello. Aunque no está en sus manos cambiar la situación en su conjunto, se enfrentan al dominio del mal mediante la resistencia pasiva del sufrimiento: su aflicción pone límites al poder del mal; como María junto a Juan y las demás mujeres al pié de la Cruz: en un mundo plagado de crueldad, de cinismo o de connivencia provocada por el miedo, encontramos un pequeño grupo de personas que se mantienen fieles; no pueden cambiar la desgracia, pero compartiendo el sufrimiento se ponen del lado del condenado; y con su amor compartido se ponen del lado de Dios, que es amor.

Dichosos los que trabajan por la paz: "en nombre de Cristo, os pedimos que os reconciliéis con Dios" (2 Cor. 5 20). La enemistad con Dios es el punto de partida de toda corrupción del hombre; superarla es el presupuesto fundamental para la paz en el mundo. El empeño en estar en paz con Dios, es una parte esencial del propósito por alcanzar la paz en la Tierra. Cuando el hombre pierde la vista de Dios, fracasa la paz y predomina la violencia, con atrocidades antes impensables, como lo vemos hoy de manera sobradamente clara.

Bienaventurados los perseguidos por causa de la Justicia: la fe aparecerá siempre como algo que se contrapone al "mundo" -a los poderes dominantes en cada momento-, y por eso habrá persecución a causa de la Justicia en todos los periodos de la Historia.

Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Son personas con una sensibilidad interior que les permite oír y ver las señales sutiles que Dios envía al mundo y que así quebrantan la dictadura de lo acostumbrado. Edith Stein dijo en cierta ocasión que quien busca con sinceridad y apasionadamente la verdad está en el camino de Cristo. El pensamiento contemporáneo tiende a sostener que cada uno debe vivir su religión, o quizás también el ateísmo en que se encuentra. ¿Se salvará alguien y será reconocido por Dios como un hombre recto, porque ha respetado en conciencia el deber de la venganza sangrienta? ¿Porque se ha comprometido firmemente con y en la guerra santa? ¿O porque ha ofrecido en sacrificio determinados animales? ¿O porque ha respetado las abluciones y otras observancias rituales? ¿Porque ha convertido sus opiniones y deseos en norma de su conciencia y se ha erigido a sí mismo en el criterio a seguir? No, Dios pide lo contrario: exige mantener nuestro espíritu despierto para poder escuchar su hablarnos silencioso, que está en nosotros y nos rescata de la simple rutina conduciéndonos por el camino de la verdad; exige personas que tengan hambre y sed de justicia: ése es el camino que finaliza en Jesucristo.

Dichosos los limpios de corazón. A Dios se le puede ver con el corazón: la simple razón no basta. La voluntad debe ser pura y, ya antes, debe serlo también la base afectiva del alma, que indica a la razón y a la voluntad la dirección a seguir. El corazón ha de ser puro, profundamente abierto y libre, para poder ver a Dios. ¿Cómo se vuelve puro el ojo interior del hombre? Preguntando por Dios, buscando su rostro, esto es: la honradez, la sinceridad, la justicia con el prójimo; el contenido esencial del Decálogo. Poner el acento en la búsqueda de Dios y la justicia con el prójimo, más que en el mero conocimiento de la Revelación: de esta actitud se deriva la posibilidad de salvación del que la desconoce.

Veremos a Dios cuando entramos en los mismos sentimientos de Cristo. La purificación del corazón se produce al seguir a Cristo, al ser uno con Él. El ascenso a Dios se produce precisamente en el descenso del servicio humilde, en el descenso del amor, que es la esencia de Dios y, por tanto, la verdadera fuerza purificadora que capacita al hombre para percibir y ver a Dios. El amor es el fuego que purifica y une razón, voluntad y sentimiento: así entra el hombre en la morada de Dios y puede verlo.

El Reino de Dios se resume en una frase: El que quiera ganar su vida -simplemente gozar- la perderá; pero el que pierda su vida -rinda su voluntad a la de Dios- la ganará, será verdaderamente hombre.

viernes, 4 de julio de 2008

El Reino en el Evangelio

Veremos ahora cómo explica Benedicto XVI el Reino de Dios a la luz del propio Evangelio.

Afirma, en primer lugar, que el Evangelio no es un mensaje méramente informativo, se trata de un mensaje con autoridad, operativo: no es simple comunicación, sino acción, fuerza eficaz que penetra en el mundo salvándolo y transformándolo; su propio anuncio ya cambia al hombre que lo escucha. El contenido central del Evangelio es que el Reino de Dios está cerca; pero pide a los hombres una respuesta: su conversión y su fe.

El Evangelio pone de manifiesto:

- Jesús mismo ya es el Reino en medio de los hombres, porque Él es la presencia de Dios.
- Quiere que Dios reine en nosotros: su lugar está en el interior del hombre, quiere reinar en nuestro corazón.
- El Reino de Dios que predica y la Iglesia que Él instituye se relacionan entre sí.

Nuestro error sería caer en una visión secularista del Reino -el Reinocentrismo-, buscar el bienestar en la tierra, desvinculándolo de la presencia de Dios. El reinocentrismo trata de unir todas las fuerzas positivas de la humanidad: un mundo en el que reinen la paz, la justicia y la salvaguarda de la creación. El destino de las religiones sería colaborar todas juntas a la llegada de este Reino; sus tradiciones y diversas identidades serían algo secundario. En este planteamiento -idea secular utópica- Dios ha desaparecido; el respeto a las tradiciones religiosas es solo aparente: son simples costumbres que se consienten mientras no contradigan a los nuevos dogmas proclamados por una opinión pública mediáticamente creada. Pero esta utopía sin Dios es una falacia que se descubre al hacernos las siguientes preguntas: ¿quién nos dice qué es la Justicia?; ¿cómo se construye la paz? Sin una referencia a Dios, estos conceptos se convierten en cobertura de doctrinas de partido que se imponen forzosamente a todos.

Pero el mensaje evangélico anuncia el Reino de Dios, no un reino de otro tipo: anuncia la soberanía de Dios sobre el mundo, el Dios vivo capaz de actuar en el mundo y en la historia de un modo concreto. Por esto, en vez de Reino de Dios, sería mejor hablar del "reinado de Dios" en el mundo; empezando por su reino en nuestros corazones.

Por esto, el Reino de Dios tienen escasa importancia en la Historia -es como el grano de mostaza o la levadura-, pero resulta determinante para el resultado final. El reinado de Dios que Jesús anuncia es algo muy complejo que debe ser aceptado en su conjunto y dejarnos guiar por su mensaje. El Reino no consiste simplemente en la presencia física de Jesús, sino en su obrar en el Espíritu Santo: su manifestación más evidente es que expulsa a los demonios. A través de su presencia y su actividad Dios entra en la historia de un modo nuevo: como Aquél que obra. Reina al modo divino, sin poder temporal, mediante el amor que llega al extremo.

Si reducimos el Reinado de Dios al mero bienestar y progreso humanos, nos estamos conformando con bien poca cosa y estamos rechazando lo más importante.

miércoles, 2 de julio de 2008

El reino de Dios en la tierra

Seguimos repasando el libro Jesús de Nazaret, de nuestro querido Benedicto XVI. En esta entrada, vamos a ver cómo explica el Reino de Dios que Cristo nos predicó: ¿cómo realizarlo en la tierra?

Empieza con la afirmación de Jesús: "Se me ha dado pleno poder en el Cielo y en la tierra" (Mt 28,16). El Señor tiene poder en el cielo y en la tierra: sin el cielo, el poder terreno se queda siempre ambiguo y frágil. Y solo el poder que está bajo la bendición de Dios puede ser digno de confianza. Pero Jesús tiene este poder en cuanto que resucitado, es decir: este poder presupone la cruz, presupone su muerte. El reino de Cristo no crece desde el poder temporal o la espada, crece a través de la humildad de la predicación en aquellos que aceptan ser sus discípulos y cumplen sus mandamientos. El imperio cristiano intentó muy pronto convertir la Fe en un factor político de unificación imperial; pensaron que la debilidad de la Fe -la debilidad terrena de Jesucristo- debía ser sostenida por el poder político y militar: asegurar la Fe por la fuerza. Esto pone de manifiesto que la lucha por la libertad de la Iglesia, la lucha para que el reino de Jesús no pueda ser identificado con ninguna estructura política, hay que librarla en todos los siglos y circunstancias, tanto las favorables como las adversas; porque la fusión entre Fe y poder político siempre tiene un precio: la Fe se pone al servicio del poder y debe doblegarse a sus criterios.

La elección del pueblo ante Pilatos entre salvar a Jesús o salvar a Barrabás no es casual: se contraponen dos figuras mesiánicas, dos formas del mesianismo frente a frente. La elección se establece entre un mesías que acaudilla una lucha -que promete libertad y su propio reino-, y este misterioso Jesús que anuncia la negación de sí mismo como camino hacia la vida. El tentador nos propone decidirnos por lo racional, preferir un mundo planificado y organizado, en el que Dios puede ocupar un lugar, pero como asunto privado, sin interferir en nuestros propósitos esenciales. En el nuevo orden, el objetivo es la paz, el bienestar del mundo y la planificación racional del progreso.

¿Qué debe hacer un salvador del mundo? La nueva forma de la tentación de elegir a Barrabás es interpretar el cristianismo como una receta para el progreso; y reconocer el bienestar común como la auténtica finalidad de todas las religiones, también la cristiana. En el fondo, pensamos siempre que, si Jesús quería ser el mesías de todos, debería haber traído la edad de oro a la tierra: la paz y el bienestar.

Pero ningún reino de este mundo es el Reino de Dios; el que afirme que puede edificar el mundo según el engaño de Satanás, hace caer el mundo en sus manos. ¿Qué ha traído Jesús realmente, si no ha traído la paz al mundo, el bienestar para todos, un mundo mejor? Jesús simplemente ha traído a Dios; y con Él la verdad sobre nuestro origen y nuestro destino [Dios explica al hombre el misterio del hombre]; trajo la fe, la esperanza y el amor. Solo nuestra dureza de corazón nos hace pensar que esto es poco. Los reinos de la tierra, que Satanás puso en su momento ante el Señor, se han ido derrumbando todos. Pero la gloria de Cristo, la gloria humilde y dispuesta a sufrir, la gloria de su amor, no ha desaparecido ni desaparecerá. Frente a la promesa mentirosa de un futuro que, a través del poder y la economía, garantiza todo a todos, Él contrapone a Dios como auténtico bien del hombre. Frente a la invitación a adorar el poder, el Señor propone adorar sólo a Dios; y con respecto al hombre, nos propone el amor al prójimo.


¡Qué estrechez de miras pensar que Dios es poco y deslumbrarnos por el progreso!

miércoles, 18 de junio de 2008

Conocimiento experimental

Sigo dándole vueltas al tema del conocimiento científico o experimental y a su soberbia pretensión de ser el único válido.

En la actualidad se piensa que no hay forma de conocimiento más exacta que el derivado de la ciencia experimental. Hasta tal punto es así, que nos maravillamos de que el hombre haya podido avanzar hasta nuestros días sin ese conocimiento científico fiable. Pero si lo pensamos un poco, nos damos cuenta de que, efectivamente, el hombre con la única herramienta de su razonamiento intelectual, ha sido capaz de desarrollar las actuales ciencias experimentales; por lo tanto, alguna validez tendrá -al menos en la práctica- el conocimiento que le guió hasta nuestra situación actual.

Y no solo esto: si repasamos honradamente la historia, vemos que el conocimiento derivado de la ciencia experimental está periódicamente sujeto a revisión y superación; hasta tal punto que es prácticamente seguro decir ante cualquier afirmación científica actual que es mentira... y el tiempo nos dará la razón con otra afirmación científica posterior que rechace a la actual. Parece derivarse del propio método experimental la cualidad de llegar a conclusiones erróneas, que sirven para el avance científico temporal; pero que, a la postre, serán superadas y reconocidas como grandes errores.

Sin embargo, el conocimiento derivado del propio razonamiento humano -de la fe o de la evidencia- sí ha llegado a verdades que han soportado el avance científico y el inmenso aumento del conocimiento humano en general: las matemáticas, la geometría, la poesía, la música, formas maravillosas de arte y literatura; ética y moral... Y muchos de los logros del hombre no se han visto superados por el paso de los siglos... a pesar de que el hombre no contaba más que con su propio discernimiento y mucha más tenacidad que en nuestros días: las pirámides de Egipto, las tragedias griegas, las grandes sinfonías, la metafísica y la lógica, el teatro de Shakespeare o Calderón -con la altísima psicología que revelan-, el código de Hammurabi, el palacio de Mojenjodaro o la Muralla China, los cálculos sobre la órbita de los planetas, la curvatura de la Tierra.... Todo esto fue realizado por hombres que no contaban ni con una simple calculadora, si sabían lo que es un ordenador portátil y un GPS.

Pero todo este conocimiento se desprecia y arrincona, porque no se trataba de ciencia experimental, por aquellos mismos científicos soberbios que nos tienen acostumbrados a sus constantes rectificaciones de conclusiones. La Tierra era redonda y Colón estaba en lo cierto al razonarlo así; pero cuando quiso experimentarlo, entonces se equivocó: confundió América con "las Indias"; lo mismo ha venido ocurriendo con el paulatino descubrimiento del Universo: las rectificaciones son constantes, salvo las conclusiones derivadas del simple razonamiento humano.
Entonces, por qué no damos prioridad al otras formas de conocimiento y nos despojamos de la soberbia científico-experimental. Por qué no reconocemos la validez de conclusiones de otro tipo que han permitido a la humanidad llegar hasta la perfección social de nuestros días. Si nadie rechaza el 2 + 2 = 4 -por muy antiguo e inexperimentable que sea-, por qué rechazamos la familia natural -igual de antigua y que de hecho nos ha servido fielmente- aunque no pueda demostrarse científicamente su preeminencia.


¿No estará el hombre con su soberbia científico-experimental dinamitando las propias bases de su progreso?

miércoles, 28 de mayo de 2008

Jesús de Nazaret

Quiero comenzar con esta entrada a comentar el libro de Benedicto XVI "Jesús de Nazaret", empezando por recomendar vivamente su lectura. En realidad no se trata tanto de una biografía de Jesucristo, como de una exposición en profundidad de su mensaje y, por tanto, de los fundamentos del cristianismo, saliendo al paso de las muchas desviaciones que, desde dentro, se han producido en las últimas décadas.

Aunque la totalidad del volumen es genial, algunos de los comentarios los he encontrado más específicos para la situación actual del mundo y aplicables a la generalidad de los mortales.

Empezaré por la actitud más común de nuestros días: la tentación de apartar a Dios de nuestra vida. Al respecto, afirma Benedicto XVI que éste es precisamente el núcleo de toda tentación: anteponer todo lo que parece más urgente en nuestra vida, y apartar a Dios, que pasa a ser algo secundario, o incluso superfluo y molesto.

La gran tentación de siempre (desde el pecado original: seréis como dioses) es el empeño en poner orden en nuestro mundo por nosotros mismos, sin Dios, contando únicamente con nuestras propias capacidades; y lo que es más grave, contando sólo con nuestro criterio. En el fondo, el hombre moderno no inventa anda, es la tentación de siempre: la soberbia que también hizo sucumbir a lucifer, antes que al hombre. La incapacidad de sentirnos creaturas que todo se lo deben a su Creador.

Para arrogarnos la función de ser nuestros propios creadores, empezamos por reconocer como verdaderas sólo las realidades políticas y materiales, y dejar a Dios de lado como algo ilusorio. La tentación finge mostrarnos lo mejor: abandonar por fin lo ilusorio y emplear eficazmente nuestras fuerzas en mejorar el mundo. Lo real es lo que se constata: poder y pan.

Primero se plantea la pregunta: ¿No es el problema de la alimentación del mundo y, más general, los problemas sociales, el primero y más auténtico criterio con el cual debe confrontarse la redención? (El marxismo ha hecho precisamente de este ideal el centro de su promesa de salvación); y con la respuesta viene la tentación: Si quieres ser la iglesia de Dios, preocúpate ante todo del pan para el mundo, lo demás viene después.

Benedicto XVI nos recuerda que Jesús no es indiferente al hambre de los hombres, a sus necesidades materiales, pero las sitúa en el contexto adecuado y les concede la prioridad debida. Jesús mismo se ha convertido en grano de trigo que, muriendo, da mucho fruto. "No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". "El pan es importante, la libertad es más importante, pero lo mas importante de todo es la fidelidad contante y la adoración jamás traicionada" (Alfred Delp, jesuita asesinado por los nazis). Cuando no se respeta esta jerarquía de los bienes, ya no hay justicia, ya no hay preocupación por el hombre que sufre, sino que se crea desajuste y destrucción también en el ámbito de los bienes materiales. Los occidentales, con sus ayudas al tercer mundo, no sólo han dejado de lado a Dios, sino que, además, han apartado a los hombres de Él con su orgullo de sabelotodo, han hecho del Tercer mundo el Tercer Mundo en sentido actual. Si el corazón del hombre no es bueno, ninguna otra cosa puede llegar a ser buena. Y la bondad de corazón solo puede venir de Aquél que es la Bondad misma, el Bien.

Vivimos en este mundo en el que Dios no tiene la evidencia de lo palpable, y solo se le puede buscar y encontrar con el impulso del corazón... hemos de reconocer que no sólo vivimos de pan, sino ante todo de la obediencia a la palabra de Dios. Y sólo donde se vive esta obediencia nacen y crecen esos sentimientos que permiten proporcionar también pan para todos.

Seguir un atajo al camino previsto por Dios, prescindiendo de Él mismo, no conduce a un mundo mejor, sino al abismo.

miércoles, 23 de abril de 2008

La libertad y la verdad

Jesucristo nos dijo: "la verdad os hará libres"; pero el hombre moderno prefiere contraponer libertad y verdad, como si fuesen cosas incompatibles.

Efectivamente, la verdad nos libera, desde el punto de vista de que nos permite elegir con conocimiento de causa (y conocimiento de los efectos). Pero el hombre moderno que no quiere encontrar ningún obstáculo a su soberana voluntad se encuentra con que la verdad, al ser conocida en todo su esplendor, limita sus posibilidades de elección: es muy difícil conocer la verdad y darle la espalda.

Por ejemplo: ante una foto de un niño abortado en la que se ve claramente la verdad del homicidio, nadie es capaz de defender esa atrocidad y, mucho menos, de cometerla. Por eso, para no limitar las posibilidades de elección de las mujeres, se prefiere ocultar la verdad y seguir con la mentira de que el aborto es una simple operación quirúrgica, la extirpación de un pequeño tumor... del pre-embrión.

Pero el hombre moderno va más allá. No le es suficiente con dejarse engañar, con preferir la mentira a la verdad. Para poder ser "libre" totalmente, para que su soberana voluntad (la ley del deseo) no encuentre límite alguno, es preciso negar la verdad: no existe una verdad, sino mi verdad, muchas verdades, tantas como deseos... y cambiantes según las circunstancias. De este modo, se libera también de la necesidad de buscar la verdad antes de decidir, evita esa penosa sensación de estar dejándose engañar constantemente: si no hay verdad, tampoco hay mentira; si no hay verdad, la única norma es mi deseo.

Pero la realidad es muy tozuda: negar la verdad y seguir la ley del deseo no lleva a la felicidad que parecía prometer, sino al vacío existencial y la angustia.

viernes, 18 de abril de 2008

La mentira y el pecado

Dos cosas nos quitan la libertad: la mentira y el pecado. La mentira porque nos impide elegir con conocimiento de causa, por lo tanto, no hacemos lo que queremos, sino lo que nuestra ignorancia nos obliga a hacer. El pecado, porque nos esclaviza. Ambos son armas del maligno: padre de la mentira e incitador al pecado.

Entresaco del libro Jesús de Nazaret de Benedicto XVI las siguientes frases: El núcleo de la revelación bíblica es el Decálogo, que no queda abolido [con el Nuevo Testamento] sino que resplandece con mayor claridad en toda su profundidad y grandeza. La voluntad de Dios nos introduce en la verdad de nuestro ser, nos salva de la auto destrucción producida por la mentira. Dice Jesús: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió".

Es decir, es la mentira lo que nos destruye, precisamente por ser lo opuesto a la voluntad de Dios; luego la mentira es el pecado y el pecado es la mentira. Ambas son la misma cosa: ¿no es el pecado la mentira con la que satán quiere destruirnos? El "seréis como Dioses" que prometió a nuestros primeros padres y nos promete a todos constantemente, ¿no es a la vez pecado y mentira; mentira y pecado?

"La verdad os hará libres"; y se podría añadir: "La verdad os liberará del pecado".

¡Hoy, quizá más que nunca, es imprescindible buscar la verdad!

domingo, 13 de abril de 2008

¿Cualquier religión vale?

Cuentan que un general mejicano, durante la persecución de los cristianos que allí se produjo, reconoció: "Para vivir cualquier religión vale; pero para morir, sólo vale la religión Católica".

¡Qué verdad más profunda!

Si lo único que pretendemos es que transcurran nuestros días, sin especiales complicaciones ni esfuerzos, entonces con cualquier sucedáneo podremos tranquilizar nuestra conciencia, saciar el hambre de trascendencia que todo ser humano siente. Con algunas prácticas de piedad o "meditación trascendental", alguna acción filantrópica y, por supuesto, mucha ecología (que compromete sólo por fuera), nos habremos engañado.

Pero si pensamos en la felicidad eterna, en el juicio que todos tendremos que rendir al final de nuestros días, que "al atardecer de la vida nos examinarán en el amor" (como decía San Juan de la Cruz), ya no nos bastará cualquier religión. Porque desde este punto de vista necesitamos el amor, la misericordia y la justicia de Dios, para no morirnos del susto sólo de pensarlo: presentarnos con nuestra mediocridad ante el que es el SER, la VERDAD y la BONDAD. Entonces necesitamos la Gracia, los Sacramentos y la ayuda de la Iglesia para poder llegar al final con un mínimo de posibilidades.

Efectivamente, para vivir nos podría bastar con la "meditación trascendental" o la Misa dominical rutinaria; pero para morir necesitamos una Religión en la que Dios es Padre... en la que Dios es Amor.

miércoles, 9 de abril de 2008

El trigo y la cizaña

Muchas veces nos quejamos de que Dios consienta el mal y la corrupción en el mundo, sin caer en la cuenta de que es precisamente la "paciencia" de Dios la mejor garantía de nuestra salvación. ¿Que sería de nosotros, si Dios nos extirpase del mundo la primera vez que metemos la pata?


Lo explicó muy bien Jesús con su parábola del trigo y la cizaña. Cuando lo sembradores preguntan al dueño de la tierra si tienen que arrancar la cizaña que ha crecido junto al trigo... "Él les dijo: no, no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega". (Mt 13, 24-30).


Gracias a la bondad de Dios, la cizaña sigue creciendo junto al trigo. Y no es tanto porque al arrancar la cizaña se pueda dañar el trigo, sino porque todos somos en muchos momentos cizaña... y si nos arrancasen entonces, no tendríamos oportunidad de cambiar. En la vida real, la cizaña y el trigo se van intercambiando: todo santo tiene un pasado; y todo pecador un futuro.


Por esto, los momentos de profundas crisis morales y de fe que Dios consiente, no son sino oportunidades para que todos nosotros podamos mejorar.


La presencia del mal en el mundo no tiene que ser ocasión de desesperanza o pérdida de la fe, sino de agradecimiento a Dios por su infinita "paciencia".

martes, 8 de abril de 2008

Contra el mal, transmitir amor.

Seguiremos hablando de nuestra lucha contra el mal.

Si no es contra la carne ni contra la sangre, si nuestra lucha es contra el mal, contra el maligno, entonces debemos adaptar nuestras armas a la pelea. Si el hombre es esclavo de la mentira y del pecado (¿serán ambas la misma cosa?), no sabrá reconocer la verdad ni la virtud, por mucho que nos empeñemos en mostrárselas. Por lo tanto, no se trata de luchar contra el mal con argumentos y manifestaciones públicas: por cada razón nuestra, el maligno les suscitará cien que les llevarán a posiciones mucho más cómodas y placenteras; y quizá esos contra-argumentos confundan a muchos de los nuestros....


No se trata de con-vencer al que está equivocado; se trata de conseguir que quiera ser convencido; se trata de cambiar su corazón. Y sólo hay una forma de cambiar el corazón de un hombre: transmitiendo el bien y la bondad, en definitiva, amando. Porque hay una distancia infinita entre "explicar" el bien y la verdad y "transmitir" el bien y la bondad: las teorías se quedan en eso, en teorías; pero el amor llega fácilmente al corazón y lo transforma.


Se trata de que los demás sientan el amor en la verdad y en la virtud, para que por sí mismos quieran conseguirlos. Como la parábola de la perla valiosa, el tesoro escondido y las demás similares: el que los encuentra vende cuanto tiene para conseguirlo. Entonces ya no necesitamos armas, porque es el convertido el que está deseando que le venzamos, el que ansía la verdad y la virtud: caen sus escamas de sus ojos y ya lo ve todo claro.

¡Ay, si pudiésemos transmitir esta amor!

miércoles, 12 de marzo de 2008

Nuestra lucha es contra el mal

Nos recuerda Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret las palabras de San Pablo a los cristianos de Éfeso: .....porque no es nuestra lucha contra la sangre o la carne, sino contra los principados, las potestades, las dominaciones de este mundo de tinieblas, y contra los espíritus malignos... (Efesios 6, 11-12). Esta frase tienen plena aplicación actual: los niveles de corrupción de la sociedad actual no son debidos a los simples errores o pasiones humanas. El alcance territorial y la intensidad de las aberraciones que hoy se plantean con toda normalidad, incluso contradiciendo las más elementales razones sociales, ponen de manifiesto que todo se debe a un plan perfectamente organizado por el maligno, que utiliza además las debilidades y pasiones humanas para acelerar y magnificar su efecto.

Por ejemplo, ¿cómo una mente racional puede encontrar lógico que una niña de 17 años no pueda ni siquiera comprar tabaco; pero que pueda consentir relaciones sexuales plenas con adultos o abortar desde los 12 años sin consentimiento paterno? ¿Cómo el mismo legislador que cierra los ojos ante las torturas a que se someten a los fetos durante los abortos, puede aprobar una Ley que proteja a los animales de los malos tratos en sus traslados? ¿Qué sociólogo fomenta las uniones homosexuales en una sociedad envejecida por la falta de natalidad? Ante la destrucción de la sociedad actual por falta de fidelidad matrimonial, ¿qué ciudadano recomendaría como solución el divorcio rápido? Y lo que es más extraño: las personas que no están directamente involucradas en esta situaciones, ¿cómo no denuncian estas estulticias sociales?

La propia irracionalidad de muchos de los males que actualmente acosan a la sociedad occidental, la rapidez con que se han extendido estas absurdas propuestas, y el silencio con el que son recibidas por personas supuestamente sensatas, manifiestan a las claras que responde al plan preconcebido por quien quiere destruir la naturaleza humana como forma de destruir la creación de Dios; y utiliza como primer arma la mentira, que queda encubierta por el interés de quien satisface en ella sus pasiones o fomenta su soberbia.

Porque muchos de los actuales planteamientos insensatos se han basado en mentiras que no tienen ningún apoyo ni sociológico ni científico; pero que nadie quiere desmentir; o no se atreven a hacerlo por temor a ser tachados de retrógrados, es decir por la soberbia de no perder su prestigio.


A menudo nos empeñamos en atacar a las personas que lideran estas posturas, o pensamos que cambiándolas mejorarán las cosas; pero el problema no son ellos (pobres tontos equivocados), sino en el mal que subyace y alienta esas insensateces... y subyace también en personas que sin defenderlas abiertamente, se han dejado atraer por la misma pasión o la misma soberbia; personas que nos parecen mejores o tienen actuaciones acertadas en otros campos, pero que en el fondo ya están infiltradas con ese mal.

No quiero, no puedo, ponerme pesimista, ya que me consta que el Bien triunfó sobre el mal definitivamente cuando Cristo resucitó. Simplemente quiero poner de manifiesto que nuestra lucha debe centrarse en ser nosotros mejores, en hacer mejores a los demás, en rechazar ese mal pequeño, que parece no tener relevancia, como modo de frenar el mal que nos parece enorme.


No basta con resistir pasivamente al mal, tenemos que ahogarlo con nuestro bien.

Y recemos para que Dios se decida a rectificar el rumbo de la humanidad, en vez de esperar a que nos despeñemos por el precipicio al que nos dirigimos a buen paso.

miércoles, 5 de marzo de 2008

¿Derechos de los católicos?

Otra confusión habitual con respecto al cristianismo y la vida pública es el ejercicio de nuestros derechos. Por supuesto que todo hombre -cualquiera que sea su Fe- puede reclamar sus derechos: ¡por eso son derechos!

Pero cuando un católico se adentra en la vida pública, o un particular participa en la vida social, lo hace -como ya hemos dicho- por vocación de servicio al bien común y a los demás. Entonces, por su propio peso se desprende que ya no podrá ejercer todos sus derechos, sino que cederá algunos para beneficio de los demás; y asumirá obligaciones que no le son en sí mismas exigibles, pero que facilitan su labor. En esto consiste nuestro un auténtico servicio público basado en la caridad.

Porque, si los católicos nos rigiésemos por el mismo código de derechos y obligaciones que los demás, ¿en qué nos distinguiríamos? ¿Acaso es éste el espíritu de las bienaventuranzas o el sermón de la montaña? Y mucho menos: ¿podemos usar el nombre de católicos para exigir derechos o rechazar obligaciones?


Por supuesto, esto es tan aplicable al católico particular como a la Iglesia como institución.

Civilmente tenemos los mismos derechos y obligaciones que los demás; pero nuestra Fe nos impone muchas más obligaciones sociales y nos restringe alguno de nuestros derechos.

Esta es la vocación del cristiano.

miércoles, 27 de febrero de 2008

¿Gobierno u oposición?

Otra consecuencia de la vocación hacia el bien común de todo cristiano, especialmente plasmada en aquellos que se dedican a la vida pública, es que el católico no puede seguir la táctica habitual de confrontación y división del contrario. La búsqueda del bien común nos llevará a admitir lo bueno que haya en cada propuesta, la formule quien la formule; y a rectificar los errores propios cuando se pone de manifiesto que nuestra propuesta no es la mejor.

Pero claro, para poder seguir esta táctica nueva, no podemos depender de los intereses de partido; no podemos supeditar nuestros principios a la continuidad en el servicio público, ni al beneplácito de la opinión pública. Es decir, de nada sirve mantener el gobierno a toda costa como plataforma para hacer el bien común, si para ello nos vemos obligados a forzar nuestras propias convicciones o acallarlas, en definitiva, a soslayar el bien común. En estas condiciones, el poder o la influencia política de nadas sirven para la transmisión de nuestras propuestas sociales.

El que accede a la política como servicio tiene que estar dispuesto a hacerlo desde la oposición, modelando y encauzando las propuestas y actuaciones de aquellos que ejer­cen el gobierno: una oposición leal, pensando más en servir a la población con nuestras ini­ciativas y críticas que en derribar al gobierno para sustituirlo. Parece utópico, pero sería un camino mucho más rápido, honesto y democrático de alcanzar dicho gobierno: que la defensa honrada de planteamientos y valores sociales y democráticos lleve a que el pueblo deposite su confianza en políticos tan despegados de sus intereses.

Se produciría la paradoja habitual: buscar antes el bien común que el poder es la mejor manera de que la sociedad deposite en nosotros su confianza; y así alcanzar el gobierno desde el que ponerlo en práctica.

domingo, 24 de febrero de 2008

Política y Fe

El objetivo último de un católico debe ser transmitir nuestra Fe, que es el ma­yor bien que tenemos y, por tanto, la mejor manera de cooperar al bien común.

Pero para transmitir la Fe no es necesario detentar el poder público: se puede hacer, como siempre se ha hecho, desde el callado ejemplo de nuestras vidas. Es más, el poder suele ser un flaco aliado de la Fe y la verdad... y está demasiado cerca de la tentación de corrupción, o por lo menos, del provecho personal.

Si no somos capaces de transmitir nuestra Fe sin el amparo del poder público, no la transmi­tiremos nunca: porque el objeto de la Fe no son las cuestiones públicas y materiales, sino el propio Dios y el amor al prójimo. Muy al contrario, la experiencia demuestra que el poder suele sofocar y corromper esa misma Fe que pretende defender.

Deberíamos, por tanto, preocuparnos más por transmitir nuestra Fe usando los medios comunes a nuestro alcance, que de criticar las posturas contrarias que puedan aparecer públicamente, en especial cuando provienen de formaciones políticas: podría confun­dirse nuestra evangelización con demagogia; y nuestra búsqueda del bien común, con la defensa de intereses privados, sean legítimos o no.

lunes, 18 de febrero de 2008

¿Rezar o gritar?

Hay quien asegura que la única esperanza de nuestra civilización ante la presente crisis es que los católicos triunfen al construir la sociedad de acuerdo con el plan de Dios, de acuerdo con la propia naturaleza social del hombre, empezando por rescatar la familia, su célula básica. Pero nuestro éxito dependerá más de nuestra propia vida interior, de nuestro amor personal a Dios, que de nuestra organización política.

Por esto, la actuación del católico en la política tiene que buscar más el servicio de la verdad que a la imposición de un programa concreto; la transmisión de valores, que el ámplio consenso. Nuestros escritos, nuestras manifestaciones públicas, las hacemos para sacar del error al ciudadano, tantas veces engañado por quien sólo tiene intereses partidistas. Por supuesto, podemos pro­poner soluciones técnicamente ingeniosas y convincentes, dentro del amplio márgen que la actuación pública y el bien común proporcionan; podemos dedicarnos a la organización; pero entonces no estaremos construyendo la sociedad cristiana y no podremos contar con la ayuda del Único que puede ayudarnos.

Si, además, nos limitamos a criticar al gobierno de turno -con o sin razón- con el único objetivo de derribarle o enajenarle el voto, entonces se confundirán nuestras propuestas sociales con objetivos menos nobles; y, sin darnos cuenta, podríamos estar de­fendiendo intereses incluso innobles de quien se sube a nuestro carro con el único afán de sacar provecho.

Más nos valdría, si queremos tener éxito, actuar en política más por amor al prójimo que por odio al contrario: veríamos que es bastante más efectiva una cadena de oración (que derramará sus gracias sobre ambas partes), que una manifestación callejera millonaria; y, además, ¡la oración nunca enfadará al contrario!


Nuestro único grito debería ser: ¡más oración y menos manifestación!

domingo, 17 de febrero de 2008

La política al servicio de la verdad

Hablábamos en la anterior entrada sobre la necesaria coherencia de los católicos en su actuación política; que tiene que ser una vocación de servicio al bien común.

Pues bien, quizá la primera clave nos la da Benedicto XVI en el discurso que no le dejaron pronunciar los liberales y tolerantes (que son los primeros en imponer censuras y decidir qué es lo que se puede tolerar) en la universidad La Sapienza: el primer servicio es hacer política en base a la verdad.

La actuación del católico no puede limitarse a la lucha por conse­guir mayorías aritméticas, sino que debe desarrollar un "procedimiento argumental sensible a la verdad". Pero, con frecuencia, la sensibilidad a la verdad cede ante la sensi­bilidad de los intereses partidistas o la conveniencia de dar la razón al público, para conseguir su voto. Por esto mismo, sería interesante escuchar otras instancias distintas de aquellas que, como los partidos políticos, tienen intereses concretos en la determina­ción de qué es la verdad. Por esto es especialmente necesario el servicio de aquellos que acceden a la vida pública para servir al bien común en vez de hacerlo para servirse de ella: sus opiniones resultan más fiables. También por esto es más infame el ataque a la Iglesia cuando expresa sus opiniones morales y su ética social, ya que lo hace bastante más independientemente que aquellos agentes sociales que persiguen un interés propio.

No obstante, tenemos que reconocer que el ejemplo de tantos que se dicen católicos no es precisamente el que acabamos de exponer; y que también se ha podido confundir, en algunas desafortunadas ocasiones, la defensa del bien común con la defensa de los legíti­mos derechos de la Iglesia; que los tiene, pero que deben ceder siempre ante el bien común.

Hasta que no haya un ejemplo claro de anteposición del bien común al personal en la actuación de los políticos católicos, nuestra influencia en la vida pública será nula o negativa.