viernes, 7 de noviembre de 2008

El mejor conductor

Voy a tomar prestada esta idea que he leído en un libro sobre la Virgen de Medjugorje. Se trata de comparar nuestra vida -en especial la vida espiritual- con la conducción de un coche.

A todos nos gustaría ver toda la carretera de una vez, para saber a dónde nos llevará y por qué caminos nos obligará a transitar. Pero la realidad es que, cuando iniciamos el viaje, lo más que podemos ver son unos cientos de metros por delante de nosotros; y al llegar a la siguiente curva o cambio de rasante, podremos ver otro tramo...; y así un kilómetro detrás de otro...

En algunas ocasiones, al coronar un repecho, tenemos la posibilidad de ver todo un valle ante nosotros, con sus campos, pueblos y quizá alguna ciudad; incluso podremos distinguir a lo lejos la carretera por la que más tarde transitaremos. Pero esta vista suele durar unos pocos instantes, ya que, en seguida que iniciamos el descenso, volvemos a reducir nuestro horizonte visual a un corto tramo de carretera. Por supuesto, si conducimos de noche nuestra visión se reduce aun más y sólo podremos ver el pequeño triángulo que ilumina nuestros faros.

Algo así pasa con nuestra vida: nos ponemos en camino con una meta lejana; pero ignoramos los abatares que se nos presentarán a cada momento. En realidad, ni siquiera estamos del todo seguros de haber elegido la carretera correcta para llegar al destino que nos hemos marcado. Y tampoco podemos descartar que un accidente nos retrase o nos obligue a cambiar de objetivo. No puede ser de otro modo. El que pretenda tener la absoluta seguridad de conocer cuál será su futuro, se deberá limitar a quedarse quieto.

Con la vida espiritual pasa lo mismo: Dios, cuando nos anima a ponernos en marcha, nos va revelando sólo un corto tramo de su plan para nosotros; y algunas veces nos exige conducir de noche y lo vemos todo muy negro. En ocasiones esto es para no desalentarnos: si conociésemos de antemano la cantidad de baches y curvas que tiene el camino... ¡no lo iniciaríamos! Otras veces lo hace para probar nuestra confianza. En algún momento nos deja vislumbrar su plan a largo plazo; pero en seguida nos vuelve a reducir la visión, y tenemos que conformarnos con las "señales de tráfico" que van indicando el peligro, los cruces o las desviaciones que vendrán después.

Así son los planes -la vocación- de Dios: debemos ponernos en camino con la firme determinación de no abandonar pase lo que pase. El único requisito será llevar el depósito bien lleno de gasolina: del mejor carburante, que es la Gracia de Dios. También tendremos que ir pidiéndole ayuda para sortear cada uno de los obstáculos que encontremos...Y si pinchamos, ¡no debemos desalentarnos!: ponemos un buen parche con la Confesión y seguimos adelante...

Hay un truco infalible para una buena conducción: ¡llevar a la Virgen de copiloto!

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