lunes, 3 de noviembre de 2008

Los tres niveles de la oración

Cuando por fin nos decidimos a hacer oración, a comunicarnos con nuestro Padre Dios, solemos empezar con oraciones vocales: esas frases que la Iglesia nos ofrece para que vayamos aprendiendo a hablar con Dios. Con el tiempo, pasamos de las oraciones vocales a la oración mental y la oración del corazón: le hablamos a Dios con nuestras propias palabras, nos soltamos a conversar con Él.

Es en este tipo de oración en el que podemos distinguir tres niveles:

Cuando comenzamos a orar, es habitual que llevemos a nuestra conversación con Dios en primer lugar nuestras necesidades materiales, lo que es perfectamente legítimo: a Dios, como Padre nuestro que es, le podemos pedir cualquier cosa, como hacemos con los padres de la Tierra. Después, también nos preocupamos por nuestras necesidades espirituales; y le pedimos a Dios que nos ayude a mejorar en esto y aquello...; y que nos resuelva aquella dificultad para poder cumplir con los planes apostólicos...; y que nos facilite los medios que necesitamos... y colaboradores... En definitiva, pedimos a Dios que nos ayude a sacar adelante nuestra vida, nuestra familia y esos planes tan santos que nos hemos propuesto. Cuando así actuamos, estamos en el primer nivel de la oración.

Cuando Dios tenga a bien concedérnoslo (aunque habitualmente bastará con pedírselo), pasaremos al segundo nivel: en éste, en vez de preocuparnos tanto por nuestros planes, empezamos a preguntarle a Dios cuál es el plan que Él tiene para nosotros: que nos muestre su voluntad. Nuestro anhelo ya no es que nos ayude a cumplir nuestros planes, sino el suyo; en definitiva: que nos ayude a hacer su voluntad. Y cambia el modo de nuestra oración, porque en vez de "hablarle tanto y pedirle tanto", permanecemos a la escucha de su palabra, de sus indicaciones...; y le pedimos fundamentalmente entendimiento para conocer su voluntad, porque hemos aprendido a confiar más en su voluntad que en nuestro criterio; a preferir sus planes antes que los nuestros. Y entonces llega la paz a nuestro corazón, porque Él ha tomado el timón de nuestra vida.

El tercer nivel es algo totalmente distinto, mucho más difícil de alcanzar y de explicar. Cuando Dios lo considera oportuno, se muestra Él mismo, en vez de mostrarnos sólo su voluntad; y el orante pasa de adherirse a la voluntad de Dios a identificarse con Cristo, compartir su vida... Como decía San Pablo: "no ya yo, es Cristo quien vive en mí"...

Pongámonos en camino y empecemos por el primer nivel..., ¡con la meta de llegar al ter
cero cuanto antes!

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