jueves, 13 de diciembre de 2012

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.


Esta es la única condición para ver el rostro de Dios: mirar con el corazón limpio.
Por eso en un mundo absolutamente materializado, en el que se ve a los demás como objeto de nuestra sensualidad u objetivo de nuestra codicia; en el que todas las cosas creadas por Dios, en vez de revelárnoslo, nos reflejan únicamente nuestros propios defectos: ambición, codicia, soberbia, lujuria; en un mundo así es imposible ver a Dios.

Pero si viésemos a los hermanos como objeto de nuestra caridad y los bienes materiales como instrumentos para ejercerla, el rostro divino estaría habitualmente desvelado y no nos costaría nada reconocerle.

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