jueves, 18 de junio de 2009

El mal no existe.

Los maniqueos creían que existían dos principios creadores -el bien y el mal, ambos con igual poder- que luchaban constantemente para lograr imponerse al otro.

La realidad es mucho más sencilla: sólo existe el bien, la belleza, la verdad. El mal, la fealdad y la mentira no son más que el vacío que queda cuando aquéllos están ausentes. Lo que sí existe es la "posibilidad de ausencia"; y esta posibilidad fue expresamente querida por Dios, cuando eligió hacernos libres. El mal y la mentira no existen, son el hueco que aparece cuando el hombre, en uso de su libertad, decide rechazar el bien y la verdad.

Y esto no sólo ocurre con el mal moral: incluso el mal material -la enfermedad, la muerte-, son habitualmente consecuencias de nuestra libertad y del mal uso que hacemos de ella.

Y tantas otras cosas que ni siquiera son males, sino ausencia de bienes a los que no tenemos derecho o que no nos resultan imprescindibles, pero que nuestra soberbia y nuestra envidia exigen.

Incluso nos atrevemos a considerar males aquellas cosas que, limitando nuestra libertad, nos permiten permanecer en el bien que nos empeñamos en rechazar.

Otras veces, simplemente nos tapamos los ojos para no ver el bien y así poder decir que no existe, que solo cabe conformarse con el mal y no podemos aspirar a otra cosa.

Por todo esto, me llamó poderosamente la atención la definición de pecado que leí en un libro cuyo título ya no recuerdo:

Pecado es la voluntad de experimentar el mal, habiendo conocido previamente el bien.

Es decir, empeñarnos en vaciar lo que estaba lleno.

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