domingo, 28 de junio de 2009

¿Justicia o misericordia?

Desde siempre los cristianos nos hemos planteado como contrapuestas estas dos cualidades de Dios: es tanto infinitamente justo como infinitamente misericordioso; no acertamos a entender cómo se pueden compaginar.

Creo que he resuelto el misterio: la misericordia de Dios es su justicia impartida con las razones de su corazón. En Dios la justicia es igual a la misericordia. Si nosotros las distinguimos es porque utilizamos nuestra razón humana para impartir justicia; y utilizamos nuestro amor -la razón emocional- para obrar con misericordia. Pero Dios es uno y simple: siempre actúa con todo su ser, que es amor. En Él, justicia y misericordia son lo mismo, pero con parámetros distintos de los humanos. Nosotros sólo podemos entender la justicia como el veredicto alcanzado en función de los actos probados, la norma que los regula y la interpretación lógica que de todo esto haga el juez. No es un reproche, ya que no podríamos establecer un sistema judicial basado en nuestra razón emocional, que es intuitiva, no explicable ni transmisible; y que sólo el amor entiende.


Iré un poco más lejos. Por supuesto, es la razón emocional la que esta más cerca de la fe. Es más, fe y razón se contraponen como modo de conocimiento: no es que la fe nos haga creer cosas irracionales, sino que -por definición- no se puede alcanzar la fe por la simple razón. La fe nos ha de ser revelada para poder ser admitida por nosotros. La fe entra por el corazón y no por la cabeza: depende más de la intuición que de los sentidos.


Y lo mismo ocurre con nuestro conocimiento de Dios: sólo por la fe y la intuición podremos aproximarnos un poco a su naturaleza. La razón no es mala; pero sólo es un instrumento que Dios nos da para que entendamos y dominemos la creación. No podemos pretender utilizar ese mismo instrumento para entender y dominar al mismo Dios que nos lo ha dado. Nuestra única relación con Dios pasa por la fe; sólo con mucha humildad podemos utilizar la razón y la ciencia, para ampliar el conocimiento de Dios que se nos da por la revelación; pero sin esa humildad, el resultado es el contrario del que buscamos: la razón soberbia nos separará de Dios.


El ejemplo más claro que tenemos es la Eucaristía: sin fe humilde no se entiende este misterio. Pretender comprenderlo con la razón sería como si un ordenador quisiese entender y compartir nuestros sentimientos humanos con su programación de bits positivos y negativos.

Si queremos entender a Dios, deberemos atenernos a lo que nos ha revelado sobre sí mismo; y utilizar con mucha humildad los medios que ha puesto a nuestro alcance: fe y amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario