sábado, 13 de febrero de 2010

Fe y economía

Hace pocos días se leía en el Evangelio de la Santa Misa el pasaje en el que Jesús, al pasar por la región de los gerasenos, expulsa una legión de demonios de un endemoniado y los envía a una piara de cerdos, que acaban despeñados.

Siempre me ha resultado muy curioso este Evangelio, no por lo que se refiere a la "legión de demonios", sino por la reacción de los conciudadanos del poseído.

Sería de esperar que los gerasenos, al encontrarse con una persona tan poderosa como para curar a un loco endemoniado con su sola palabra, se alegrasen mucho y tratasen de retener a ese personaje para que actuase en su provecho. Es decir, ante tamaña maravilla le alagarían y conminarían a quedarse en su ciudad.

Pues ¡no señor! Los gerasenos no ven la maravilla del poder de Jesús, sino el desastre al que ha arrojado a sus puercos. Es cierto que ese taumaturgo podría curar a todos los enfermos de Gerasa, podría explicarles las escrituras mejor que ningún otro rabino y, en definitiva, podría transmitirles su inmensa sabiduría; pero el precio sería demasiado caro si, a cambio, les destroza la economía de la región, basada evidentemente en la ganadería porcina: dos mil cerdos es un precio muy alto por la salvación de cuerpo y alma.

Y esos gerasenos no eran judíos -ya que criaban cerdos-, sino paganos. Es curiosa la preferencia que todas las culturas -incluyo la occidental, aunque sea cristiana- damos a la economía sobre la salud, la moral o la sabiduría. Estamos dispuestos a cualquier sacrificio por nuestra fe, siempre que no nos afecte al bolsillo.

No es de extrañar que, con tan cicatera actitud, debamos retroceder con frecuencia ante los reproches de paganos generosos: por muy equivocados que sean sus planteamientos, su generosidad es frecuentemente más cristiana. Con esta actitud no convenceremos a nadie; antes debemos convencernos nosotros de que el rico no entrará en el Reino: así de claro, sin paliativos.Y rico es todo aquél que pone su confianza en las riquezas o se afana únicamente en conseguirlas.

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.

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