viernes, 31 de octubre de 2008

¿Mover Montañas?

Si tuviésemos fe como un grano de mostaza, moveríamos montañas... (cfr. Mt 17, 20)

Por supuesto, no pretende el Señor que cambiemos la orografía de la Tierra, sino que sepamos que todos los obstáculos que se presentan en nuestra vida -a veces como auténticas montañas-, pueden superarse si la Fe nos hace obrar con confianza en el Señor. Si tuviéramos suficiente Fe en que los caminos del Señor -las normas que Él nos ha revelado-, son siempre la mejor solución a cualquier problema -la única manera de alcanzar la felicidad-, avanzaríamos mucho más rápido y, además, contaríamos con su ayuda. Pero habitualmente, al ver una montaña desconfiamos del Señor y damos un rodeo para no tener que subirla: de esta forma retrasamos sus planes y, en definitiva, nuestra respuesta a su voluntad.

Pero, con Fe, ¡qué fácil mover las montañas que se interponen en el camino de nuestra conversión, o de nuestra aceptación de los planes de Dios!

Tenemos que pedir la Fe a Dios, una Fe que nos permita mover la única montaña que Dios mismo no puede mover: nuestra voluntad, porque Él no forzará nunca nuestra libertad.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Mis bodas de plata

Hoy hace veinticinco años que me casé con mi mujer y madre de nuestros nueve hijos nacidos, uno de los cuales ya goza del Cielo. Es un día de felicidad que quiero compartir con todos. No sólo porque las alegrías hay que compartirlas, sino porque en un mundo en el que el compromiso se evita a toda costa, creo que es un buen testimonio dar a conocer que el compromiso mantenido es lo que nos da la felicidad.

En la cultura del deseo hay que proclamar bien alto que la felicidad procede del convencimiento de estar en el camino correcto; y la alegría se deriva de la esperanza de llegar a la meta.

Mirando ahora hacia atrás, compruebo que merecía la pena cada una de las renuncias que me han llevado a mantener mi compromiso matrimonial. Al fin y al cabo, FIDELIDAD tiene casi las mismas letras que FELICIDAD.

lunes, 20 de octubre de 2008

La torre de Babel

"Edifiquemos una ciudad, y también una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo, para perpetuar nuestro nombre y no dispersarnos por toda la tierra" (Gen. 11).

El hombre, después del diluvio, quiso forjar su futuro con sus propias fuerzas, para no depender de Dios. Y muchas veces, además de sus propias fuerzas, usa su propio criterio, alejándose de los preceptos divinos, a los que no quiere someter ni su razón ni su voluntad. Y suele ocurrir que las consecuencias son desastrosas... Entonces culpamos a Dios por haberlo consentido y volvemos a apoyarnos en nuestras fuerzas y nuestro criterio para arreglarlo..., con lo que todo sigue empeorando. Porque no hay forma de forma de progresar adecuadamente si dejamos de lado la Ley Natural y el camino que Dios nos ha marcado.

En Babel, Dios bajó y confundió la lengua de los hombres para que no se entendiesen entre ellos; desde entonces no ha vuelto a hacerlo, porque nuestro egoísmo y nuestra desconfianza bastan para que no nos pongamos de acuerdo.

Sí, estoy pensando en la crisis económica que los hombres hemos provocado con nuestra avaricia; y en los torpes y equivocados intentos por salir de ella sin renunciar al egoismo...

jueves, 16 de octubre de 2008

Seguimos con la crisis

A pesar de las fortísimas medidas financieras adoptadas en todo el mundo la crisis sigue adelante... Aunque soy economista, no tengo experiencia en medidas macroeconómicas, por lo que podría equivocarme en mi apreciación de que las medidas, además de insolidarias e injustas con los más desfavorecidos, son equivocadas... tremendamente equivocadas. Y, aunque mi criterio en estos temas no sea de fiar, la realidad es que no están dando los resultados perseguidos. ¿Cómo pueden equivocarse tantas personas y tan profundamente? Aventuraré una teoría.

El padre de la mentira -ese felón que ha estado inflando el globo de la especulación financiera e inmobiliaria apoyándose en la avaricia humana-, ahora está induciendo a los dirigentes a tomar medidas equivocadas, medidas que a medio plazo agravarán la situación, lo que provocará un desastre económico mundial. Y, lo que es peor, hará que muchos inocentes queden sumidos en la desaparición económica -ruinas, desempleo, etc-, que es el caldo de cultivo en el que pesca el maligno a los incautos.

Y quizá remate su faena proporcionándonos a un nuevo salvador que nos libere de la crisis, alguien a quien él controle fácilmente; y a quien rendirá pleitesía la humanidad entera, como está previsto que se haga con el anti-cristo. Recordemos que de la crisis de 1929 surgió el salvador nazi que provocó la segunda guerra mundial y el holocausto judío; y de la primera guerra mundial surgió el liberador de los proletarios Stalin que tuvo subyugado a medio mundo durante setenta y cinco años.

En un mundo moderno y globalizado, el Apocalipsis bien podría ser más económico que bélico.

Es una teoría.

jueves, 9 de octubre de 2008

Hablemos de la crisis financiera

Se ha producido una acción concertada de todos los gobiernos, que gastarán centenares de miles de millones de dólares, endeudando a sus Estados, para...

¿Erradicar el hambre en el mundo?
¿Frenar el aumento del precio de los alimentos?
¿Proporcionar agua potable a tantos habitantes del planeta que carecen de ella?
¿Construir hogares para los sin-techo?
¿Erradicar la malaria, el tifus, el cólera, la tuberculosis, la lepra...?
¿Invertir en el tercer mundo para sacarlo del subdesarrollo?

Todo esto se podría hacer con ese dinero... y seguramente sobraría algo; pero no, no se va a destinar a eso, se va a destinar a salvar a las instituciones especulativas del mundo y, de paso, nuestros ahorros (muchos también especulativos)...; es decir lo que nos es superfluo...

¿Nadie se ha parado a pensar que si se invirtiesen esos miles de millones de dólares en el Tercer Mundo, se produciría tal incremento del PIB mundial que acabaría repercutiendo en los países desarrollados...?

Pero no, preferimos garantizar nuestra calidad de vida, nuestros ahorros, nuestros placeres (muchos de ellos ilícitos e innobles)... incluso quemar alimentos en nuestros vehículos para seguir desplazándonos sin contaminar nuestro mundo... ¡sí, esos alimentos que otros necesitan para seguir viviendo! Por no compartir, no queremos compartir ni con nuestros hijos... ya que nos negamos a tenerlos, condenando a occidente a extinguirse y llevarse a la tumba toda su riqueza acumulada.

No cabe duda de que hace tiempo que esta actitud constituye un delito de lesa humanidad, del que todos los occidentales somos culpables (yo, el primero)...; y todavía nos atrevemos a culpar a Dios por consentir tanta miseria...; a Él que ha dotado al mundo de mucho más de lo que se necesitaría para que toda la humanidad viviese dignamente, si no fuese por la rapiña de tanto acaparador.

Espero que la misericordia de Dios no permita el castigo que merecemos; y se limite a quedarse mirando como nuestra avaricia y materialismo provocan la mayor y mas larga crisis que se haya conocido...; quizá la crisis que definitivamente vuelque la balanza a favor de los países en vías de desarrollo... y provoque la decadencia definitiva de esta sociedad enferma y corrompida.

Porque el hombre ha puesto su confianza en la especulación financiera e inmobiliaria, no en el trabajo cotidiano y el ingenio, con los que teníamos que cumplir el mandato de Dios: multiplicaos y dominad la tierra... Ahora que ese castillo de naipes se hunde, que nuestros dioses de barro se deshacen, ya no somos capaces de fiarnos de nada ni nadie, lo que agrava aún más la situación: la crisis financiera es una crisis de confianza...; y ningún plan de ayuda nos sacara de una crisis que se alimenta a si misma.

La única solución es volver al trabajo productivo, pensando en crear riqueza para la humanidad, no en acumularla para unos pocos: en crear bienes y productos, no entelequias financieras.

Como economista que soy, me consta que todo esto que he expuesto suena a demagógico; pero... en el fondo de nuestros corazones ¿no sentimos que es verdad?

sábado, 4 de octubre de 2008

El Señor de la vida

Desde hace ya tiempo, en España y en el resto del mundo, se está produciendo un ataque generalizado contra la vida humana; y es un ataque total que trata de suprimir tanto al no nacido como al anciano. Por otra parte, el hombre se empeña en "crear" o modificar esa vida mediante técnicas de biogenética. Es evidente que el hombre moderno quiere llegar a ser el "señor de la vida"; algo así como lo que pretendieron Adán y Eva con la dichosa manzana: ser como dioses o, lo que es lo mismo, dejar de depender de Dios.

El problema es que para hacerse como dioses, tienen que eliminar la paternidad de Dios, separarle del proceso creativo; y si Dios no es nuestro Padre común, entonces los seres humanos ya no somos hermanos: nos dejan huérfanos y aislados... ¿Alguien se imagina a lo que puede llegar una sociedad así?

Parece que al hombre moderno no le basta, en su soberbia, independizarse de Dios: necesita matarle, suprimirle de todo proceso; y lo consiguen. Consiguen que Dios -el Señor de la vida- desaparezca de todos aquellos lugares en los que el ataque a la vida, el desprecio de la vida, se ha implantado... Todavía se le puede encontrár entre los que nos asustamos de este estado de cosas, entre los que nos dolemos de que la humanidad haya renegado de sí misma.

Espero que Dios tenga ahora más paciencia (¿o misericordia?) con nosotros y no acabe echándonos del Paraíso: ¡tiemblo sólo de pensar lo que esa expulsión podría significar!

jueves, 2 de octubre de 2008

La santidad en la vida ordinaria

Hoy es dos de octubre y hace ochenta años que San Josemaría fundó el Opus Dei. No quiero dejar de rendir un homenaje a este santo español que fue precursor de la santidad en la vida ordinaria -en el trabajo de cada uno-, a la que mucho después nos urgiese el Concilio Vaticano II.

La santidad de los laicos tiene especial importancia en nuestros días, en los que tanto escasean las vocaciones religiosas: es en los padres y madres de familia en los que descansa en gran parte la responsabilidad de transmitir la Fe. Y esta responsabilidad es grave, ya que lo tenemos que hacer no sólo con la palabra, sino también con el ejemplo: enseñarles a ser cristianos en medio del mundo.

Y ser cristianos en medio del mundo no significa ser cristianos en la familia y en la Iglesia, para luego salir y escondernos en medio del mundo: significa ser cristianos manifiestamente en medio de los demás... ¡No se enciende la lámpara para ponerla debajo del celemín!, sino para que alumbre al resto de la sociedad.

Gracias San Josemaría por habernos recordado desde hace tanto tiempo esta realidad; ayúdanos a no ser cristianos escondidos en medio del mundo.