lunes, 26 de diciembre de 2005

El mejor amante.

Como estamos en fechas navideñas, creo que debemos volver a hablar de amor.

Si el amor es algo tan importante en nuestra vida, debemos buscar maestros que nos enseñen... He estado pensando y, por supuesto, los mejores amantes no se pueden encontrar entre esos personajes que nos presenta la prensa del corazón... personas que tienen fama de "expertos en amor" porque han tenido "muchos amores". Precísamente en este tema, el tener mucha experiencia es síntoma de que el trabajo se realiza mal: el mejor amante es el que sólo tiene un gran amor y lo mantiene toda su vida.
La verdad es que las más grandes expresiones de amor las he encontrado en personas que, en su mayor parte, ¡ni siquiera estaban casadas! Y es que, como el amor es una manifestación de la espiritualidad de la persona -una de las potencias del alma-, se es mejor amante cuanto más se cultiva el espíritu. Por supuesto, el mejor amante de todos los tiempos fué Jesucristo: quien mejor conoce al hombre y quien más dio por el hombre. Y así, he comprobado que los ejemplos de amor más intensos se encuentran entre los amantes de Jesucristo.

A continuación te transcribo algunos... el que pueda añadir más, que los envíe en un comentario:


San Agustín, obispo de Hipona:

Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.

Tarde os amé, Dios mío, hermosura tan antigua y tan nueva; tarde os amé. Vos estabais dentro de mi alma, y yo distraído fuera, y allí mismo os buscaba: y perdiendo la hermosura de mi alma, me dejaba llevar de estas hermosas criaturas exteriores que Vos habéis creado. De lo que infiero que Vos estabais conmigo, y yo no estaba con Vos; y me alejaban y tenían muy apartado de Vos aquellas mismas cosas que no tuvieran ser si no estuvieran en Vos. Pero Vos me llamasteis y disteis tales voces a mi alma, que cedió a vuestras voces mi sordera. Brilló tanto vuestra luz, fue tan grande vuestro resplandor, que ahuyentó mi ceguedad. Hicisteis que llegase hasta mí vuestra fragancia, y tomando aliento respiré con ella, y suspiro y anhelo ya por Vos. Me disteis a gustar vuestra dulzura, y ha excitado en mi alma un hambre y sed muy viva. En fin, Señor, me tocasteis y me encendi en deseos de abrazaros
. (San Agustín, Confesiones, libro X, cap. 27, 38)

Santa Teresa de Jesús:
Importa mucho y el todo... una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabaje lo que trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allí, siquiera muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo. (Camino de Perfección.)

San Juan de la Cruz:
COPLAS DEL ALMA QUE
PENA POR VER A DIOS:
Vivo sin vivir en mi
y de tal manera espero,
que muero porque no muero.
1. En mí yo no vivo ya,
y sin Dios vivir no puedo;
pues sin él y sin mí quedo,
este vivir, ¿qué será?
Mil muertes se me hará,
pues mi misma vida espero,
muriendo porque no muero.
2. Esta vida que yo vivo
es privación de vivir;
y así, es contino morir
hasta que viva contigo.
Oye, mi Dios, lo que digo,
que esta vida no la quiero;
que muero porque no muero.
3. Estando absenté de ti,
¿qué vida puedo tener,
sino muerte padescer,
la mayor que nunca vi?
Lástima tengo de mí,
pues de suerte persevero,
que muero porque no muero.
4. El pez que del agua sale
aun de alivio no caresce,
que en la muerte que padesce,
al fin la muerte le vale.
¿Qué muerte habrá que se iguale
a mi vivir lastimero,
pues si más vivo, más muero?
5. Cuando me pienso aliviar
de verte en el Sacramento,
háceme más sentimiento
el no te poder gozar;
todo es para más penar,
y muero porque no muero.
6. Y si me gozo, Señor,
con esperanza de verte,
en ver que puedo perderte
se me dobla mi dolor;
viviendo en tanto pavor
y esperando como espero,
muérome porque no muero.
7. Sácame de aquesta muerte,
mi Dios, y dame la vida;
no me tengas impedida
en este lazo tan fuerte;
mira que peno por verte,
y mi mal es tan entero,
que muero porque no muero.
8. Llórate mi muerte ya
y lamentaré mi vida
en tanto que detenida
por mis pecados está.
¡Oh mi Dios!, ¿cuándo será
por no verte como quiero,
cuando yo diga de vero:
vivo ya porque no muero?

CANTICO ESPIRITUAL
Canciones entre el Alma y el Esposo:
Descubre tu presencia,
y máteme tu vista y hermosura;
mira que la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y la figura.

Beata Madre Teresa de Calcuta:

"Amad hasta que os duela el amor".
"El éxito del amor reside en el mismo amor, no en el resultado de ese amor".

Lope de Vega:

SONETO A JESÚS CRUCIFICADO:
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno escuras?
¡0h cuánto fueron mis entrañas duras
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡ Cuántas veces el ángel me decía:
"Alma, asómate agora a la ventana;
verás con cuánto amor llamar porfía!"
¡Y cuántas, hermosura soberana,
"mañana le abriremos", respondía,
para lo mismo responder mañana!

Francisca Javiera del Valle:

Mil vidas si las tuviera
daría por poseerte,
y mil... y mil más yo diera...
por amarte si pudiera...
con ese amor puro y fuerte
con que Tú, siendo quien eres...
nos amas continuamente.

A Dios hay que buscarle, servirle y amarle desinteresadamente; ni por ser virtuoso, ni por adquirir la santidad, ni por la gracia, ni por el cielo, ni por la dicha de poseerle, sino sólo por amarle; y cuando nos ofrece gracias y dones, decirle que no, que no queremos más que amor para amarle, y si nos llega a decir pídeme cuanto quieras, nada, nada le debemos pedir; sólo amor y más amor, para amarle y más amarle.

jueves, 22 de diciembre de 2005

Pero... ¿hago lo que quiero o lo que puedo?

Por lo que venimos comentando en entradas anteriores, creo que queda clarísimo que la libertad es algo más importante que hacer cada uno lo que nos venga en gana en cada momento: aunque esto también sería ejercicio -bien pobre, por cierto- de nuestra libertad. Pensar lo contrario nos llevaría fácilmente a confundir el hacer "lo que uno realmente quiere", con el dejarse llevar por el instinto y la satisfacción del deseo; y terminamos por hacer únicamente "lo que a uno le gusta" o simplemente "lo que uno puede", que es muy distinto. El "querer" supone una determinación expresa y adoptada conscientemente por nuestra voluntad; el "gustar" supone simplemente la consecución del placer momentáneo, la satisfacción de los sentidos. La actitud hedonista -búsqueda del placer a toda costa-, que tan extendida está en la sociedad actual, es fundamentalmente irracional, pues actúa siguiendo el impulso del placer inmediato del cuerpo, del institnto, incluso en contra de los dictados de la razón, que impulsan a perseguir el bien previamente conocido por ella.

Cuando esta actitud hedonista se prolonga en el tiempo, llega a anquilosar la voluntad y, entonces, ya no podremos actuar de otra forma: nos habremos creado una coacción intrínseca difícil de superar (al igual que ocurre con un drogadicto, el que anquilosa su voluntad por falta de ejercicio, acaba dependiendo sólo de su instinto).

El desconocimiento del sentido auténtico de la libertad y la posibilidad del hombre para imponerse a sus instintos (que para nosotros no son imperativos, al contrario de lo que ocurre con los animales no racionales), cuando se unen a una falta de moral (desconocimiento o rechazo del bien objetivo o Ley Natural), llevan al vacío existencial: se pierde el sentido de la propia vida. Entonces se hace únicamente lo que los demás hacen (siguiendo ciegamente la moda) o lo que los demás nos imponen (cediendo a su autoritarismo); porque no tendremos nuestro propio código de conducta, no tendremos un punto de referencia al que dirigirnos: en definitiva, perdemos nuestra identidad, perdemos nuestra capacidad de autodeterminarnos; y esta es, precisamente, la definición de libertad: la capacidad para autodeterminarse. Estamos ante la peor forma de esclavitud, de la que nadie -salvo Dios- puede liberarnos.

Este vacío existencial se produce porque, si nos limitamos a sustituir la búsqueda del sentido de la vida por la satisfacción del deseo, por la consecución de las tres "P" que parecen regir nuestra sociedad actual (Placer, Poder y Poseer), el vacío no se llena, sino que únicamente se encubre; y volverá a aparecer bruscamente con toda su crudeza cuando el poder, placer o las posesiones nos falten; o cuando nos vuelvan a parecer insuficientes. Como decía antes, ¿cuánta gente cree que hace lo que quiere, cuando realmente su debilidad de espíritu le permite hacer únicamente lo que puede? Por ello resulta absurda la postura de tratar de facilitar la vida del hombre mediante el relativismo de la verdad y el permisivismo moral. La ausencia de una verdad universal, apoyada por una norma de conducta clara y objetiva, no facilitará la vida de nadie, sino que imposibilitará el establecimiento de un proyecto de vida, que será reemplazado por la angustia de la constante duda.

Porque la FELICIDAD no consiste en comodidad o placer, sino en saber que nuestra vida transcurre por el camino correcto, por muy duro que éste sea.

domingo, 18 de diciembre de 2005

¡Feliz Navidad 2005!

Quiero compartir con vosotros la alegría de la Natividad del Señor y desearos que el próximo año 2006 os traiga a todos la Paz.

Y... ¿qué es la verdad?

Lo dicho en las anteriores entradas, pone de manifiesto la necesidad de buscar la verdad en cada campo de actuación humana, sin enmascarar esta verdad con lo que nos gustaría que fuese o nos resultaría más cómodo. ¡Nos estamos jugando en ello nuestra libertad! Un error muy común en nuestros días es entender este proceso justamente al revés: pensar que la verdad depende de la voluntad humana y que puede ser distinta para cada hombre. Si eliges "tu verdad" en vez de tratar de buscar "la verdad objetiva", entonces se da el absurdo de que es tu voluntad la que guía a tu voluntad, sin que tengas ningún otro punto de referencia ajeno a ti mismo: seguirás el errático rumbo de tu último capricho. Es en este sentido en el que Cormac Burque habla de la "autoridad de la verdad": aunque la mente es el único medio de llegar a la verdad, la verdad es mayor que la mente. La verdad es el acuerdo del juicio de la mente con el ser de las cosas conocido en él: no es producto de la mente, es anterior a ella. Por esto, no podemos elegir la verdad que más nos guste; la verdad es única; y lo único que puede hacer el hombre es conocerla o ignorarla: nunca inventarla. Además, cuando aceptamos que la verdad depende de la opinión subjetiva, entonces estamos dejando la verdad a merced de quienes tienen el poder de crear opinión e imponerla a los demás: los medios de comunicación nos imponen la tiranía de su verdad, la que a ellos les parezca más conveniente en cada momento a sus intereses. Si lo piensas detenidamente, te asustará comprobar que en un mundo subjetivista y relativista como el actual, la verdad y, por tanto, nuestra libertad, esté en manos de los medios de comunicación, de los manipuladores de la opinión pública.
Ahora la cuestión a plantearse es ¿cómo alcanzar la verdad? Pues bien, para conocer la verdad habitualmente hay que confiar en alguna autoridad reconocida, ya que no nos es posible profundizar por nuestra cuenta en todas las ramas del saber. La definición clásica de autoridad nos sirve ahora: la autoridad es el saber universalmente reconocido; entendiendo la sabiduría como capacidad de discernir el bien del mal, es decir, distinguir la verdad del error. Tenemos que elegir una autoridad de la que podamos fiarnos; y debemos hacer esta elección honradamente, pues es mucho lo que nos jugamos: no se trata de pasar ningún examen, sino de alcanzar nuestra propia felicidad. En contrapartida, los que ejercen la autoridad del saber lo deben hacer como servicio a los demás, no como ejercicio del poder, pues, en este caso, estarían ejerciendo la más cruel de las tiranías.Los católicos contamos con la autoridad de la Iglesia Católica que, con sus enseñanzas sobre la fe o la moral -descendiendo a aspectos particulares de la vida de cada tiempo-, nos presta uno de los servicios más útiles que existen: nos señaliza el camino de nuestra perfección, de nuestra felicidad. En este sentido, la fe católica es un privilegio impagable. La información que nos da, lejos de limitar la libertad del hombre, la amplía, facilitando las decisiones correctas de la conciencia y la voluntad. En frase de Cormac Burque te diré que no nos fuerza, sino que nos informa. Por ello, para los católicos, un ejercicio inteligente de la libertad será seguir los consejos de su Iglesia en la aplicación de la Ley Natural a la vida moderna, sin que esto suponga la renuncia a entender dichos consejos con la propia razón, en la medida en que se tenga formación y capacidad intelectual para ello.

Elegir un buen guía -o un buen entrenador- no es perder la libertad, sino asegurarnos de usarla plénamente.

lunes, 12 de diciembre de 2005

La libertad, ¿nos hace libres?

Una vez aclarados los conceptos fundamentales sobre la libertad, deberíamos estudiar qué características debe tener para ejercerla correctamente y que nos permita llegar a ser libres. Por supuesto, nos vamos a centrar en la libertad intrínseca, aquella cuyo correcto ejercicio depende de cada uno y no de circunstancias externas.

Como primera premisa, la libertad ha de tener un objetivo, de lo contrario se convierte en un errático proceso de elección entre opciones inconexas. Una cosa es el ejercicio de la libertad plasmado en actos concretos de nuestra voluntad siguiendo un plan determinado, con un objetivo concreto; y otra cosa es la libertad de obrar para la satisfacción de los instintos o para la mera elección entre opciones indiferentes. El ejercicio de la libertad, nuestra voluntad, debe perseguir un objetivo concreto y preconcebido: acorde con el fin de la naturaleza humana. Como dice el poeta alemán Friedrich Hebbel: "La vida no es algo, sino que es la oportunidad para algo"; pues bien, es a este algo al que debemos dirigir nuestra libertad; y evitar desaprovechar la oportunidad de alcanzarlo. Si no nos marcamos una meta, un destino, que guíe nuestra voluntad, no estaremos utilizando provechosamente la libertad.

Por otra parte, la libertad únicamente puede ejercerse en relación a la verdad. Si hemos de elegir, deberemos estar correctamente informados de todas las posibilidades de elección y de las consecuencias de cada una de ellas. Si estamos en el error, nuestras decisiones serán aparentemente libres como actos de nuestra voluntad; pero no habrán sido libres en cuanto que pretensión de alcanzar un objetivo. Habremos elegido libremente una cosa, pero fruto de nuestra ignorancia o nuestro error, conseguimos otra. De esta forma, el error y la ignorancia se manifiestan como la coacción intrínseca más fuerte que existe, ya que anula la libertad sin que la voluntad se dé cuenta: ni siquiera existe posibilidad de rectificar.

Debemos explicar esta última afirmación un poco más. Cuando encontramos dificultades en lograr un objetivo que nos hemos propuesto, podemos forzar nuestra voluntad para seguir intentándolo o buscar nuevas formas de alcanzarlo; pero cuando estamos persiguiéndolo de forma errónea, el empeño de nuestra voluntad sólo conseguirá que nos desviemos cada vez más de nuestro objetivo. Por ejemplo, si en tu empresa te ordenan ir a Barcelona y tú decides ir a Sevilla, en cualquier momento podrás rectificar tu decisión y adecuarla a los objetivos de tu empresa. Pero si tu enfilas por error la carretera de Sevilla creyendo que es la de Barcelona, ni siquiera te plantearás la posibilidad de rectificar; y cuanto más avances, más equivocado estarás. Sólo si sales del error podrás rectificar y cumplir los objetivos de tu empresa. Otro ejemplo: si decides tomar una medicina con el convencimiento de que te curará, pero resulta que es un veneno, habrás ejercido tu libertad en el sentido opuesto al que pretendías: la ignorancia imposibilitó tu libertad y tu buena intención no evitará tu muerte. Como ves, la ignorancia, además de anular tu libertad, no te evita sufrir las consecuencias del error cometido.

Este es el sentido de la frase evangélica "la verdad os hará libres" (Jn 8, 32), que tiene en nuestros días especial vigencia, ya que ahora existen mayores cotas de libertad a ejercer: pero no podremos ejercerla si no nos liberamos de la ignorancia y el error. Por esto se puede afirmar que la libertad no nos libera, sino que simplemente nos permite actuar; lo que nos libera es la verdad, que es la que nos permitirá determinar el sentido de nuestra vida, marcarnos un rumbo y seguirlo de la manera más efectiva.

Por último, la libertad ha de ser responsable. No tiene valor alguno la decisión que se toma sin intención de afrontar -o de disfrutar- sus consecuencias. Las decisiones no terminan en el momento de su adopción, sino que se proyectan en nuestra vida durante un tiempo: a veces durante un largo período o el resto de nuestra vida. El que acepta responsablemente las consecuencias de sus decisiones no es menos libre, aunque ello le exija renunciar a otras opciones que se le puedan plantear posteriormente, sino que simplemente es consecuente con su conducta: está ejerciendo su responsabilidad.

El ejercicio de la libertad está vinculado a la posibilidad de elección o cambio; pero si nos auto-determinamos un proyecto de vida y luego lo estamos modificando constantemente, entonces no estaremos ejerciendo la libertad, sino la irresponsabilidad.

La libertad es una facultad que debemos ejercer con responsabilidad si queremos ser libres.

viernes, 9 de diciembre de 2005

Hablemos de la libertad

En algún apunte anterior comentamos que la libertad es una manifestación de la espiritualidad humana, de la existencia de nuestra alma: es la consecuencia de que nuestra conducta no esté predeterminada por los instintos, sino que la decidamos con nuestra voluntad. En este sentido, nuestra libertad de opción es absoluta; podemos utilizarla para el bien o para ir contra nuestra propia naturaleza. Como puedes ver, el principal defensor de la libertad humana, el que más la respeta, es Aquél que la ha creado; y esto es así, porque la libertad es uno de los dones más importantes que ha dado al hombre y que le faculta para lo más grande que un hombre puede hacer: amar. La actitud actual de reclamar y divinizar la libertad sería muy correcta, si no fuera por que lo que la sociedad actual entiende por libertad se parece más al libertinaje que a la auténtica libertad.

Además, el valor absoluto de la libertad tiene también un aspecto subjetivo: sólo nos será útil si sirve para la consecución de los fines que tenemos previstos; y esto será posible en función del uso que hagamos de ella. Si tu libertad no te sirve para realizarte plenamente como persona, lo mismo te hubiese dado no tenerla, pues tu vida se quedará en un nivel meramente material, instintivo, al igual que la de los demás seres que carecen de libertad. Por esto, es muy importante saber qué es la libertad, cuales sus limitaciones y cómo usarla bien: ¡vamos a ello!

Deberíamos empezar por definir libertad: serás libre si "eres dueño de ti mismo para actuar según tu naturaleza y alcanzar la felicidad". Dicho de otra forma, la libertad es "la capacidad del hombre para autodeterminarse, para evitar la coacción".

Para seguir aclarando conceptos, tenemos que distinguir tres tipos de coacción:

En primer lugar, la coacción moral o legal, que es la que pone límites a nuestro campo de actuación mediante normas; pero que puede eludirse con un simple acto de la voluntad, infringiendo el precepto en cuestión (por ejemplo, existe una limitación de velocidad en carretera; pero nada nos impide excederlo).

Después nos encontramos con la coacción extrínseca o física, aquella que nos impide actuar utilizando la fuerza o impedimentos materiales (por ejemplo, la policía, la cautividad o una puerta cerrada).

Por último, y más importante, la coacción intrínseca, que es aquella que nos infligimos nosotros mismos con nuestra actuación (por ejemplo, el drogadicto no es libre de dejar su adicción; aunque sí fue libre de adquirirla). Así como los animales tienen la coacción intrínseca absoluta de sus instintos, que elimina cualquier libertad de actuación, del mismo modo el hombre reduce su libertad al aumentar su dependencia de sus necesidades fisiológicas o creadas, o al actuar de una manera simplemente instintiva.

Es muy importante tener en cuenta esta distinción cuando invocamos nuestra libertad, pues no siempre se puede exigir que no exista límite alguno a nuestra actuación. Muchas coacciones legales o extrínsecas son lícitas y necesarias: no eres libre de invadir la propiedad ajena ni de infringir las leyes justas, ni tu libertad podrá restringir injustamente la de los demás.

Tampoco existe una auténtica pérdida de libertad cuando renunciamos a ella voluntariamente; por ejemplo, deberás mantener los compromisos libremente adquiridos, ya que te ataste a ellos libremente. Por el contrario, el cumplimiento de obligaciones voluntariamente impuestas es manifestación de tu libertad: asumiendo compromisos la libertad no se pierde, sino que se está ejerciendo. Lo mismo ocurre cuando elegimos: al optar por una cosa, renunciamos a las demás. Si habitualmente actuamos con la debida responsabilidad, asumiendo las consecuencias de nuestros actos, nos iremos haciendo más libres: el fortalecimiento d ela voluntas y dominio de los instintos nos facilitará la adopción y cumplimiento de nuevas decisiones libres.

Al contrario de lo que comunmente se piensa, el que ve reducida su libertad es aquél que no ha tenido voluntad para liberarse de sus intintos, ya que, al depender de ellos, no podrá adquirir compromisos y cumplirlos con responsabilidad: será incapaz de seguir un proyecto de vida coherente.

La libertad es una facultad que debemos dominar para llegar a ser libres.


viernes, 11 de noviembre de 2005

Sexo sin amor

Quiero empezar este escrito contestando el primer comentario realizado por Miguel Angel a mi escrito anterior "Amor y sexo":

Efectivamente, el descubrimiento de los anticonceptivos no es la causa de la trivialización del sexo, sino la condición previa para que se pudiese producir la degeneración moral que actualmente nos invade. Cada vez que el hombre logra controlar un fenómeno natural (en este caso la fecundidad) se considera con el derecho de utilizar ese control incluso en contra de su propia naturaleza personal o social. En un mundo alejado de Dios, relativista y edonista, que busca satisfacer inmediata y completamente todos sus deseos corporales, sólo faltó que se pudiesen eliminar a capricho los efectos no deseados del sexo, para que la humanidad se lanzase a la carrera de seis pasos que describo en dicho escrito.

Quisiera ahora explicar los errores en que ha incurrido la humanidad para que tan vertiginoso cambio se haya podido dar impunemente

1º.- No toda posibilidad científica de hacer algo justifica la moralidad del acto; no todos los avances sociales van en la dirección del progreso. Los anticonceptivos supusieron un logro científico pero un profundo atraso social, como por desgracia la historia ha demostrado.
2º.- La sexualidad está íntimamente ligada al amor permanente (matrimonio), tanto en su dimensión de lenguaje del amor, como en su dimensión procreativa. El sexo sin amor (búsqueda del bien ajeno) es hipocresía que destruye a los que lo practican, tratando de remedar por unos instantes lo que sería el auténtico amor, pero buscando exclusivamente el propio placer.
3º.- El sexo no es un mero acto biológico: en el hombre es un acto de toda la persona, con un fuerte componente psíquico y espiritual. Por esto están tan relacionados los trastornos sexuales y los psicológicos. El sexo humano no es un fin, sino un medio; si se trivializa, perderá su capacidad de ser cauce del amor. En la sociedad actual, culmen de la libertad sexual, el amor ha fracasado porque el libertinaje sexual es el anti-amor, la manifestación más patente del egoismo.
4º.- Que cualquier práctica sexual sea posible no significa que sea igualmente válida o digna: las prácticas sexuales que dignifican la naturaleza humana son aquellas que sirven de cauce al amor (entrega incondicional y no búsqueda del propio placer) y que están abiertas a la fecundidad, consecuencia necesaria de dicho amor. La práctica sexual meramente instintiva embrutece a la persona (como cualquier otro abandono en los instintos) alejándola de su humanidad y acercándola a su "animalidad"; las prácticas sexuales contrarias a la naturaleza biológica de cada uno perjudican aún más a la persona, ya que van incluso contra el propio instinto.

5º.- La sociedad protege a la familia porque ésta es su célula básica. Las relaciones sentimentales o sexuales que existan entre las personas no deben ser reguladas jurídicamente; y mucho menos equiparaqdas al matrimonio. Si se ha trivializado el sexo, despojándole de todo compromiso y contenido moral, ahora no puede servir ese mismo sexo como punto de apoyo para reclamar un amparo jurídico.
6º.- Ninguna persona posee derecho a "tener hijos": felizmente, la esclavitud se ha abolido en la práctica totalidad de la Tierra. En ningún caso ese derecho justificaría la manipulación genética de embriones humanos, porque el hombre no es un ser que pueda diseñarse, planificarse, escogerse y fabricarse, como se puede hacer con cualquier otro bien de consumo. La sociedad debe tratar de evitar que, por éste pretendido derecho, se traigan al mundo intencionadamente niños en circunstancias alejadas de las previstas por la naturaleza, para evitar el daño que a su dignidad se producirá: hijos de parejas homosexuales, de madres solteras sin padre conocido, gestados por madres de alquiler o por parientes cercanos o fecundando artificialmente a personas en edad no natural de procrear.


No tenemos ni la más remota idea de lo que nos deparará en el futuro una sociedad que ha sustituido el milenario sistema familiar por la liberalización sexual y la producción de seres humanos a capricho; lo que es seguro es que esa sociedad será mucho menos humana y más animal que la que Dios había diseñado.

miércoles, 9 de noviembre de 2005

Amor y sexo

Aprovecho que venimos hablando de amor para dejar bien claro que éste es distinto del sexo, aunque la sociedad actual los confunda tan frecuentemente, actitud que viene derivada del hecho de que se confunda el amor -búsqueda del bien ajeno- con el egoísmo -búsqueda del bien propio-. De esta forma, el sexo pasa de ser el lenguaje de nuestro amor -como alguien lo ha definido- a ser la vía para la satisfacción del propio ego.
Desde mediados del siglo pasado, esta confusión se generalizó debido fundamentalmente a un descubrimiento científico: la famosa píldora anticonceptiva. Éste fue el desencadenante de un vertiginoso cambio social que ha derivado en el actual debilitamiento de nuestra sociedad. A la situación actual de trivialización del sexo y el amor, y la profunda confusión de conceptos, se ha llegado a través de los siguientes pasos:
1º.- Con la aparición de los métodos anticonceptivos artificiales, se disoció sexualidad y procreación: se podían tener relaciones sexuales plenas sin temor a que ello provocase una nueva vida.
2º.- Con esta seguridad, se disoció sexualidad de matrimonio, ya que, al no estar vinculado el sexo a la procreación, no se veía la necesidad de restringirlo al ámbito matrimonial.
3º.- Si el sexo no tiene que estar ligado a una unión permanente y tender a la procreación, entonces se convierte en un mero acto biológico moralmente neutro y, por tanto, disociado del amor. El sexo dependerá del instinto de la persona, al igual que cualquier otra actividad biológica.
4º.- Si la sexualidad es mero instinto, moralmente neutra, no se le deben poner límites más estrictos que los que cada persona quiera admitir. Cualquier práctica sexual placentera es igualmente válida y digna: sadomasoquismo, pedofilia, ... Incluso se desliga el sexo de "los sexos"; y se convierten en opciones igualmente válidas la heterosexualidad y la homosexualidad.
5º.- Llegados a este punto, se comienza a recorrer el camino en sentido inverso. La trivialización del sexo, que ha servido para su justificación en cualquier circunstancia y sin un objetivo concreto (ni procreación, ni amor); sirve ahora para dar carta de naturaleza a las relaciones meramente sexuales: se pretende que las parejas "de hecho" (uniones sexuales temporalmente estables, con independencia de su orientación sexual), reciban la misma protección de la sociedad (mediante la legislación oportuna) que la que reciben los matrimonios (uniones permanentes que forman la célula básica de la sociedad: la familia).
6º.- Como último paso, desligado el sexo de la procreación, se pretende disociar también la procreación del sexo: se reclama la fecundación artificial y se justifica cualquier manipulación genética de embriones humanos. Se reclama la paternidad por parte de parejas homosexuales, individuos solos, o excesivamente mayores.


Así, vemos que primero se disoció el sexo y la fecundidad para poder practicarlo sin limitación ni condicionamiento; y, ahora que estamos liberados sexualmente, exigimos que se nos proporcione la fecundidad que habíamos rechazado. ¿No es ésta la mejor manera de reafirmar la estrecha unión entre amor, sexo y procreación que existía inicialmente y que nunca debió romperse?

martes, 8 de noviembre de 2005

Amor a Dios Padre

Quiero seguir ahora comentando la creación del hombre por parte de Dios. Sabemos por la revelación que nos ha creado a su imagen y semejanza. Por supuesto, no se trata de que tengamos algún parecido fisiológico con Dios, sino que nuestro parecido es de otro género, se debe predicar más de nuestra alma que de nuestro cuerpo. Y, ¿cuáles son la potencias del alma?: pues memoria, entendimiento y voluntad. Desde el punto de vista de la memoria, nuestro parecido con Dios es mu remoto, ya que Él no tiene memoria, sino que lo conoce todo en un mismo acto continuo. Con respecto al entendimiento, sí existe algún parecido: Dios conoce la Verdad y nosotros tenemos la facultad de tratar de conocerla. Pero es sin duda en la voluntad en lo que más nos parecemos. Dios tiene voluntad y hace lo que desea... el hombre también tiene voluntad y como es libre puede elegir entre las diversas opciones que se le plantean: ¡esta es la gran diferencia con las demás criaturas! Creo que es precisamente en esto en lo que Dios nos hizo semejantes a Él. Nuestra actuación no está pre-determinada, sino que nosotros, con el ejercicio de nuestra libre voluntad vamos determinándonos.
¿Cuál es la esencia de Dios?: el amor. Dios es amor. Si nosotros nos parecemos en algo a Él, también deberíamos ser amor. Y, ¿qué es el amor?; pues precisamente, el amor es la más firme determinación de la voluntad: Amar es buscar como único bien propio el bien ajeno. Todos los animales buscan instintivamente su propio bien, no pueden actuar de otra forma. El hombre, por el contrario, puede determinarse a buscar el bien ajeno, incluso prioritariamente al propio bien. Ésta es la característica diferenciadora radical del hombre: que tiene, a semejanza de Dios, capacidad de amar. Para dotarle de esta capacidad es para lo que Dios crea al hombre libre, con voluntad propia.
Pero este descubrimiento es muy importante: si el hombre fue creado específicamente con capacidad de amar, es porque debe amar; y a quien prioritariamente debe amar es a Aquél que le creo. El hombre nace con la vocación fundamental de relacionarse con Dios, sintiendo su amor y amándole; y, consecuentemente, amando y siendo amado por los demás congéneres. Éste es el misterio del hombre: que es la única criatura querida por Dios por sí misma, llamada a compartir la misma vida divina; pero, como nos ha creado libres, el hacerlo o no depende exclusivamente de nosotros.
No podemos pensar que el ejercicio de nuestra libertad es indiferente: que decidir amar a Dios, a los demás o a nosotros mismos no tiene consecuencias para nuestra propia existencia. Dios nos ha creado libres de elegir; pero, una vez elegido, no somos libres para determinar las consecuencias de nuestra elección. Clive S. Lewis lo expresa claramente por boca de uno de sus personajes en su libro "El Gran Divorcio": "Libre como es libre el hombre para beber mientras está bebiendo. Pero mientras bebe no es libre para no mojarse".
Es decir, podemos amar a Dios o rehusarle; pero esto último nos lleva a alejarnos de nuestra semejanza con Dios y a parecernos más a los animales: en definitiva, a frustrar la vocación para la que fuimos creados, a aniquilarnos como seres humanos.

miércoles, 19 de octubre de 2005

Razonar la Fe o creer en la Razón

No es lo mismo "razonar nuestra fe", que "pedirle razones" a la fe. En el primer caso -como hacemos en este blog- tratamos de entender, según nuestra capacidad, aquello en lo que creemos; en el segundo caso, nos negamos a creer aquello que no entendemos; que es una actitud totalmente diferente e incompatible con la fe: porque la fe deja de ser fe si le pedimos razones.

En nuestros días parece que hemos dejado de creer en la Fe -palabra de Dios-, para creer sólo en nuestra razón -palabra de hombre. Esto es absurdo, porque nuestra fe siempre nos llevará a la verdad, porque Dios no puede ni engañarse ni engañarnos; pero nuestra razón sí puede llevarnos al error... de hecho, lo hace frecuentemente.
Fácilmente se comprueba que mientras nos fiábamos sólo de la FE, determinábamos nuestra conducta de manera más razonable y adecuada a nuestra naturaleza; pero desde que pretendemos basarnos únicamente en nuestra razón, estamos llegando a actitudes nocivas para nuestra naturaleza e incluso irracionales; por ejemplo, la promoción del mal llamado matrimonio homosexual. Y esto es así, porque si hacemos depender la verdad de nuestro razonamiento, es muy fácil acabar haciendola depender sólo de nuestro capricho... como de hecho ocurre en la actualidad.

Y el capricho es la peor forma de dirigir una vida... o una sociedad.

jueves, 6 de octubre de 2005

¿Por qué Dios nos ha creado libres?

No sé si has caído en la cuenta de que la existencia de la libertad humana es una de las pruebas que nos ha servido para demostrar la existencia de Dios, en cuanto que ésta es una de las manifestaciones espirituales del hombre. Resulta paradójico que precisamente por ser libres podamos negar la existencia de quien nos ha creado.

Estoy firmemente convencido de que la libertad es uno de los mayores dones que tienen el hombre; pero quizá en algún caso hayas caído en la tentación de pensar que es su peor defecto: ¿No será un error de Dios, que nos pudo crear perfectos, el habernos dado libertad para equivocarnos tan frecuentemente? ¿No se equivocaría al crear esta máquina humana tan perfecta, pero con el grave defecto de poder funcionar bien o mal según su voluntad?

Por supuesto, Dios no sólo no se equivocó al crearnos libres, sino que, después de crear las demás cosas materiales, quiso poner un broche final que culminara su creación. Al hacer al hombre libre, también le hizo capaz de "crear" amor con el ejercicio de su voluntad; y el amor es lo más preciado para Dios, porque forma parte de su propia naturaleza divina. Y todo el perfecto y maravilloso funcionamiento del universo no le puede dar a Dios el amor que le da, cuando quiere, el más insignificante de los hombres. El más pequeño de tus actos voluntarios de amor supone mayor novedad en el universo que el movimiento de los millones de galaxias; porque sólo el amor es libre.

Yo creo que la "excusa" para crear un ser racional libre sería terminar la Creación con un ser espiritual que se transciende a sí mismo y se une a su Creador voluntariamente. Para esto sí merece la pena arriesgarse a crear un ser libre: para que ame. Por tanto, el sentido de la existencia humana sería alcanzar su fin espiritual eterno, para cerrar el ciclo evolutivo previsto por Dios volviendo al mundo de lo espiritual, dando un final a la creación digno de su Creador.

No te habrá pasado inadvertida la importancia de las últimas afirmaciones. Si la excusa para tu vida humana es la vida espiritual, tu falta de trascendencia, tu rechazo a tratar íntimamente a tu Creador, a amarle, supondría la frustración total del fin de tu naturaleza humana: sería el comportamiento meramente material, cuando tu única razón de existir es la trascendencia de los límites materiales. Supondría el absoluto vacío de las motivaciones del alma humana.... esa angustia vital que se nota en la vida hedonista, permisivista y relativista actual, porque prescinde de lo espiritual.

Por otra parte, derivada de la existencia de Dios y del alma humana libre, surge la necesidad de una Ley Natural que oriente esta libertad hacia su fin natural. Me parece una conclusión evidente.

Si atendemos a los descubrimientos científicos, vemos que la evolución del universo es lenta y paulatina (miles de millones de años); pero se acelera súbitamente y cambia de dimensión al aparecer el hombre en escena, con su alma (creada expresamente por Dios) y su libertad. La simple Naturaleza ya no puede seguir este nuevo ritmo de la evolución; y los meros instintos -motivación básica en los animales- se muestran insuficientes para la nueva criatura libre: la Naturaleza no puede alcanzar la dimensión de lo espiritual. El hombre necesita una nueva norma de conducta -además de la instintiva- que se adapte a su dimensión: la Ley Natural, revelada o impresa en el alma humana, sustituye en lo moral a los instintos; pero con una diferencia muy importante: su seguimiento es libre.

Por esto, es especialmente importante el uso que hagamos de nuestra libertad.

Creo que esta vez me he adentrado un poco en conceptos filosóficos y no estoy seguro de haberlos expuesto con claridad; pero sí pienso que te he dado más motivos para entender la existencia de Dios, para constatar su necesidad: ¡Eres libre de admitirlos o no! De hecho, la razón humana puede llegar al convencimiento de la existencia de Dios si interpreta debidamente las realidades de la naturaleza; e interpretando las realidades del ser humano y su condición de racional y espiritual, puede la razón conocer que se trata de un Dios personal, bueno, sabio, poderoso y eterno, que transciende a su creación.

Dios está ahí y tú aquí: ¿vas a decirle algo?



lunes, 3 de octubre de 2005

¿Quién ha creado nuestra alma?

Si te paras a pensar un momento, reconocerás que en muchas ocasiones de tu vida actúas siguiendo un sentimiento: amor, odio, deseo, tristeza, inquietud, miedo etc. Eres perfectamente consciente de que tu persona no se reduce a un mero organismo biológico en el que se producen complejas actividades metabólicas: además del hambre, el dolor, el frío y otras sensaciones, también te motivan -habitualmente con más fuerza- tus sentimientos, que no están determinados por tus sentidos. Nuestra memoria, nuestro entendimiento y nuestra voluntad nos incitan a hacer cosas que no tienen relación directa con nuestra situación material. En definitiva, te estoy hablando del alma humana, aquello que no queda explicado por la mera materia de nuestro cuerpo. Pues bien, una de las pruebas de la existencia de Dios la puedes encontrar dentro de ti mismo, precisamente en la existencia de tu alma: sólo un principio espiritual superior la ha podido crear. Tomo prestado de Santo Tomás este argumento, que debe comenzar con la demostración de la existencia del alma.

Para comprobar la existencia del alma humana, deberemos comenzar por averiguar si existen en el hombre manifestaciones espirituales (aquellas que no tienen partes, que no son sensibles, que superan el espacio). En caso afirmativo, dichas manifestaciones deberán provenir de un principio espiritual, no material, del hombre; y este principio sería lo que llamamos el alma.

Siete son, según Santo Tomás, las operaciones espirituales que puedes reconocer:
1ª.- El conocimiento intelectual, que se contrapone al conocimiento únicamente sensible de los animales. El humano es un conocimiento abstracto, capta la realidad en sí misma y forma los conceptos. Es capaz de captarse a sí mismo como realidad y decir: yo. La diferencia entre el aprendizaje del hombre y el instinto animal es que éste pertenece a la especie (se transmite de padres a hijos por los genes), mientras que aquél es individual y lo debe desarrollar cada hombre por sí mismo, utilizando la inteligencia.
2ª.- El lenguaje simbólico, derivado de la capacidad de conocimiento intelectual que posee el hombre: puede adjudicar un nombre a una cosa, porque capta su concepto. Los animales sólo tienen el lenguaje emotivo: manifiestan angustia, miedo, hambre, frío o celo, de la forma que les indica su instinto; pero no se transmiten conceptos.
3ª.- La libertad, que manifiesta la capacidad de autodeterminación del hombre. Los genes, la herencia, condicionan inicialmente tu forma de ser, pero en último extremo no te determinan: tu actuación concreta depende de tu voluntad. Cada hombre posee una personalidad singular e irrepetible. Por el contrario, los animales son simples copias de sus padres tanto en lo fisiológico como en su comportamiento.
La actuación del hombre no viene directamente determinada por su conocimiento sensible de las cosas, sino por su conocimiento intelectual, que es el que moverá su voluntad en un sentido (búsqueda del bien conocido) u otro. Los animales reaccionan de manera instintiva y predeterminada ante cualquier estímulo sensible: el instinto les obliga siempre a buscar su bien y evitar el mal. Por el contrario, el hombre es libre porque no está determinado ni por el bien, ni por el placer, ni por el instinto.
4ª.- El progreso, como consecuencia del conocimiento humano de las leyes que rigen la naturaleza: de este modo puede aplicarlas o eludirlas a su conveniencia. Los animales, incluso los más sofisticadamente organizados (hormigas, abejas) no han progresado en sus métodos, ya que no los adaptan a su conocimiento, sino a su instinto; su evolución, cuando existe, depende de mutaciones genéticas aleatorias.
El hombre no ha dejado de progresar desde que apareció sobre la tierra: no sólo se adapta al medio que lo rodea, sino que, en muchos casos, adapta este medio a su propia conveniencia.
5ª.- El arte, que es la manifestación del concepto abstracto de belleza y la valoración de su contemplación. Los animales únicamente hacen aquello que les resulta útil para su vida, no tienen sentido de la estética.
6ª.- La ética, consecuencia de la captación del bien en cuanto bien por parte de la conciencia humana. Esta es una actividad espiritual: los animales no tienen conciencia, sino instinto; el único bien que persiguen es la satisfacción de sus necesidades. Al contrario, el hombre al ser libre y poder elegir entre el bien o el mal, sí necesita un código de conducta por el que regirse.
7ª.- La religión, que manifiesta la tendencia del hombre al infinito, la necesidad de buscar otra meta en cuanto que una está alcanzada: la necesidad de perpetuarse y trascender esta vida. Los animales, por el contrario, se sacian en cuanto satisfacen sus necesidades vitales: ni tienen sentido de transcendencia ni se preguntan por el más allá.

Si puedes realizar estas siete operaciones espirituales es porque tienes un alma, que es tu principio espiritual. Tu alma humana no puede provenir de tus padres (que tienen cada uno su propia alma) porque el alma no es divisible (como se dividen los cromosomas). Tus padres no te han transmitido el alma como te transmitieron el color del pelo o tus facciones. Tú tienes tu propia alma (memoria, entendimiento y voluntad) independiente y distinta de la de tus padres. Luego, si no proviene de tus padres, tiene que provenir directamente de un ser espiritual superior a ellos: Dios. De esta forma, la existencia de Dios se presenta como condición necesaria a la existencia de tus actividades espirituales.

Por eso, si negamos a Dios, también tenemos que negar la capacidad espiritual del hombre, condenándolo a ser simple materia animal. Ya no existiría una moral objetiva, sino mero instinto animal; y cualquier comportamiento humano debería ser aceptado, porque el hombre no tendría más dignidad que una piedra o una oveja.

Observarás ahora que no es casualidad que la norma moral objetiva sea negada por una sociedad que se olvida habitualmente de Dios.

viernes, 30 de septiembre de 2005

La reproducción sexuada ¿también es casual?

Otra evidencia de que la mera evolución de las especies no ha podido crear la diversidad que existe -y mucho menos al ser humano, con inteligencia, memoria y voluntad- es la existencia de seres sexuados. Me explicaré.
Se creía hasta hace bien poco ciegamente en la teoría de la evolución de Darwin: desde los seres más simples se llegó a los más complejos porque una serie casual de mutaciones genéticas fueron seleccionando a aquellos que tenían más facultades para prosperar y sobrevivir. La evolución ciega habría creado mutantes, acertando en algunos casos con ejemplares mejores que los anteriores, que así mejoraban la especie e iban haciendo la naturaleza más compleja. Esta teoría de la evolución de los seres superiores ya no puede sostenerse con los modernos conocimientos sobre genética, ya que nada de lo que le suceda a un ser vivo puede modificar la herencia genética que legará a sus descendientes; y por otra parte, se ha comprobado que las mutaciones producen siempre seres más imperfectos:"ley de la entropía", por la que el orden tiende siempre a disminuir.
Pero la existencia de seres sexuados -plantas y animales- imposibilita de plano recurrir a mutaciones casuales en la generación inicial de seres vivos complejos: la propia definición de mutación hace imposible que se produzca simultáneamente en dos seres una mutación de sentido complementario de tal forma que su resultado sea de mutua compatibilidad.
Si la naturaleza hubiese evolucionado por casualidad, cada especie producida por una mutación estaría compuesta por individuos capaces de reproducirse a sí mismos, sin necesidad de complementarse perfectamente con seres similares con una evolución que casualmente resultase perfectamente complementaria. Lo contrario sería afirmar que la casualidad podría actuar coordinadamente sobre dos seres distintos.
El hecho de que la complementariedad sexual ocurra con cientos de miles de especies de plantas y animales que se reproducen sexuadamente indica sin lugar a dudas que todo ello responde a un plan concebido por la Inteligencia Creadora que diseñó esa evolución, sabiendo muy bien qué resultado deseaba alcanzar. ¿O es que alguien puede pensar que cada especie animal que apareció se generó de dos mutaciones simultáneas -macho y hembra- perfectamente complementarias no sólo en su herencia genética, sino también en su funcionamiento genital, mediante la cual los machos se garantizaban su perpetuación en las crías que las hembras tuviesen después de haberse acoplado mutuamente?
Es decir, que mientras una mutación creaba el órgano masculino y su semen sin tener ni idea de para qué servía, otra mutación creaba los órganos femeninos y sus óvulos también por casualidad... y por casualidad ambos comprobaban que se acoplaban perfectamente y que las células intercambiadas perdían cada una la mitad de su material genético, para juntarse con la otra mitad y generar una nueva célula madre totipotente que puede generar un nuevo individuo completo de la misma especie. Y no sólo tiene que darse la casualidad en la mutación, sino que también deben ser simultáneas ambas mutaciones: ya que la mutación hembra debería alcanzar su perfección y madurez antes de que la mutación macho llegase a su vejez y perdiese su capacidad reproductora, en cuyo caso, la hembra debería esperar -sin envejecer- unas decenas de miles de años hasta que otra mutación casual crease a otro macho acoplable.
Pues aunque no se lo crean, a toda esta concatenación de casualidades lo llaman teoría científica... ¡y a la creencia en una Inteligencia Creadora que lo diseñó todo lo llaman ingenuidad!
Lo mismo ocurre con la inteligencia humana: una mutación casual producida sobre un simio evolucionado y bien alimentado le permitió desarrollar un cerebro tan especial que llegó a estar dotado de voluntad propia; y una voluntad tan libre que es capaz de contradecir las propias leyes de la naturaleza. Esta es la teoría científica, que, por supuesto, ocurrió casual y simultáneamente en un hombre y una mujer, que se encontraban lo suficientemente cerca y en tan buenas relaciones que procedieron inmediatamente a perpetuar el género humano... y así hasta hoy. O también pudiese ser que dicha mutación casual se produjese en muchos hombres y muchas mujeres simultáneamente... y así resultaba más fácil justificar su posterior perpetuación. Lo que ocurre es que mutación significa precisamente comportamiento anómalo y no recurrente del material genético, por lo que se excluye su ocurrencia masiva y simultánea. Pero ésta es la teoría científica... casualidad tras casualidad.
Por supuesto, el relato bíblico de que una Inteligencia Creadora indujo dicha mutación en dos individuos de la misma especie y de sexo complementario, sólo puede ser tenido por una ingenuidad... ¡sobre todo, si lo comparamos con la fundadísima teoría científica de las casualidades simultáneas!

Y es que cuando uno se niega a admitir la evidencia de que Alguien ha dirigido todo esto, se acaba cayendo en el absurdo. ¡Y pensar que somos los creyentes los que tenemos complejo de inferioridad ante la ciencia!

jueves, 29 de septiembre de 2005

La existencia de Dios es lo más razonable

Algunos científicos niegan la existencia de Dios porque no pueden comprobarla empíricamente; pero no se dan cuenta de que también ellos son incapaces de demostrar empíricamente lo contrario. Como mínimo, habría que considerar inicialmente que ambas posturas tienen el mismo fundamento: se basan en la mera creencia del que las adopta. Pero la existencia de la creación y del hombre racional sí es demostrable, es evidente, es una realidad patente, aunque admitamos que "a priori" -sin apelar a la fe- desconocemos su procedencia. Por otra parte, quizá este mismo desconocimiento científico -se ignora el origen de la materia que forma el universo- debiera inclinar la balanza en favor de la existencia de Dios: a ti, ¿qué te parece?

Imagino que has oído hablar del Big Bang, pero te lo recordaré brevemente. Según las últimas teorías físicas, el universo entero procede de una explosión inicial ocurrido hace quince mil millones de años, por la que la energía (posteriormente materia) fue violentamente dispersada. A esta explosión u origen del universo conocido es a lo que se llama Big Bang (gran explosión, en inglés). Esa dispersión fue irregular desde el primer instante y por ello el universo resultante no es uniforme: existen galaxias, estrellas, planetas, seres vivos,... La irregularidad de dicha dispersión estaba calculada desde el principio de tal manera que la energía expulsada evolucionó sin interrupción hasta convertirse en el complicado y maravilloso mundo que conocemos. Esa bola compacta de energía que estalló ya llevaba grabadas las instrucciones de toda la evolución futura. Fue algo parecido a lo que ocurre con la gestación de un ser humano: la primera célula fecundada ya lleva grabada en sus genes hasta la menor característica del futuro ser. A los que lograron demostrar la existencia de esta irregularidad en el Big Bang se les ha recompensado con un flamante premio Nobel: lograron demostrar que el universo desde el primer instante "sabía" cómo evolucionar..., luego Alguien se lo habría enseñado.

Esta maravilla de la evolución del universo es difícil de comprender; quizá con un ejemplo me resulte más fácil explicarte que no puede ser producto de la casualidad. Te imaginas poniendo un petardo dentro de un bote en el que hubieses mezclado pinturas de muchos colores; y que, al estallar el petardo, se proyectase la mezcla contra una pared de manera que quedase dibujado el cuadro de "Las Meninas" de Velázquez; y que ello ocurriese con tal precisión que se pudiesen distinguir todas sus calidades pictóricas, hasta el último detalle. Pues algo así es lo que ha ocurrido con el Big Bang: ¿no crees que es muy difícil imaginar que el universo haya evolucionado, y llegado al grado de complejidad orgánica que ha alcanzado, por simple casualidad?; ¿que por casualidad apareciese una bola de energía que al estallar crease todo lo que existe, y su maravilloso juego de fuerzas y relaciones?; ¿no te parece más fácil la explicación de la existencia de una Inteligencia creadora que lo diseñó y dirigió?

Pero es que, además, la realidad que nos rodea ha superado en mucho a la posibilidad de pintar por casualidad Las Meninas con un petardo en un bote de pintura, ya que los personajes pintados habrían cobrado vida; y tomado sus propias decisiones; y pudieron volverse contra su Autor y negar la existencia de éste; y, en definitiva, alcanzaron la libertad de modificar el cuadro a su antojo. En el cuadro de la creación, las figuras tienen memoria, entendimiento y voluntad. ¿Se trata de otra casualidad?

Por esto es por lo que afirmo que la existencia de Dios, mi fe en Él, resulta mucho más razonable que el argumento científico de la casualidad... ¡éste sí que es ingenuo!

miércoles, 28 de septiembre de 2005

La moral y la libertad

Hay quien todavía considera la moral cristiana como un arbitrario elenco de normas que sirve exclusivamente para que los fieles nos ganemos a pulso el cielo; y ésta es una mentalidad que existe incluso entre los cristianos. Muy al contrario, la Ley Natural que se concreta en nuestra moral no es sino el conjunto de instrucciones que nos permitirá alcanzar la plenitud como seres humanos aquí en la vida terrestre, además de asegurarnos la felicidad por toda la eternidad. No son normas arbitrarias impuestas por el Todopoderoso para tenernos sometidos, sino indicaciones paternas de cómo debemos usar nuestra libertad para que nuestros actos no sean contrarios a nuestra naturaleza humana.

Ya sé que la Ley Natural o la moral no son conceptos admitidos por aquellos que consideran que su libertad no tiene más límites que su propia voluntad; y que la ley positiva debe basarse únicamente en la voluntad de la mayoría. Pero los hechos son tozudos -y la Naturaleza más- y nos demuestran constantemente que hay una forma correcta de comportarse y otras incorrectas, que, a la postre, acaba destruyendo la propia naturaleza humana.
Si nos centramos en el aspecto de la moral cristiana quizá más discutido en nuestros días, la moral sexual, vemos cómo se ha ido separando la conducta de la norma; y cómo esto nos ha llevado a una sociedad que se está desintegrando y alcanzando altos grados de amargura e insatisfacción. La libertad total -al contrario de lo que se buscaba- nos ha deparado infelicidad y, en muchos casos, a una situación demográfica insostenible.
Y es que nuestro rechazo de la fidelidad matrimonial -esa falsa libertad que parece ofrecer el divorcio- nos ha llevado a una sociedad en la que cuatro de cada diez matrimonios se rompen, creando una amargura que sólo los que la han soportado conocen; y criando una multitud de huérfanos con padres vivos, que acaban compartiendo la amargura de sus progenitores.

Por otra parte, el rechazo del fin natural de la sexualidad -la procreación- nos ha llevado a una situación demográfica que no asegura la continuidad generacional: de hecho, el principal problema de la Europa occidental es precisamente la falta de europeos. El egoísmo de evitar las consecuencias de nuestros propios actos -esa falsa libertad que nos proporcionan los adelantos científico-médicos- nos puede llevar a la desaparición de una civilización, simplemente por falta de personal. No exagero, la ONU ya ha advertido seriamente a España de que la situación demográfica será insostenible a mediados del presente siglo. Y en el colmo de uso irresponsable de nuestra libertad, en vez de proteger públicamente la natalidad, nos hemos molestado en regular y proteger esas formas de convivencia que, por imperativo natural, excluyen la procreación: ese absurdo de considerar matrimonio a la relación homosexual.

Y como ya nos hemos liberado de la fidelidad matrimonial y del fin natural de la sexualidad, entonces toda práctica sexual vale... y, por supuesto, los novios ponen a prueba su relación adelantando las prácticas sexuales al compromiso matrimonial, sin molestarse en poner a prueba los demás aspectos de su futuro matrimonio: compromiso, dedicación, trabajo, tolerancia, etc... Y como la naturaleza es muy sabia, se venga de este abuso provocando seis veces más rupturas matrimoniales entre aquellas parejas que tuvieron relaciones prematrimoniales que en las que no las tuvieron. Resulta curioso que en una época en que los matrimonios se conciertan al 100% por amor, después de un noviazgo en el que la pareja ha tenido ocasión de conocerse incluso demasiado bien, entre personas ya bastante adultas -una media de edad cercana a los 30 años-, el porcentaje de rupturas sea tan alto: es decir, que se rompa fácilmente el compromiso de por vida que se contrajo consciente y libremente.

Y es que el común denominador es siempre el mismo: se utiliza la libertad que nos aportan los adelantos científicos y sociales para actuar en contra de nuestra naturaleza... y ésta acaba resintiéndose y pasando la cuenta. Exigimos el 100% de nuestra libertad; pero no admitimos ni el 1% de nuestra responsabilidad.
A muchos les parece absurda una moral que ponga límites a nuestra libertad; pero la experiencia nos demuestra cada día que sin la moral sexual cristiana, ni la raza humana habría podido perpetuarse ni nuestra civilización alcanzar el grado de complejidad que tiene... y que vista la situación actual, no sabemos cuánto durará.

Es mucho lo que la humanidad debe agradecer a la moral cristiana... pero todavía hay algunos progresistas que se permiten ridiculizarla.

Ciencia y Religión

Habitualmente se nos considera a los creyentes en la existencia de Dios -la mayor parte de los hombres durante toda la historia de la humanidad- como personas muy ingenuas, a las que se puede hacer creer cualquier cosa sin excesivos razonamientos. Por otra parte, se considera a los agnósticos o ateos como personas sesudas e intelectuales que difícilmente aceptan opiniones no suficientemente demostradas.

No comparto esta opinión en absoluto; muy al contrario, creo que en la mayoría de los casos los que se comportan como ingenuos son los que aceptan teorías científicas que no comprenden. De hecho, muchas teorías científicas "demostradas" son rebatidas años después por otras más modernas, de forma que afirmaciones científicas irrebatiblemente verdaderas se convierten -sin solución de continuidad- en irrebatiblemente falsas. Por otra parte, la mayoría de los mortales tenemos que creernos las "verdades" científicas que nos proponen sin poder entenderlas: en el mejor de los casos únicamente nos parecen razonables; pero raramente llegaremos a comprenderlas o experimentarlas.

Si encendemos un receptor de radio, escuchamos sonidos que han sido emitidos muy lejos de donde nos encontramos, a pesar de que no existe unión entre el aparato receptor y el lugar de donde proceden los sonidos. La explicación que nos dan -y nosotros la creemos mediante un acto de fe- es que los sonidos se convierten en ondas de radio que se transmiten por el aire y todo lo atraviesan; después el aparato receptor las capta y las reconvierte en los mismos sonidos iniciales. Los no científicos nos lo creemos porque resulta más razonable que pensar que todo ello ocurre por casualidad; pero ni vemos las ondas ni entendemos el funcionamiento técnico del aparato.

Multitud de ejemplos parecidos hacen de la fe algo cotidiano y connatural al hombre. Recuerda cuántas veces al día actúas fiándote de los demás (de su sabiduría, sus conocimientos, sus consejos, su experiencia); del funcionamiento de máquinas cuyos mecanismos desconoces (vehículos, ordenadores); cómo te sueles fiar de que los demás habrán hecho bien su cometido (que se lo digan a los paracaidistas, cuya vida depende del paracaídas que ha preparado otro).

Pues bien, si nos negamos a creer en cualquier "verdad científica" se nos tachará de oscurantistas; se nos llamará cabezotas por pretender comprender principios científicos que exceden a nuestro conocimiento y capacidad; se nos acusará incluso de retrasar el progreso de la humanidad. Pero esas mismas personas nos exigirán pruebas irrefutables en las que fundamentar nuestra fe; nos aconsejarán no creer en aquello que no podamos comprobar y nos considerarán fanáticos si, además de creer, nos atrevemos a proclamar y difundir nuestras creencias.
Muy probablemente, ningún ateo se burlaría de la teoría de la relatividad de Einstein, que resulta difícilmente comprensible para los científicos -no digamos para los legos en la materia- y absolutamente indemostrable en la práctica. Se acepta en la comunidad científica porque parece responder a la observación de la realidad. Debo recordarte ahora que la teoría heliocéntrica -el sol como centro del universo- también pareció responder en su momento a la realidad observable; y posteriormente se descubrió que era una barbaridad, infinitamente lejos de la realidad.

Pero ese mismo ateo se permitirá burlarse de la teoría de la existencia de Dios, que también responde a la observación de la realidad: porque existe un universo ordenado y altamente evolucionado -así lo aseguran los científicos- deduzco que una Inteligencia superior lo ha creado. Este razonamiento tiene más peso científico que la teoría de la evolución casual a partir de un Big Bang o gran explosión inicial: decir que el universo y la vida no proceden de un Ser Supremo que los ha creado, sino que son consecuencia de una cadena de casualidades, sería como opinar que podemos escuchar las emisiones radiofónicas debido a una concatenación de casualidades; pero no porque un ingeniero hay diseñado la emisora que lo hace posible. Personalmente, me parece más ingenuo creer en la casualidad, que creer en la evidencia de que el orden universal tiene como causa a una Inteligencia ordenadora.

Si buscamos las causas de esta obstinación científica, descubriremos que no desean conocer la verdad, porque este descubrimiento puede afectarles profundamente. No afectará a sus conocimientos y procedimientos científicos; pero alterará decisivamente su actitud ante la vida: descubrirán que existe una razón última, un Ser Supremo al que amar, una norma objetiva que seguir. Y, por miedo a verse sometidos por esta realidad, prefieren negarla con el argumento absurdo de que todo es una casua
lidad... ¡y esto lo dice un científico!

Qué pena que todavía no se hayan enterado de que será la Verdad la que los haga libres.

La fe cristiana también es razonable

Hay quien piensa que fe es lo opuesto a razón. Hay quien piensa que los que tenemos fe no somos personas razonables. No comparto estas opiniones; y para mostraros que en la razón hay mucha parte de fe y que en la fe hay mucha parte de razón, es para lo que comienzo este blog.

Cuando hablo de fe, me refiero a la fe católica, que es la que profeso; y considero parte de mi fe también la moral católica... tendremos mucho campo sobre el que hablar.

Por ahora, un saludo