miércoles, 28 de septiembre de 2005

Ciencia y Religión

Habitualmente se nos considera a los creyentes en la existencia de Dios -la mayor parte de los hombres durante toda la historia de la humanidad- como personas muy ingenuas, a las que se puede hacer creer cualquier cosa sin excesivos razonamientos. Por otra parte, se considera a los agnósticos o ateos como personas sesudas e intelectuales que difícilmente aceptan opiniones no suficientemente demostradas.

No comparto esta opinión en absoluto; muy al contrario, creo que en la mayoría de los casos los que se comportan como ingenuos son los que aceptan teorías científicas que no comprenden. De hecho, muchas teorías científicas "demostradas" son rebatidas años después por otras más modernas, de forma que afirmaciones científicas irrebatiblemente verdaderas se convierten -sin solución de continuidad- en irrebatiblemente falsas. Por otra parte, la mayoría de los mortales tenemos que creernos las "verdades" científicas que nos proponen sin poder entenderlas: en el mejor de los casos únicamente nos parecen razonables; pero raramente llegaremos a comprenderlas o experimentarlas.

Si encendemos un receptor de radio, escuchamos sonidos que han sido emitidos muy lejos de donde nos encontramos, a pesar de que no existe unión entre el aparato receptor y el lugar de donde proceden los sonidos. La explicación que nos dan -y nosotros la creemos mediante un acto de fe- es que los sonidos se convierten en ondas de radio que se transmiten por el aire y todo lo atraviesan; después el aparato receptor las capta y las reconvierte en los mismos sonidos iniciales. Los no científicos nos lo creemos porque resulta más razonable que pensar que todo ello ocurre por casualidad; pero ni vemos las ondas ni entendemos el funcionamiento técnico del aparato.

Multitud de ejemplos parecidos hacen de la fe algo cotidiano y connatural al hombre. Recuerda cuántas veces al día actúas fiándote de los demás (de su sabiduría, sus conocimientos, sus consejos, su experiencia); del funcionamiento de máquinas cuyos mecanismos desconoces (vehículos, ordenadores); cómo te sueles fiar de que los demás habrán hecho bien su cometido (que se lo digan a los paracaidistas, cuya vida depende del paracaídas que ha preparado otro).

Pues bien, si nos negamos a creer en cualquier "verdad científica" se nos tachará de oscurantistas; se nos llamará cabezotas por pretender comprender principios científicos que exceden a nuestro conocimiento y capacidad; se nos acusará incluso de retrasar el progreso de la humanidad. Pero esas mismas personas nos exigirán pruebas irrefutables en las que fundamentar nuestra fe; nos aconsejarán no creer en aquello que no podamos comprobar y nos considerarán fanáticos si, además de creer, nos atrevemos a proclamar y difundir nuestras creencias.
Muy probablemente, ningún ateo se burlaría de la teoría de la relatividad de Einstein, que resulta difícilmente comprensible para los científicos -no digamos para los legos en la materia- y absolutamente indemostrable en la práctica. Se acepta en la comunidad científica porque parece responder a la observación de la realidad. Debo recordarte ahora que la teoría heliocéntrica -el sol como centro del universo- también pareció responder en su momento a la realidad observable; y posteriormente se descubrió que era una barbaridad, infinitamente lejos de la realidad.

Pero ese mismo ateo se permitirá burlarse de la teoría de la existencia de Dios, que también responde a la observación de la realidad: porque existe un universo ordenado y altamente evolucionado -así lo aseguran los científicos- deduzco que una Inteligencia superior lo ha creado. Este razonamiento tiene más peso científico que la teoría de la evolución casual a partir de un Big Bang o gran explosión inicial: decir que el universo y la vida no proceden de un Ser Supremo que los ha creado, sino que son consecuencia de una cadena de casualidades, sería como opinar que podemos escuchar las emisiones radiofónicas debido a una concatenación de casualidades; pero no porque un ingeniero hay diseñado la emisora que lo hace posible. Personalmente, me parece más ingenuo creer en la casualidad, que creer en la evidencia de que el orden universal tiene como causa a una Inteligencia ordenadora.

Si buscamos las causas de esta obstinación científica, descubriremos que no desean conocer la verdad, porque este descubrimiento puede afectarles profundamente. No afectará a sus conocimientos y procedimientos científicos; pero alterará decisivamente su actitud ante la vida: descubrirán que existe una razón última, un Ser Supremo al que amar, una norma objetiva que seguir. Y, por miedo a verse sometidos por esta realidad, prefieren negarla con el argumento absurdo de que todo es una casua
lidad... ¡y esto lo dice un científico!

Qué pena que todavía no se hayan enterado de que será la Verdad la que los haga libres.

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