lunes, 31 de enero de 2011

Una propuesta política cristiana

Con objeto de plasmar en política mi interpretación de la concepción social cristiana -de la que he hablado en muchas ocasiones en este blog-, he decidido abrir un nuevo blog dedicado a este objetivo: El Socialcristianismo, una propuesta política cristiana
Espero que sea de vuestro interés.

sábado, 15 de enero de 2011

Elección, decisión e instinto

La manifestación de la libertad humana es la elección: el hombre elige entre varias alternativas.

Nuestras decisiones son fruto del razonamiento: se ponderan los pros y los contras de cada alternativa y se acaba escogiendo la que racionalmente se nos presenta como mejor. De algún modo, nuestra elección está determinada por nuestro conocimiento y por nuestra razón.

Cuando actuamos sin deliberación previa, siguiendo simplemente nuestro instinto, la falta de libertad se muestra de forma más patente: elegimos aquello que se presenta como bueno para nuestra naturaleza y difícilmente podríamos actuar de otra forma; aunque, por supuesto, el hombre siempre puede dominar su instinto. También es cierto que, en algunos casos, nuestro instinto ya está corrompido por el vicio; y se nos presenta como bueno lo que simplemente nos resulta necesario -por necesidad creada- e inevitable [por ejemplo, con las adicciones a las drogas o al sexo]. De una u otra forma, cuando actuamos instintivamente, nuestro actuar refleja más nuestro aspecto animal que el racional.

Resumiendo: el hombre, como animal racional, suele estar influido en su proceso de elección por la razón o por el instinto.

Pero no siempre es así. En ocasiones (de hecho en las más importantes de la vida), el hombre elige opciones sin que sean fruto ni de una decisión razonada ni del impulso ciego del instinto. Por ejemplo, este tipo de decisiones (ni racionales ni instintivas) se producen cuando el amor está por medio; pero no es la única circunstancia en que esto se da: elegimos "irracionalmente" nuestra vocación o carrera, nuestra pareja, nuestro trato con los demás, nuestras amistades y aficiones... Parecería como si sólo aquellos aspectos menos importantes de nuestra vida se decidiesen tras una detenida ponderación: las inversiones financieras, la elección de coche o de casa...; y no siempre. Y también suelen ser irrelevantes las decisiones que tomamos de forma exclusivamente instintiva.

Y es más, cuanto menos razonada ha sido una elección, más nos empeñamos en mantenerla, más "nuestra" nos parece.

Y la más importante de todas nuestras elecciones es nuestra fe, nuestra aceptación de un conocimiento no comprobable: precisamente por no ser comprobable, no puede ser razonada su elección (esto no excluye que la fe pueda ser a posteriori razonable); y por ser un conocimiento, no puede ser meramente instintivo. Y será la elección de nuestra fe la que más influya en todas nuestras demás elecciones.

Quizá todo esto se produzca porque la libertad del hombre no se basa tanto en su naturaleza humana -animal racional- cuanto en su alma, en aquello espiritual que juntamente con la naturaleza material constituye al hombre. Porque si no tuviésemos alma, nuestras elecciones serían siempre fruto de razonadas decisiones o impulsos instintivos, entre los que nunca podría aparecer el amor... Por tanto, la fe, el amor, la vocación, serían elecciones del alma y su manifestación más patente.

Por el contrario, quien elige el ateísmo suele hacerlo tras una larga deliberación: es una decisión meramente humana, determinada por la razón, sin escuchar al alma...; y, por tanto, menos libre.

domingo, 2 de enero de 2011

La vida, un derecho y un deber

Comienza un nuevo año y la vida sigue... Pero no siempre dejamos que la vida, toda vida, siga.

Por desgracia, en España se vuelve a hablar de legalizar la eutanasia, es decir, de permitir que aquellos que no encuentran un motivo para seguir viviendo -en definitiva, aquellos que no se sienten amados-, se puedan quitar de en medio. Es la solución más cínica y cobarde que se le ha ocurrido a nuestra progresista civilización: aquellas vidas que no apreciamos, porque no tienen "utilidad" para nosotros, lo mejor es aniquilarlas. En vez de convencer a todos de que una vida tienen valor en sí misma porque es algo único e irrepetible, les permitimos marchar con la seguridad de que a nadie le interesa que se queden.

Se reclama la eutanasia como el derecho a una muerte digna. Pero el suicidio nunca puede ser una muerte digna, sino el más indigno de los destinos: la desaparición porque a nadie le interesamos. La eutanasia es la manifestación patente del fracaso de una sociedad que confunde "vida digna" con "satisfacción del deseo"; como si la vida no tuviese una dignidad intrínseca, independientemente se las condiciones en que se desarrolle.


La eutanasia, el suicidio -asistido o no- nunca es lícito. Hablábamos hace unas entradas de que las libertades de unos se entrelazan con las de otros, hasta un punto en el que libertades, derechos y obligaciones acaban confundiéndose con las propias personas, con el prójimo. Pues estamos ahora ante una manifestación clara de esto: la vida es nuestro derecho, que los demás deben respetar siempre; pero también es nuestro deber, que debemos respetar frente a los demás. Y es que olvidamos que nuestra vida también es un derecho de los demás: evidentemente, sin las vidas de unos y otros no existiría ni la sociedad ni la humanidad.


Así, nuestra libertad de desear una vida placentera y libre de sufrimientos (lo que constituye un aspecto muy accesorio y pobre de la vida), tiene como límite la propia vida; es decir, nunca puede llevarnos a prescindir de ella.Y siempre podremos exigir que los demás la valoren como tal, cualquiera que sean sus circunstancias.


La vida, toda vida, la vida de cada uno, es un regalo que Dios hace al resto de la humanidad y, por tanto, a cada uno de los demás seres humanos. Nuestra obligación es agradecerlas, respetarlas y cuidarlas para que se desarrollen en óptimas condiciones. Y como ese regalo pertenece a todos, nadie, ni el propio individuo, puede aniquilarlo.