sábado, 15 de enero de 2011

Elección, decisión e instinto

La manifestación de la libertad humana es la elección: el hombre elige entre varias alternativas.

Nuestras decisiones son fruto del razonamiento: se ponderan los pros y los contras de cada alternativa y se acaba escogiendo la que racionalmente se nos presenta como mejor. De algún modo, nuestra elección está determinada por nuestro conocimiento y por nuestra razón.

Cuando actuamos sin deliberación previa, siguiendo simplemente nuestro instinto, la falta de libertad se muestra de forma más patente: elegimos aquello que se presenta como bueno para nuestra naturaleza y difícilmente podríamos actuar de otra forma; aunque, por supuesto, el hombre siempre puede dominar su instinto. También es cierto que, en algunos casos, nuestro instinto ya está corrompido por el vicio; y se nos presenta como bueno lo que simplemente nos resulta necesario -por necesidad creada- e inevitable [por ejemplo, con las adicciones a las drogas o al sexo]. De una u otra forma, cuando actuamos instintivamente, nuestro actuar refleja más nuestro aspecto animal que el racional.

Resumiendo: el hombre, como animal racional, suele estar influido en su proceso de elección por la razón o por el instinto.

Pero no siempre es así. En ocasiones (de hecho en las más importantes de la vida), el hombre elige opciones sin que sean fruto ni de una decisión razonada ni del impulso ciego del instinto. Por ejemplo, este tipo de decisiones (ni racionales ni instintivas) se producen cuando el amor está por medio; pero no es la única circunstancia en que esto se da: elegimos "irracionalmente" nuestra vocación o carrera, nuestra pareja, nuestro trato con los demás, nuestras amistades y aficiones... Parecería como si sólo aquellos aspectos menos importantes de nuestra vida se decidiesen tras una detenida ponderación: las inversiones financieras, la elección de coche o de casa...; y no siempre. Y también suelen ser irrelevantes las decisiones que tomamos de forma exclusivamente instintiva.

Y es más, cuanto menos razonada ha sido una elección, más nos empeñamos en mantenerla, más "nuestra" nos parece.

Y la más importante de todas nuestras elecciones es nuestra fe, nuestra aceptación de un conocimiento no comprobable: precisamente por no ser comprobable, no puede ser razonada su elección (esto no excluye que la fe pueda ser a posteriori razonable); y por ser un conocimiento, no puede ser meramente instintivo. Y será la elección de nuestra fe la que más influya en todas nuestras demás elecciones.

Quizá todo esto se produzca porque la libertad del hombre no se basa tanto en su naturaleza humana -animal racional- cuanto en su alma, en aquello espiritual que juntamente con la naturaleza material constituye al hombre. Porque si no tuviésemos alma, nuestras elecciones serían siempre fruto de razonadas decisiones o impulsos instintivos, entre los que nunca podría aparecer el amor... Por tanto, la fe, el amor, la vocación, serían elecciones del alma y su manifestación más patente.

Por el contrario, quien elige el ateísmo suele hacerlo tras una larga deliberación: es una decisión meramente humana, determinada por la razón, sin escuchar al alma...; y, por tanto, menos libre.

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