jueves, 30 de agosto de 2018

Creer es lo más razonable


Creo, porque creer en Dios me parece lo más razonable.

Con respecto a la existencia de Dios, tenemos por una parte la teoría científica: que todo lo que vemos ha evolucionado hasta este punto por casualidad. No me parece razonable, porque contradice dos postulados científicos:
  • ·        Que la ciencia es el estudio de la materia y su comportamiento, por lo que no puede pronunciarse más allá del big bang: no podría ni afirmar ni negar la existencia de un ser espiritual.
  • ·         La ley de la entropía: todo tiende por sí mismo a un mayor desorden, nunca a un mayor orden.

Por otra parte, tenemos el postulado de la fe: todo lo que vemos ordenado ha sido creado por un Ser inteligente que lo ha ordenado; o, más bien, que imprimió a su creación la capacidad de ir evolucionando y ordenarse cada vez más y mejor. Este Ser tiene que actuar directamente cuando ha de producirse un salto en dicha creación: el paso de la materia a la vida y el paso de la vida vegetal o animal a la vida racional. El hombre, un ser inteligente, dotado de alma, capaz de superar sus instintos y amar o crear arte, necesita de la creación directa de Dios.

Cuando lo estudio detenidamente, veo que hay que tener más fe (¿ser más ingenuo?) para creer la teoría científica de la evolución absoluta (sin intervención de inteligencia creadora) que para profesar la fe tradicional en la existencia de Dios:
  • ·        A este último convencimiento llego por los razonamientos que he expuesto en otras entradas y muchos otros que he desarrollado en otros escritos: si hay algo ordenado es porque Alguien lo ha ordenado. No puedo creer en las casualidades.
  • ·         Pero los científicos no me dan razón alguna que rebata mi opinión de que cuando veo algo ordenado es porque Alguien lo ha ordenado: simplemente me piden que me crea que ha sido por casualidad. Les tengo que creer sin pruebas ni razonamientos, sólo porque ellos lo dicen. ¡No tengo tanta fe! El recurso a la casualidad es todo menos un razonamiento científico.


miércoles, 22 de agosto de 2018

Amar las carencias

Si el amor es buscar el bien del otro, más que sus virtudes, lo que nos perfecciona en el amor son sus carencias, sus defectos; porque estos son los que nos permitirán buscar su bien, dándole lo que le falta. 
El secreto de un matrimonio es la administración de las carencias. Primero, reconocer las propias carencias -que es la humildad- que nos llevará a pedir la gracia y la ayuda para superarlas: este es el comienzo de la solución. Después, perdonar siempre las carencias del otro, porque dejar de perdonar es desesperar del otro, pensar que ya no tiene solución.
Recordemos el himno al amor de san Pablo (1 Cor 13 4-7):
El amor es paciente, es bondadoso. 
El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. 
No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. 
El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad. 
Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

lunes, 20 de agosto de 2018

La cruz, escándalo para los cristianos

....pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, y necedad para los gentiles... (1Cor 1, 23).
Hoy también la cruz es escándalo para los cristianos, como antaño lo fue para los judíos; y necedad para los gentiles. El sufrimiento, el sacrificio voluntario no se entiende, porque vivimos en la cultura del deseo, del placer. 
Pero cuando ese sufrimiento se acepta por amor a Cristo, por el afán de acompañarle en la medida de lo posible en su misión redentora, entonces ya no es escándalo ni necedad, entonces es la maravillosa sensación de estar con Aquél a quien amamos. Como nos dijo san Pablo en su carta a los colosenses: Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia (Col 1, 24).
La madre Teresa de Calcuta entendió muy bien en qué consiste el amor cuando nos recomendaba: "amad hasta que os duela el amor". Porque la prueba más fiable de un amor verdadero es sufrir por el ser amado; aunque sea un sufrimiento gozoso...
Aunque, por supuesto, los que no conozcan a Cristo no podrán entenderlo.

martes, 14 de agosto de 2018

María, virgen y madre.


El 15 de agosto se celebra una de las más importantes festividades dedicadas a la Virgen María; y por esto quiero dedicarle a ella esta entrada, en la que voy a hablar de la más gloriosa contradicción del cristianismo: la virginidad y maternidad de María.

Se asombran hipócritamente muchos de que María hubiese podido ser madre sin intervención de varón; pero no se asombran del habitual milagro de la vida: una célula masculina minúscula entra en contacto con una célula femenina bastante mayor y se desencadena el más milagroso proceso que existe en la naturaleza: esas dos células acaban convertidas en unos 30 billones, perfectamente ordenadas por tejidos (piel, músculos, nervios…) y desarrollando  funciones muy complicadas; para acabar siendo el ser humano con consciencia propia, sentimientos y voluntad… Aunque esto último no puede ser un paso más de la evolución natural del cigoto, sino la específica creación espiritual del alma humana en el mismo instante de la concepción…

Pero sigamos con el proceso natural. ¿Es posible eliminar de ese proceso la primera e insignificante célula y desencadenar su desarrolla? ¿Es que el que lo diseñó con una efímera intervención de varón, no podía por una vez prescindir de él? Pues esto es lo que pasó con la Virgen María. (1)

Y convenía que fuese así, porque el Hijo de Dios, para ser auténtico hombre necesitaba un seno en el que gestarse (una madre), pero no un padre humano del que recibir herencia genética, porque ya tenía un Padre divino. No obstante, sí quiso que hubiese una figura paterna, para protección de la Virgen y mostrarnos su infancia en el seno de una familia.
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(1) Clive S. Louis en su libro “Los Milagros” explica maravillosamente esto y muchas otras cosas.


jueves, 9 de agosto de 2018

Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados (Mateo 5, 4); pero también: alegraos siempre en el Señor, de nuevo os lo digo: ¡alegráos! (Filipenses 4, 4)


¿En qué quedamos: tenemos que llorar como nos recomienda el Señor o tenemos que alegrarnos, como nos dice san Pablo?
En el discurso de las Bienaventuranzas el Señor quiere contraponer lo que el mundo considera como dicha (bienestar, placer, poder y fortuna) con lo que realmente es importante y nos hará dichosos. El mundo desprecia el llanto; pero éste puede ser dichosos en función a la causa que lo provoca: si sufrimos por una causa superior, entonces debemos aceptarlo sin tristeza y con el convencimiento de que a la larga seremos consolados.
Y esto mismo es lo que nos dice san Pablo: un cristiano que espera en el Señor no puede estar triste, porque a pesar de que sus circunstancias puedan ser desfavorables, sabe que tiene el mayor de los tesoros: el amor de Dios. El apóstol viene a combatir esa errónea creencia de que la virtud y el ascetismo son incompatibles con el buen humor. Nada más equivocado: la fe, la esperanza y la caridad cristianas nos tienen que llevar a la alegría, porque nos sabemos hijos de Dios.
Un cristiano triste es un triste cristiano; una virtud triste nunca es virtud.

martes, 7 de agosto de 2018

Que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha (Mateo 6, 3); pero id y predicad a todas las gentes (Marcos 16, 15).


Otra aparente contradicción más: si tenemos que hacer las obras buenas sólo de cara a Dios, sin que los demás se enteren, ¿cómo compaginarlo con ir proclamándolo al mundo? En este caso la explicación es sencilla: esas dos frases están en un contexto bien diferente.
Por una parte, se nos pide que cuando oremos o demos limosna, lo hagamos para satisfacer a Dios, que quiere que nosotros acudamos a Él para solicitar su ayuda, pero que también estemos nosotros dispuestos a ayudar a los demás. Esta es la manera en la que habitualmente Dios envía su ayuda a quien acude a Él: a través de los demás hombres, por esto, cuando nos desentendemos de nuestros hermanos, estamos frustrando los planes de Dios. Pero Él no quiere que nos apuntemos el mérito de nuestra ayuda, que a fin y al cabo sólo podemos prestarla porque previamente la hemos recibido de Dios. Por esto nos pide que el hermano no se entere de que le ayudamos, que no hagamos alarde ni esperemos recompensa por nuestras buenas obras.
Pero, por otra parte, sí quiere que proclamemos al mundo las misericordias de Dios con los hombres y la buena nueva de que Cristo quiso dar su vida para que supiésemos cuánto nos ama. Y en esto no quiere que seamos recatados en absoluto (¡Ay de mí si no evangelizara!, decía San Pablo 1Corintios 9, 16). En esto, quiere que demos testimonio de cómo actúa Dios en nuestra vida, cuánto lo amamos y cuánto le debemos. Cuando se trata de proclamar a Cristo, ya no importa que los demás vean las buenas obras que Dios hace en nosotros, porque no es para vanagloriarnos de ellas, sino para mayor gloria de Dios. Y, si fuese necesario, tendríamos que vencer nuestra vergüenza para manifestar nuestros sentimientos hacia Cristo.


domingo, 5 de agosto de 2018

Fuera de la Iglesia no hay salvación posible, pero todos los hombres están llamados a la salvación.


Esta otra aparente contradicción se entiende mucho mejor después de conocer el símil del barco del que hablaba en mi entrada anterior: la humanidad entera puede viajar en el barco de la salvación, que es la única manera de llegar a buen puerto; solo hace falta que cada uno conserve su pasaje con su decisión de llegar. La mejor y más segura forma de obtener un pasaje es el bautismo de los cristianos, que es el medio que Cristo -nuestro Salvador- instituyó. Pero en ningún sitio se dice que no haya otras formas de obtenerlo. Ya lo comentaba san Juan Pablo II: fuera de la Iglesia no hay salvación; pero nadie conoce con certeza los límites de esa Iglesia. Casi sería mejor dar la vuelta a la frase: todo el que se salva es porque estaba en la Iglesia; aunque no sepamos cómo, aunque ni siquiera él lo supiese.
No obstante, para los que conocemos un método seguro y directo -el bautismo-: ¿no sería absurdo buscar otras vías inciertas?

jueves, 2 de agosto de 2018

La salvación depende de nosotros; pero ya nos ha sido dada.


Esta paradoja me fue aclarada hace tiempo por un sacerdote sabio y santo de forma muy sencilla:
El tema de la salvación es como un barco cuyo rumbo conduce directamente a buen puerto; pero depende de cada uno de los pasajeros llegar con bien a ese puerto: si no permanecemos en el barco, si no colaboramos con los demás, no estaremos a bordo cuando el barco atraque.
O lo que es lo mismo: nuestro comportamiento en esta vida es “condición” para nuestra salvación; pero no es la “causa”. La salvación nos ha sido concedida gratuitamente por Dios y recuperada (redimida) por Cristo cuando nosotros la perdimos. Nada de lo que nosotros pudiésemos hacer nos otorgaría el “derecho” a salvarnos, porque compartir la vida divina es algo que nosotros no podemos lograr, es Dios quien nos lo regala gratis (gratia en latín es gracia: todo es gracia de Dios). Pero hay una condición imprescindible: que nosotros queramos salvarnos y hagamos los esfuerzos oportunos para ello; mejor dicho, que no pongamos obstáculos a la gracia de Dios para demostrar que realmente queremos salvarnos.