martes, 7 de agosto de 2018

Que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha (Mateo 6, 3); pero id y predicad a todas las gentes (Marcos 16, 15).


Otra aparente contradicción más: si tenemos que hacer las obras buenas sólo de cara a Dios, sin que los demás se enteren, ¿cómo compaginarlo con ir proclamándolo al mundo? En este caso la explicación es sencilla: esas dos frases están en un contexto bien diferente.
Por una parte, se nos pide que cuando oremos o demos limosna, lo hagamos para satisfacer a Dios, que quiere que nosotros acudamos a Él para solicitar su ayuda, pero que también estemos nosotros dispuestos a ayudar a los demás. Esta es la manera en la que habitualmente Dios envía su ayuda a quien acude a Él: a través de los demás hombres, por esto, cuando nos desentendemos de nuestros hermanos, estamos frustrando los planes de Dios. Pero Él no quiere que nos apuntemos el mérito de nuestra ayuda, que a fin y al cabo sólo podemos prestarla porque previamente la hemos recibido de Dios. Por esto nos pide que el hermano no se entere de que le ayudamos, que no hagamos alarde ni esperemos recompensa por nuestras buenas obras.
Pero, por otra parte, sí quiere que proclamemos al mundo las misericordias de Dios con los hombres y la buena nueva de que Cristo quiso dar su vida para que supiésemos cuánto nos ama. Y en esto no quiere que seamos recatados en absoluto (¡Ay de mí si no evangelizara!, decía San Pablo 1Corintios 9, 16). En esto, quiere que demos testimonio de cómo actúa Dios en nuestra vida, cuánto lo amamos y cuánto le debemos. Cuando se trata de proclamar a Cristo, ya no importa que los demás vean las buenas obras que Dios hace en nosotros, porque no es para vanagloriarnos de ellas, sino para mayor gloria de Dios. Y, si fuese necesario, tendríamos que vencer nuestra vergüenza para manifestar nuestros sentimientos hacia Cristo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario