martes, 14 de agosto de 2018

María, virgen y madre.


El 15 de agosto se celebra una de las más importantes festividades dedicadas a la Virgen María; y por esto quiero dedicarle a ella esta entrada, en la que voy a hablar de la más gloriosa contradicción del cristianismo: la virginidad y maternidad de María.

Se asombran hipócritamente muchos de que María hubiese podido ser madre sin intervención de varón; pero no se asombran del habitual milagro de la vida: una célula masculina minúscula entra en contacto con una célula femenina bastante mayor y se desencadena el más milagroso proceso que existe en la naturaleza: esas dos células acaban convertidas en unos 30 billones, perfectamente ordenadas por tejidos (piel, músculos, nervios…) y desarrollando  funciones muy complicadas; para acabar siendo el ser humano con consciencia propia, sentimientos y voluntad… Aunque esto último no puede ser un paso más de la evolución natural del cigoto, sino la específica creación espiritual del alma humana en el mismo instante de la concepción…

Pero sigamos con el proceso natural. ¿Es posible eliminar de ese proceso la primera e insignificante célula y desencadenar su desarrolla? ¿Es que el que lo diseñó con una efímera intervención de varón, no podía por una vez prescindir de él? Pues esto es lo que pasó con la Virgen María. (1)

Y convenía que fuese así, porque el Hijo de Dios, para ser auténtico hombre necesitaba un seno en el que gestarse (una madre), pero no un padre humano del que recibir herencia genética, porque ya tenía un Padre divino. No obstante, sí quiso que hubiese una figura paterna, para protección de la Virgen y mostrarnos su infancia en el seno de una familia.
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(1) Clive S. Louis en su libro “Los Milagros” explica maravillosamente esto y muchas otras cosas.


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