domingo, 9 de noviembre de 2025

La Creación continúa: el planeta Tierra como hogar del hombre.

La evolución producida en el planeta Tierra no es menos asombrosa que la del cosmos. Veamos esta evolución de forma muy simplificada:

En los primeros momentos del universo solo existían el hidrógeno y el helio. Estos elementos se fueron acumulando para formar estrellas. Con el tiempo (millas de millones de años), algunas estrellas envejecieron y colapsaron. Esto dio lugar a la formación del resto de los elementos conocidos. Los nuevos elementos formaron discos planetarios que acabaron tomando la forma de planetas y satélites. Uno de ellos, hace 4.500 millones de años fue nuestra Tierra. 

Para que en un planeta pueda surgir la vida se deben dar una serie de circunstancias tan específicas, que resulta muy improbable que estas se hubieran producido por casualidad; y hacen muy improbable que esas circunstancias se hayan dado también en otros planetas. Se han identificado más de doscientos parámetros necesarios para que un planeta pueda albergar vida. Repasemos algunos.

La existencia de la Luna, un satélite de enorme tamaño —la cuarta parte del de la Tierra y un sexto de su masa—, le proporciona estabilidad a la inclinación del eje de rotación de la Tierra, que es lo que provoca que se sucedan las cuatro estaciones, tan trascendentales para la vida vegetal. Si esta inclinación del eje de la Tierra no fuese tan estable, las estaciones no serían iguales de un año para otro y el clima se volvería caótico, lo que impediría que la vida pudiese haberse desarrollado. 

Por otra parte, si nuestro sistema solar no estuviese en un extremo de nuestra galaxia espiral —la llamada Via Láctea— y se situase más cerca del centro, las explosiones de otras estrellas —supernovas— habrían afectado a la Tierra a lo largo de sus cuatro mil millones de años de existencia, interrumpiendo cualquier proceso de vida que se hubiera iniciado. No solo esto, sino que nos encontramos a la distancia precisa del Sol para que su energía favorezca la vida —calor y fotosíntesis— y no la calcine con sus emisiones. Además, el sistema solar nos proporciona otra protección: el tamaño del planeta Júpiter —solo seis veces inferior al del Sol—, su posición y su órbita casi circular. Esta situación hace que atrape —con su inmensa gravedad— muchos de los asteroides que de otro modo podrían impactar en la Tierra y destruir lo que ya hubiera evolucionado, como posiblemente sucedió, aunque a menor escala, cuando se produjo la extinción de los dinosaurios.

Otra condición indispensable es la existencia de una atmósfera oxigenada, lo que no ocurrió hasta hace unos 2.400 millones de años, y fue lo que propició la aparición de las primeras células complejas. En la siguiente entrada nos centraremos en la evolución de la vida, algo realmente asombroso por su enorme complejidad.


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