domingo, 27 de octubre de 2013

Lumen Fidei (5)

Uno de los aspectos más destacables de la primera encíclica del Papa Francisco es la unión que hace entre Fe y Amor.

La Fe, que procede de la absoluta autoridad de Dios, nuestro creador, sin embargo se presenta más como producto de Su amor...

Dios no nos impone la Fe; es decir, no se revela omnipotentemente para someternos (no tendríamos otra alternativa que creer en Él después de haberle visto), sino que se va revelando discretamente a través de su acción en el hombre, para que éste le ame... pero le ame libremente.

Así, la fe confiesa el amor de Dios, origen y fundamento de todo, se deja llevar por este amor para caminar hacia la plenitud de la comunión con Dios. El decálogo es el camino de la gratitud, de la respuesta de amor, que es posible porque
, en la fe, nos hemos abierto a la experiencia del amor transformante de Dios por nosotros. Y este camino recibe una nueva luz en la enseñanza de Jesús, en el Discurso de la Montaña (cf. Mt 5-7).

Así, un primer paso de ese amor de correspondencia sería cumplir el decálogo de Dios, que es el reglamento adecuado a nuestra naturaleza: reconocemos que nos ha creado por amor y cumplimos las normas que indican el camino a seguir.

Pero existe un segundo paso, el que Cristo mismo quiso dar primero y explicárnoslo después. Se trata de ir mucho más allá de lo que es correcto, lo que es bueno para nuestra naturaleza. Ahora se trata de darse, de excederse dándose a Dios; y éste quiere que lo hagamos dándonos a los hermanos, que son también sus hijos. Este camino de segundo nivel está recogido en el Sermón de la Montaña: las Bienaventuranzas y demás consejos evangélicos (amar al enemigo, rezar por los que nos persiguen, poner la otra mejilla, etc.) 

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