domingo, 13 de octubre de 2013

No se trata sólo de Fe, sino de Caridad

Entra una mujer hermosa en la cafetería para su desayuno matutino; y el camarero que está perdidamente enamorado de ella, la atiende con mimo: le prepara ese café con leche en el punto y la temperatura que le gusta, le tuesta el pan por los dos lados, sin quemarlo, con la mantequilla necesaria para que esté crujiente, pero no grasiento,y se lo acompaña con esa mermelada especial que a ella tanto le gusta, pero que está fuera del precio del desayuno ordinario. Y, por supuesto, se lo pone todo rápido y con una sonrisa.
Ella, que es una buena mujer, no olvida agradecer la eficacia de ese camarero tan servicial. Realmente está encantada con que él recuerde sus gustos y la atienda tan bien y rápido; y no olvida dejar cada día una buena propina: es de bien nacidos estar agradecidos.
Él, espera a que ella haya salido de la cafetería para recoger su desayuno y llevarse con cierta amargura la propina. Porque él no actúa así por mera eficacia -que también tiene con otros clientes-, ni por el interés de la propina -que sí tiene cuando se trata de otros clientes-, sino porque está enamorado de ella. Y lo que espera no es su agradecimiento ni su propina; lo que él quiere es una sonrisa, una muestra de cariño, de correspondencia al amor que tiene.
Pero claro, no se puede corresponder a un amor que se ignora; y nuestro camarero seguirá pacientemente esperando día tras día...
Cuantas veces, en nuestro trato con Dios -que es el camarero que nos mima porque nos ama- somos como esa clienta: creemos en Dios, admiramos su obra, agradecemos su providencia, incluso le rezamos algunas veces a modo de propina...; pero no le amamos...
Y es que tenemos que fijarnos más en que Dios, que es Dios -y no un mero camarero- se rebaja a mimarnos y mendigar nuestro cariño porque nos ama, no por eficacia ni por preservar su Creación... Nos ama más de lo que nunca podremos imaginar; y, por supuesto, mucho más de lo que nosotros nos amamos a nosotros mismos...
Cristo no se dejó crucificar para redimir al género humano y restablecer nuestra relación con Dios -esto lo podría haber hecho de forma mucho más sencilla-. Cristo se encarnó y se dejó crucificar porque nos ama con locura... Y hasta que no seamos consientes de esto, ni nos habremos enterado de lo que es el Cristianismo ni podremos corresponder a ese amor...

Y nuestro camarero celestial seguirá pacientemente esperando a que descubramos que nos mima, no por la propina ni el agradecimiento, sino porque está locamente enamorado de nosotros...

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