Una de las cuestiones clave en la discusión sobre la existencia de Dios es la realidad del universo. Los creyentes afirman que el universo existe porque fue creado por Dios. Durante muchos años, desde finales del siglo XIX, los ateos afirmaban que el universo era un sistema estable que no había tenido un comienzo ni tendría un fin y, por tanto, no pudo haber sido creado por nadie. Contra esta afirmación, los creyentes solo podían contraponer su fe en la revelación, pero ningún razonamiento lógico. Es cierto que sí alegaban la circunstancia de que el universo sea algo muy ordenado y, en consecuencia, Alguien tenía que haberlo ordenado.
Pero en 1927, George Lemaitre, un sacerdote católico que también era un prestigioso astrónomo belga, pretendió haber resuelto las ecuaciones relativistas de Einstein afirmando que el universo se encontraba en expansión y, por tanto, había tenido un inicio. Además, difundió la teoría de que toda la materia había estado condensada en un momento inicial en el llamado "átomo primordial", de elevadísima densidad; y que el tiempo y el espacio habrían aparecido en ese mismo instante. Esta teoría fue atacada de forma virulenta por aquellos ateos que dedujeron, acertadamente, que un comienzo sería prueba manifiesta de que Alguien provocó ese comienzo de la nada. Un astrofísico materialista y ateo, Fred Hoyle, quiso burlarse de esta teoría designando a ese "átomo primordial" como el "Big Bang" (gran explosión, en inglés) y así fue como desde entonces se conoce al comienzo del universo.
Lo que no podía esperarse los científicos ateos era que esta teoría se vería confirmada por diversas vías años después, siendo en la actualidad generalmente aceptada por los científicos. El físico George Gamow la reformuló en 1952; y en 1964 los premios Nobel Arno Pencias y Robert Wilson descubrieron la radiación cósmica de fondo que constituye el eco del Big Bang. Entre 1989 y 1993 la NASA cartografió la radiación cósmica, demostrando así que coincidía con las predicciones del Big Bang (por este descubrimiento George Smoot y John Mather recibieron el premio Nobel de Física en 2006). Finalmente, dos físicos ateos, Stephen Hawink y Roger Penrouse, demostraron con sus teoremas de singularidad que ese momento inicial era necesario; y también se predijo que tendrá un final, denominado el "Big Crunch".
Debido a estos descubrimientos, el inicio del universo es una certeza científica; y esto exige que Alguien lo haya iniciado y demuestra que antes de ese momento no existía nada, salvo ese Alguien, ni tiempo ni espacio. Una buena noticia para los que somos creyentes, que provocó la conversión de algunos científicos que eran ateos, empezando por el propio Fred Hoyle.
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