viernes, 4 de julio de 2008

El Reino en el Evangelio

Veremos ahora cómo explica Benedicto XVI el Reino de Dios a la luz del propio Evangelio.

Afirma, en primer lugar, que el Evangelio no es un mensaje méramente informativo, se trata de un mensaje con autoridad, operativo: no es simple comunicación, sino acción, fuerza eficaz que penetra en el mundo salvándolo y transformándolo; su propio anuncio ya cambia al hombre que lo escucha. El contenido central del Evangelio es que el Reino de Dios está cerca; pero pide a los hombres una respuesta: su conversión y su fe.

El Evangelio pone de manifiesto:

- Jesús mismo ya es el Reino en medio de los hombres, porque Él es la presencia de Dios.
- Quiere que Dios reine en nosotros: su lugar está en el interior del hombre, quiere reinar en nuestro corazón.
- El Reino de Dios que predica y la Iglesia que Él instituye se relacionan entre sí.

Nuestro error sería caer en una visión secularista del Reino -el Reinocentrismo-, buscar el bienestar en la tierra, desvinculándolo de la presencia de Dios. El reinocentrismo trata de unir todas las fuerzas positivas de la humanidad: un mundo en el que reinen la paz, la justicia y la salvaguarda de la creación. El destino de las religiones sería colaborar todas juntas a la llegada de este Reino; sus tradiciones y diversas identidades serían algo secundario. En este planteamiento -idea secular utópica- Dios ha desaparecido; el respeto a las tradiciones religiosas es solo aparente: son simples costumbres que se consienten mientras no contradigan a los nuevos dogmas proclamados por una opinión pública mediáticamente creada. Pero esta utopía sin Dios es una falacia que se descubre al hacernos las siguientes preguntas: ¿quién nos dice qué es la Justicia?; ¿cómo se construye la paz? Sin una referencia a Dios, estos conceptos se convierten en cobertura de doctrinas de partido que se imponen forzosamente a todos.

Pero el mensaje evangélico anuncia el Reino de Dios, no un reino de otro tipo: anuncia la soberanía de Dios sobre el mundo, el Dios vivo capaz de actuar en el mundo y en la historia de un modo concreto. Por esto, en vez de Reino de Dios, sería mejor hablar del "reinado de Dios" en el mundo; empezando por su reino en nuestros corazones.

Por esto, el Reino de Dios tienen escasa importancia en la Historia -es como el grano de mostaza o la levadura-, pero resulta determinante para el resultado final. El reinado de Dios que Jesús anuncia es algo muy complejo que debe ser aceptado en su conjunto y dejarnos guiar por su mensaje. El Reino no consiste simplemente en la presencia física de Jesús, sino en su obrar en el Espíritu Santo: su manifestación más evidente es que expulsa a los demonios. A través de su presencia y su actividad Dios entra en la historia de un modo nuevo: como Aquél que obra. Reina al modo divino, sin poder temporal, mediante el amor que llega al extremo.

Si reducimos el Reinado de Dios al mero bienestar y progreso humanos, nos estamos conformando con bien poca cosa y estamos rechazando lo más importante.

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