jueves, 31 de julio de 2008

El yugo del Estado

Con nuestra soberbia occidental, nos hemos sacudido el yugo de Dios [suave y ligero]; y nos hemos sometido al yugo del Estado, implacable y frecuentemente absurdo.

No aceptamos los mandatos divinos, que regulan el orden natural; pero, para mantener cierta seguridad y orden social, el Estado tiene que reglamentar aspectos personales e intimos: por una parte, regula las propias desviaciones morales [fornicación, adulterio y sodomía]; por otra, establece normas arbitrarias y artificiales mucho más pesadas y menos eficaces que las divinas: sustituye convivencia [matrimonio] por coexistencia [unión de hecho]; amor por interés; caridad por solidaridad; trabajar para tener un tesoro en el Cielo, por trabajar para la ganancia mundana; conciencia por vigilancia policial. Y para implantar esta nuevo sistema amoral primero tiene que eliminar lo poco de religión que todavía hemos mantenido. Esto se ha hecho de forma más hostil con gobiernos de izquierda y de forma más solapada con los de derecha; pero todos imponen su orden social artificial en sustitución del orden natural divino.

Dimos la espalda a Dios y nos entregamos al hombre; y Dios, como el peor de los castigos, simplemente nos ha dejado hacer: no nos quejemos de las consecuencias... y volvamos a Dios.

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