miércoles, 2 de julio de 2008

El reino de Dios en la tierra

Seguimos repasando el libro Jesús de Nazaret, de nuestro querido Benedicto XVI. En esta entrada, vamos a ver cómo explica el Reino de Dios que Cristo nos predicó: ¿cómo realizarlo en la tierra?

Empieza con la afirmación de Jesús: "Se me ha dado pleno poder en el Cielo y en la tierra" (Mt 28,16). El Señor tiene poder en el cielo y en la tierra: sin el cielo, el poder terreno se queda siempre ambiguo y frágil. Y solo el poder que está bajo la bendición de Dios puede ser digno de confianza. Pero Jesús tiene este poder en cuanto que resucitado, es decir: este poder presupone la cruz, presupone su muerte. El reino de Cristo no crece desde el poder temporal o la espada, crece a través de la humildad de la predicación en aquellos que aceptan ser sus discípulos y cumplen sus mandamientos. El imperio cristiano intentó muy pronto convertir la Fe en un factor político de unificación imperial; pensaron que la debilidad de la Fe -la debilidad terrena de Jesucristo- debía ser sostenida por el poder político y militar: asegurar la Fe por la fuerza. Esto pone de manifiesto que la lucha por la libertad de la Iglesia, la lucha para que el reino de Jesús no pueda ser identificado con ninguna estructura política, hay que librarla en todos los siglos y circunstancias, tanto las favorables como las adversas; porque la fusión entre Fe y poder político siempre tiene un precio: la Fe se pone al servicio del poder y debe doblegarse a sus criterios.

La elección del pueblo ante Pilatos entre salvar a Jesús o salvar a Barrabás no es casual: se contraponen dos figuras mesiánicas, dos formas del mesianismo frente a frente. La elección se establece entre un mesías que acaudilla una lucha -que promete libertad y su propio reino-, y este misterioso Jesús que anuncia la negación de sí mismo como camino hacia la vida. El tentador nos propone decidirnos por lo racional, preferir un mundo planificado y organizado, en el que Dios puede ocupar un lugar, pero como asunto privado, sin interferir en nuestros propósitos esenciales. En el nuevo orden, el objetivo es la paz, el bienestar del mundo y la planificación racional del progreso.

¿Qué debe hacer un salvador del mundo? La nueva forma de la tentación de elegir a Barrabás es interpretar el cristianismo como una receta para el progreso; y reconocer el bienestar común como la auténtica finalidad de todas las religiones, también la cristiana. En el fondo, pensamos siempre que, si Jesús quería ser el mesías de todos, debería haber traído la edad de oro a la tierra: la paz y el bienestar.

Pero ningún reino de este mundo es el Reino de Dios; el que afirme que puede edificar el mundo según el engaño de Satanás, hace caer el mundo en sus manos. ¿Qué ha traído Jesús realmente, si no ha traído la paz al mundo, el bienestar para todos, un mundo mejor? Jesús simplemente ha traído a Dios; y con Él la verdad sobre nuestro origen y nuestro destino [Dios explica al hombre el misterio del hombre]; trajo la fe, la esperanza y el amor. Solo nuestra dureza de corazón nos hace pensar que esto es poco. Los reinos de la tierra, que Satanás puso en su momento ante el Señor, se han ido derrumbando todos. Pero la gloria de Cristo, la gloria humilde y dispuesta a sufrir, la gloria de su amor, no ha desaparecido ni desaparecerá. Frente a la promesa mentirosa de un futuro que, a través del poder y la economía, garantiza todo a todos, Él contrapone a Dios como auténtico bien del hombre. Frente a la invitación a adorar el poder, el Señor propone adorar sólo a Dios; y con respecto al hombre, nos propone el amor al prójimo.


¡Qué estrechez de miras pensar que Dios es poco y deslumbrarnos por el progreso!

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