miércoles, 28 de septiembre de 2005

La moral y la libertad

Hay quien todavía considera la moral cristiana como un arbitrario elenco de normas que sirve exclusivamente para que los fieles nos ganemos a pulso el cielo; y ésta es una mentalidad que existe incluso entre los cristianos. Muy al contrario, la Ley Natural que se concreta en nuestra moral no es sino el conjunto de instrucciones que nos permitirá alcanzar la plenitud como seres humanos aquí en la vida terrestre, además de asegurarnos la felicidad por toda la eternidad. No son normas arbitrarias impuestas por el Todopoderoso para tenernos sometidos, sino indicaciones paternas de cómo debemos usar nuestra libertad para que nuestros actos no sean contrarios a nuestra naturaleza humana.

Ya sé que la Ley Natural o la moral no son conceptos admitidos por aquellos que consideran que su libertad no tiene más límites que su propia voluntad; y que la ley positiva debe basarse únicamente en la voluntad de la mayoría. Pero los hechos son tozudos -y la Naturaleza más- y nos demuestran constantemente que hay una forma correcta de comportarse y otras incorrectas, que, a la postre, acaba destruyendo la propia naturaleza humana.
Si nos centramos en el aspecto de la moral cristiana quizá más discutido en nuestros días, la moral sexual, vemos cómo se ha ido separando la conducta de la norma; y cómo esto nos ha llevado a una sociedad que se está desintegrando y alcanzando altos grados de amargura e insatisfacción. La libertad total -al contrario de lo que se buscaba- nos ha deparado infelicidad y, en muchos casos, a una situación demográfica insostenible.
Y es que nuestro rechazo de la fidelidad matrimonial -esa falsa libertad que parece ofrecer el divorcio- nos ha llevado a una sociedad en la que cuatro de cada diez matrimonios se rompen, creando una amargura que sólo los que la han soportado conocen; y criando una multitud de huérfanos con padres vivos, que acaban compartiendo la amargura de sus progenitores.

Por otra parte, el rechazo del fin natural de la sexualidad -la procreación- nos ha llevado a una situación demográfica que no asegura la continuidad generacional: de hecho, el principal problema de la Europa occidental es precisamente la falta de europeos. El egoísmo de evitar las consecuencias de nuestros propios actos -esa falsa libertad que nos proporcionan los adelantos científico-médicos- nos puede llevar a la desaparición de una civilización, simplemente por falta de personal. No exagero, la ONU ya ha advertido seriamente a España de que la situación demográfica será insostenible a mediados del presente siglo. Y en el colmo de uso irresponsable de nuestra libertad, en vez de proteger públicamente la natalidad, nos hemos molestado en regular y proteger esas formas de convivencia que, por imperativo natural, excluyen la procreación: ese absurdo de considerar matrimonio a la relación homosexual.

Y como ya nos hemos liberado de la fidelidad matrimonial y del fin natural de la sexualidad, entonces toda práctica sexual vale... y, por supuesto, los novios ponen a prueba su relación adelantando las prácticas sexuales al compromiso matrimonial, sin molestarse en poner a prueba los demás aspectos de su futuro matrimonio: compromiso, dedicación, trabajo, tolerancia, etc... Y como la naturaleza es muy sabia, se venga de este abuso provocando seis veces más rupturas matrimoniales entre aquellas parejas que tuvieron relaciones prematrimoniales que en las que no las tuvieron. Resulta curioso que en una época en que los matrimonios se conciertan al 100% por amor, después de un noviazgo en el que la pareja ha tenido ocasión de conocerse incluso demasiado bien, entre personas ya bastante adultas -una media de edad cercana a los 30 años-, el porcentaje de rupturas sea tan alto: es decir, que se rompa fácilmente el compromiso de por vida que se contrajo consciente y libremente.

Y es que el común denominador es siempre el mismo: se utiliza la libertad que nos aportan los adelantos científicos y sociales para actuar en contra de nuestra naturaleza... y ésta acaba resintiéndose y pasando la cuenta. Exigimos el 100% de nuestra libertad; pero no admitimos ni el 1% de nuestra responsabilidad.
A muchos les parece absurda una moral que ponga límites a nuestra libertad; pero la experiencia nos demuestra cada día que sin la moral sexual cristiana, ni la raza humana habría podido perpetuarse ni nuestra civilización alcanzar el grado de complejidad que tiene... y que vista la situación actual, no sabemos cuánto durará.

Es mucho lo que la humanidad debe agradecer a la moral cristiana... pero todavía hay algunos progresistas que se permiten ridiculizarla.

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