lunes, 15 de febrero de 2010

Propiedad y comunismo

Sigamos con el tema económico de la entrada anterior.

Decíamos que con frecuencia los descreídos nos reprochan nuestro apego a la propiedad en perjuicio del hermano que tiene menos. En ocasiones es una mera postura política para desacreditar nuestra fe; pero en otros casos se trata del planteamiento generoso de quien se preocupa seriamente por su prójimo. Puede producir escándalo hablar de la voluntad de Dios al pobre cuando uno vive en la opulencia, no porque el mensaje sea equivocado, sino porque se puede poner en tela de juicio la rectitud de nuestro discurso.
Algo así ocurre con los planteamientos radicales comunistas. ¿Qué les llevó a pensar que para abolir la propiedad privada había que eliminar la religión? ¿No recordaban que los primeros cristianos ya ponían todo en común? Quizá les condujo a ese error el comprobar que los que defendíamos la igual dignidad de todo hombre por ser hijo de Dios, estuviésemos más dispuestos a compartir la filiación divina que nuestras propiedades.

También es cierto que, una vez puesta en marcha su revolución -anulando tanto la propiedad privada como la libertad y la dignidad del hombre-, la única fuerza con capacidad de oponérseles fuese el Cristianismo, auténtico refugio frente a los más diversos ataques a la dignidad y naturaleza del hombre. El comunismo reaccionó redoblando sus ataques al Cristianismo; y nosotros, como en un acto reflejo de defensa, nos acercamos a su opuesto; y este es un grave error. Efectivamente, el capitalismo, en su empeño por mantener la propiedad privada a toda costa, también anula la libertad y la dignidad de aquellos que poco o nada poseen.

Por supuesto, el cristianismo no se alinea con ninguna de las posturas. La concepción social cristiana admite la propiedad privada como figura natural en la que descansa la estructura económica; pero no como un derecho absoluto de cada hombre, sino como el mejor método para alcanzar el bien común. Como nos recordaba Juan Pablo II, toda propiedad tiene una hipoteca social: es exclusivamente mía mientras que mi hermano no la necesite para garantizarse un nivel de vida digno.

Debemos tener cuidado los cristianos cuando defendemos con demasiado entusiasmo los derechos económicos y nos revelamos contra los altos impuestos: siempre nos podrán recordar aquello de bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos.

Ahora tenemos una buena ocasión para practicar estas teorías: compartir con el inmigrante cuando estamos en crisis económica.

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