martes, 8 de abril de 2008

Contra el mal, transmitir amor.

Seguiremos hablando de nuestra lucha contra el mal.

Si no es contra la carne ni contra la sangre, si nuestra lucha es contra el mal, contra el maligno, entonces debemos adaptar nuestras armas a la pelea. Si el hombre es esclavo de la mentira y del pecado (¿serán ambas la misma cosa?), no sabrá reconocer la verdad ni la virtud, por mucho que nos empeñemos en mostrárselas. Por lo tanto, no se trata de luchar contra el mal con argumentos y manifestaciones públicas: por cada razón nuestra, el maligno les suscitará cien que les llevarán a posiciones mucho más cómodas y placenteras; y quizá esos contra-argumentos confundan a muchos de los nuestros....


No se trata de con-vencer al que está equivocado; se trata de conseguir que quiera ser convencido; se trata de cambiar su corazón. Y sólo hay una forma de cambiar el corazón de un hombre: transmitiendo el bien y la bondad, en definitiva, amando. Porque hay una distancia infinita entre "explicar" el bien y la verdad y "transmitir" el bien y la bondad: las teorías se quedan en eso, en teorías; pero el amor llega fácilmente al corazón y lo transforma.


Se trata de que los demás sientan el amor en la verdad y en la virtud, para que por sí mismos quieran conseguirlos. Como la parábola de la perla valiosa, el tesoro escondido y las demás similares: el que los encuentra vende cuanto tiene para conseguirlo. Entonces ya no necesitamos armas, porque es el convertido el que está deseando que le venzamos, el que ansía la verdad y la virtud: caen sus escamas de sus ojos y ya lo ve todo claro.

¡Ay, si pudiésemos transmitir esta amor!

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