miércoles, 9 de abril de 2008

El trigo y la cizaña

Muchas veces nos quejamos de que Dios consienta el mal y la corrupción en el mundo, sin caer en la cuenta de que es precisamente la "paciencia" de Dios la mejor garantía de nuestra salvación. ¿Que sería de nosotros, si Dios nos extirpase del mundo la primera vez que metemos la pata?


Lo explicó muy bien Jesús con su parábola del trigo y la cizaña. Cuando lo sembradores preguntan al dueño de la tierra si tienen que arrancar la cizaña que ha crecido junto al trigo... "Él les dijo: no, no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega". (Mt 13, 24-30).


Gracias a la bondad de Dios, la cizaña sigue creciendo junto al trigo. Y no es tanto porque al arrancar la cizaña se pueda dañar el trigo, sino porque todos somos en muchos momentos cizaña... y si nos arrancasen entonces, no tendríamos oportunidad de cambiar. En la vida real, la cizaña y el trigo se van intercambiando: todo santo tiene un pasado; y todo pecador un futuro.


Por esto, los momentos de profundas crisis morales y de fe que Dios consiente, no son sino oportunidades para que todos nosotros podamos mejorar.


La presencia del mal en el mundo no tiene que ser ocasión de desesperanza o pérdida de la fe, sino de agradecimiento a Dios por su infinita "paciencia".

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