domingo, 24 de febrero de 2008

Política y Fe

El objetivo último de un católico debe ser transmitir nuestra Fe, que es el ma­yor bien que tenemos y, por tanto, la mejor manera de cooperar al bien común.

Pero para transmitir la Fe no es necesario detentar el poder público: se puede hacer, como siempre se ha hecho, desde el callado ejemplo de nuestras vidas. Es más, el poder suele ser un flaco aliado de la Fe y la verdad... y está demasiado cerca de la tentación de corrupción, o por lo menos, del provecho personal.

Si no somos capaces de transmitir nuestra Fe sin el amparo del poder público, no la transmi­tiremos nunca: porque el objeto de la Fe no son las cuestiones públicas y materiales, sino el propio Dios y el amor al prójimo. Muy al contrario, la experiencia demuestra que el poder suele sofocar y corromper esa misma Fe que pretende defender.

Deberíamos, por tanto, preocuparnos más por transmitir nuestra Fe usando los medios comunes a nuestro alcance, que de criticar las posturas contrarias que puedan aparecer públicamente, en especial cuando provienen de formaciones políticas: podría confun­dirse nuestra evangelización con demagogia; y nuestra búsqueda del bien común, con la defensa de intereses privados, sean legítimos o no.

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