lunes, 18 de febrero de 2008

¿Rezar o gritar?

Hay quien asegura que la única esperanza de nuestra civilización ante la presente crisis es que los católicos triunfen al construir la sociedad de acuerdo con el plan de Dios, de acuerdo con la propia naturaleza social del hombre, empezando por rescatar la familia, su célula básica. Pero nuestro éxito dependerá más de nuestra propia vida interior, de nuestro amor personal a Dios, que de nuestra organización política.

Por esto, la actuación del católico en la política tiene que buscar más el servicio de la verdad que a la imposición de un programa concreto; la transmisión de valores, que el ámplio consenso. Nuestros escritos, nuestras manifestaciones públicas, las hacemos para sacar del error al ciudadano, tantas veces engañado por quien sólo tiene intereses partidistas. Por supuesto, podemos pro­poner soluciones técnicamente ingeniosas y convincentes, dentro del amplio márgen que la actuación pública y el bien común proporcionan; podemos dedicarnos a la organización; pero entonces no estaremos construyendo la sociedad cristiana y no podremos contar con la ayuda del Único que puede ayudarnos.

Si, además, nos limitamos a criticar al gobierno de turno -con o sin razón- con el único objetivo de derribarle o enajenarle el voto, entonces se confundirán nuestras propuestas sociales con objetivos menos nobles; y, sin darnos cuenta, podríamos estar de­fendiendo intereses incluso innobles de quien se sube a nuestro carro con el único afán de sacar provecho.

Más nos valdría, si queremos tener éxito, actuar en política más por amor al prójimo que por odio al contrario: veríamos que es bastante más efectiva una cadena de oración (que derramará sus gracias sobre ambas partes), que una manifestación callejera millonaria; y, además, ¡la oración nunca enfadará al contrario!


Nuestro único grito debería ser: ¡más oración y menos manifestación!

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