miércoles, 14 de noviembre de 2018

Se ha manifestado la bondad y el amor de Dios.

Un párrafo de la lectura de hoy de la carta de san Pablo a Tito (3, 1-7) ha llamado mi atención:

Mas cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor al hombre, no por las obras de justicia que hubiéramos hecho nosotros, sino, según su propia misericordia, nos salvó por el baño del nuevo nacimiento y de la renovación del Espíritu Santo, que derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo, nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, seamos, en esperanza, herederos de la vida eterna.

La bondad de Dios se manifiesta con nosotros por su misericordia, no por nuestros méritos. Su "misericordia", que procede de "miserere corde", corazón compasivo. Y ¿qué es compadecerse?, pues lo que literalmente dice: "padecer con", sufrir con el sufriente. 

Yo lo interpreto así: Dios, que contempla nuestra debilidad, nos envía a Jesucristo para que, padeciendo con nosotros y por nosotros, nos consiga ese "baño del nuevo nacimiento" y, por su gracia, tengamos la esperanza de salvarnos.

Y esa esperanza no se apoya en nuestra fortaleza, ni en nuestra determinación, ni en la seguridad de que cumpliremos los mandamientos de Dios, sino en su bondad. Porque salvarnos no es otra cosa que poder compartir el amor de Dios; y para esto basta con que queramos amarle... porque su misericordia hará el resto. 

No me lo invento yo, lo dice el apóstol: Cristo ha manifestado la bondad de Dios y su amor al hombre... Ya sólo queda dejarse amar; y volver a querer amarle cada vez que le hemos dado la espalda.

Todo lo demás, nuestros esfuerzos y luchas, no deben ser más que nuestra forma de manifestarle a Dios que queremos dejarnos amar por Él; pero si convirtiésemos todo eso en nuestro objetivo, entonces habríamos perdido nuestro norte y nos estaríamos perdiendo el amor de Dios. 

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