domingo, 7 de octubre de 2012

Fe y obras

Es esta una discusión clásica en el Cristianismo: ¿Qué es lo que nos salva: la fe en Cristo o las buenas obras? Algunos, apoyados en la predicación de San Pablo, afirman que es la fe en la resurrección del señor la que nos salva. Pero el apóstol Santiago nos recrimina: ¿qué vale la fe si no practicamos las buenas obras?
Lewis, mediante un ejemplo magnífico, nos aproxima a la respuesta: la fe y las obras son como las dos cuchillas de una tijera, ambas son igualmente necesarias si queremos lograr nuestro objetivo. Porque no podemos afirmar que creemos en Cristo si luego hacemos caso omiso en nuestra vida de toda su enseñanza; y tendrían poco valor las obras realizadas por altruismo o filantropía, si nos las referimos al Dios que nos crea y nos salva.
Y yo iría un poco más lejos: ni la fe ni las obras sirven para nada si falta lo fundamental, la caridad. Porque no olvidemos que, en definitiva, lo fundamental, el principio y fin de todo, es amarás a Dios sobre todas las cosas… Si la fe no nos lleva al amor; y si no hacemos las buenas obras por amor a Dios y al prójimo, de nada nos vale ni la una ni las otras…
Además, estoy seguro de que sin amor, sin un auténtico amor a Dios y a los demás, ni la fe perdura ni es posible perseverar en las buenas obras. Y, por el contrario, el amor nos devolverá a la fe y a las buenas obras cada vez que nos hayamos desviado del camino…
Si no tengo caridad, nada soy, nos dice San Pablo en su primera carta a los Corintios:
Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, no soy más que bronce que resuena o platillos que aturden.
Aunque tuviera el don de profecía, penetrara todos los misterios, poseyera toda la ciencia y mi fe fuera tan grande como para cambiar de sitio las montañas, si no tengo amor, nada soy.
Aunque repartiera en limosnas todos mis bienes y aunque me dejara quemar vivo, si no tengo amor, de nada me sirve.
El amor es comprensivo, el amor e servicial y no tiene envidia; el amor no es presumido ni se envanece; no es mal educado ni egoísta; no se irrita ni guarda rencor; no se alegra con la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, soporta sin límites. [1Cor, 12]

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