Pero este conocimiento de que la
perfección es imposible no evita que nuestro camino deba estar a ella dirigido;
y este es el camino por el que Cristo querrá llevarnos si nos ponemos en sus
manos. Lo diré más claro: no es posible vivir el cristianismo de forma
mediocre. Podemos caer un montón de veces y volver a levantarnos (para esto
instituyó Cristo el sacramente de la confesión) y seguir siendo cristianos,
incluso buenos cristianos; pero lo que no podremos es pactar con el pecado, vivir
en la mediocridad, pretender un objetivo menor que la perfección, porque
entonces Dios dejará de acompañarnos: a
los tibios los vomitaré de mi boca… (Apocalipsis 3, 16).
Esto lo debemos tener en cuenta cuando
iniciemos nuestro camino hacia Dios: quien
pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás no es digno del Reino…(Lc
9, 62). Para que el camino merezca la pena, para vivirlo con gozo, para que el coger la cruz de cada día (Lc 17, 33) se
vuelva un yugo suave y una carga ligera
(Mt 11, 30) tenemos que entregarnos del todo, dejar hacer a Dios para que nos
conforme consigo mismo, con Cristo.
Porque resistirse a la gracia sería
mucho peor que no haberla recibido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario