domingo, 21 de octubre de 2012

Sed perfectos...

El objetivo del cristianismo es ser perfectos, como nuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5, 48). No podía ser de otra forma, si tenemos que configurarnos con Cristo, que volver a Dios –que es perfecto-, nuestro objetivo debe ser esa perfección. Por supuesto, ya hemos dicho que Dios sabe que para nosotros esa perfección es totalmente imposible, incluso con su constante ayuda de la gracia; porque la gracia tiene un límite: no puede violentar nuestra libertad.
Pero este conocimiento de que la perfección es imposible no evita que nuestro camino deba estar a ella dirigido; y este es el camino por el que Cristo querrá llevarnos si nos ponemos en sus manos. Lo diré más claro: no es posible vivir el cristianismo de forma mediocre. Podemos caer un montón de veces y volver a levantarnos (para esto instituyó Cristo el sacramente de la confesión) y seguir siendo cristianos, incluso buenos cristianos; pero lo que no podremos es pactar con el pecado, vivir en la mediocridad, pretender un objetivo menor que la perfección, porque entonces Dios dejará de acompañarnos: a los tibios los vomitaré de mi boca… (Apocalipsis 3, 16).
Esto lo debemos tener en cuenta cuando iniciemos nuestro camino hacia Dios: quien pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás no es digno del Reino…(Lc 9, 62). Para que el camino merezca la pena, para vivirlo con gozo, para que el coger la cruz de cada día (Lc 17, 33) se vuelva un yugo suave y una carga ligera (Mt 11, 30) tenemos que entregarnos del todo, dejar hacer a Dios para que nos conforme consigo mismo, con Cristo.

Porque resistirse a la gracia sería mucho peor que no haberla recibido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario