domingo, 14 de octubre de 2012

Pinocho y Geppeto

De algún modo, el drama de la vida espiritual se parece al cuento de Pinocho. Dios está empeñado en que dejemos de ser juguetes de madera y tengamos auténtica vida en nosotros mismos: que trascendamos lo material y alcancemos la plenitud de lo espiritual. Pero nosotros, con nuestras cortas miras materiales, preferimos quedarnos en lo seguro, en lo que conocemos. Cuando se nos habla de prescindir de nuestra dura madera de juguetes para sustituirla por algo tan blando y frágil como la carne humana, nos asustamos. Lo rechazamos porque nos parece que es perder algo de lo que tenemos para convertirnos en otro ser distinto. En nuestra condición de marionetas, ni siquiera podemos imaginarnos la infinita diferencia que existe entre ser un juguete inanimado y ser una persona libre, dueña de sus actos, capaz de decidir y, por tanto, de amar; y de ser amado.
Pues algo similar ocurre con la vida espiritual en Dios: ni ojo vio ni oído oyó lo que Dios tiene reservado para los que le aman… (1cor 2, 9) Con nuestra rudimentaria mente humana no podemos ni imaginar qué pueda ser una vida espiritual conociendo y compartiendo la vida de Dios.
Pero aquellos a los que les ha sido dado atisbar un poco esa vida, han quedado transformados y ya no se conforman con menos: vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero… (Sta. Teresa de Jesús).
Y también se parece el drama de la vida espiritual al cuento de Pinocho, porque éste cuando alcanzó su libertad de ser humano, la aprovechó para extraviarse y zafarse de su “conciencia” (Pepito Grillo). Pero es un drama con final feliz porque termina volviendo a su padre Geppeto…
¿Seremos nosotros menos que Pinocho?

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