sábado, 3 de noviembre de 2012

La muerte para los no creyentes

Sigo con mis reflexiones de la entrada anterior.
Los no creyentes, también tienen miedo a la muerte; y en muchos casos más que los creyentes. De hecho, cuanto más secularizada está una sociedad, menos se puede hablar de la muerte en público.
Volvemos a dejar aparte el comprensible miedo al color o al sufrimiento de los seres queridos. Pero además de éstos, los no creyentes también tienen miedo a la muerte en sí misma, y esto ya no es comprensible. Para alguien que no cree en la vida eterna, la muerte es un punto final del que no debería preocuparse, ya que ningún bien o mal puede depararle. Pero no es así, el miedo a ese punto final persiste irracionalmente. No creo que sea una mera cuestión de instinto, que lógicamente aflora en situaciones de peligro, ya que el miedo persiste cuando el tema se suscita en momentos en los que no existe peligro alguno.
¿Por qué coinciden en esto los creyentes y los no creyentes?
Pienso que, en ambos casos, el miedo no es al trance, ni a lo que se deja, sino a lo que se debe afrontar al llegar al más allá. Por supuesto, los creyentes saben que deberán afrontarlo –y deberían prepararse para ello, manteniendo una vida lo más cerca de Dios posible-; pero creo que los no creyentes tienen una duda tan intensa sobre la posibilidad de tener que afronta la presencia de un Dios que les ha creado y mimando en esta vida y a quién ellos ni siquiera han reconocido, que esa mera duda ya les produce terror. Y además, en su caso es más difícil refugiarse en la misericordia de un Dios en el que no creen.
Todo esto me reafirma en mi creencia de que tanto la vida como la muerte son más fáciles para el creyente.  

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