lunes, 13 de diciembre de 2010

El límite de nuestra libertad

Hay un dicho con el que no estoy de acuerdo: "La libertad de uno termina donde empieza la del otro". Creo que esta frase solo es válida con respecto al libertinaje: nuestro libertinaje termina donde empieza el del otro; entre otras cosas, porque la colisión sería peligrosa. Pero si hablamos de libertad auténtica, de la facultad de elegir nuestra conducta entre posibilidades alternativas, entonces nuestra libertad se entrelaza con la de los demás y nuestra conducta les influye; y, en muchos casos, sólo somos libres en la medida en que los demás elijan aquello que posibilita nuestra propia libertad. El caso paradigmático es el matrimonio: puedo ejercer la libertad de casarme porque el otro también es libre y decide ejercerla precisamente conmigo. En este caso concreto mi libertad empieza precisamente cuando hay un otro con el que vivir esa libertad; y nuestras libertades se superponen: porque la mejor demostración de libertad es amar. El amor es la manifestación de la libertad del alma y del cuerpo.

Esta disquisición podría parecer meramente teórica; pero no lo es. Es algo que debe llevarse a la práctica. Efectivamente, hay libertades aparentemente privadas que no lo son, porque forman parte de la libertad de otros. Hay actos que pueden parecer moralmente personales, en los que ninguna norma ajena a nuestra conciencia debería entrar; pero no son tan privados, tienen una repercusión social. Por ejemplo, la fidelidad conyugal no es sólo una cuestión de la pareja, sino un acto profundamente social, que la sociedad debe regular; y sociedades muy civilizadas consideraron hasta hace muy poco que el adulterio era un ataque tan grave a la sociedad, que lo tipificaron como delito. Y, por los mismos motivos, el aborto no es una cuestión privada de la madre -de la que se excluye incluso al padre- sino el más terrible de los delitos, que la sociedad debe tratar de evitar. Y lo mismo podemos decir del suicidio o la eutanasia: el derecho a la vida no nos da derecho a disponer de ella, ni siquiera a nosotros mismos, porque la vida es un bien social del que nadie puede disponer.

Pero esta sociedad posmoderna e irracional sólo ha encontrado un límite social a la libertad: el tabaco. Este es el único caso en el que la sociedad puede imponerle el bien (la salud) al individuo, porque el tabaquismo produce un desajuste social (especialmente en costes económicos de la enfermedad).

Y..., ¿es que los demás asuntos citados no producen un desajuste mayor y mayores costes?

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