miércoles, 1 de marzo de 2006

Las Bienaventuranzas

Quizá uno de los pasajes del Evangelio que causan más desconcierto -especialmente en el mundo occidental- sea el que se refiere a la proclamación de las Bienaventuranzas. Para algunos son absolutamente incomprensibles y para otros se trata de una especie de techo máximo a alcanzar por los que aspiran a la santidad en esta tierra. Sin embargo, si las leemos detenidamente, vemos que se trata de recomendaciones sencillas para alcanzar la felicidad -la bienaventuranza- en esta vida y, después, en la otra. No es que se trate de un objetivo máximo, sino del cimiento sobre el que debemos edificar nuestra felicidad: ¡no son la meta, sino el punto de partida!


Vamos a comprobarlo:

Bienaventurados los pobres de espíritu,
porque de ellos es el Reino de los Cielos.

La única manera de alcanzar la felicidad no es disponer de muchas cosas materiales, sino, por el contrario, poder liberarse de su dependencia, enseñorearse sobre ellas y saber utilizarlas como medio para nuestra perfección humana y espiritual. Si no somos "pobres de espíritu" y aligeramos nuestro equipaje, nunca alcanzaremos nuestra meta, porque habremos confundido los medios con nuestros fines. Efectivamente, si lográsemos no depender del reino material, ya estaríamos en el Reino de los Cielos.


Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados.

El dolor es la piedra de toque del amor, es la manifestación más genuina de éste: nadie tiene más amor que el que da su vida por los demás. Como decía la Madre Teresa de Calcuta: "Amad hasta que os duela el amor". Sólo seremos felices si somos capaces de afrontar el sufrimiento por amor. Así no tendremos miedo a la vida... ni a la muerte; y, en cualquier caso, seremos consolados... por Dios y por aquellos a quienes amamos.

Bienaventurados los mansos,
porque ellos heredarán la tierra.

Debemos buscar la perfección humana en todas nuestras tareas; pero sabiendo que el éxito no nos pertenece, que somos únicamente instrumentos de Dios, que queremos completar su Creación para beneficio de los demás. Si somos humildes, nos ahorraremos tantos y tantos sinsabores que acarrea la soberbia: sabremos gozar del éxito sin provocar envidias; vernos recompensados con el cariño ajeno; sentirnos como los herederos de la tierra, pero sin estar pegados a ella.


Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,
porque ellos serán saciados.

Auténtica hambre de conocer y cumplir el plan de Dios para nosotros, hambre de santidad, de que nuestra vida sea un camino ascendente. Cuando se afronta con este ansia el Camino, el hambre será saciada, porque la meta siempre se alcanza.


Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.

Es feliz el que sabe amar a todos los que le rodean, acompañándoles siempre en sus alegrías y tristezas: teniendo corazón compasivo "miserere corde", entrañas de misericordia; porque el que se ocupa de los demás,olvida sus propias penas.


Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios.

Qué felicidad tener un corazón grande y limpio, para que nuestra alma pueda ver a través de él. Si no eliminamos cualquier rastro de egoísmo y suciedad en nuestra mirada, si vemos a los demás como posible objeto de placer, no podremos ver ni el corazón ajeno ni a Dios.


Bienaventurados los pacíficos,
porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Qué felicidad sentir la paz y sentir que hemos ayudado a conseguirla. El odio, el rencor y la revancha nos podrán proporcionar un éxito momentaneo... pero nunca la paz, que es consecuencia de la justicia, de sabernos en el buen camino. Sembremos concordia y nos haremos hijos de Dios.


Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia,
porque de ellos es el Reino de los Cielos.


Qué felicidad no depender de los juicios ni criterios humanos; no ser esclavos del qué dirán, de nuestros complejos, de nuestros prejuicios... liberados de todo eso nos encontraremos como en el Cielo.

Lo dicho, las Bienaventuranzas no son la meta, sino el punto de partida para la felicidad... y a los que no logremos alcanzarla en esta tierra nos queda la esperanza de la bienaventuranza absoluta en el Cielo. Vamos a intentarlo.

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