sábado, 28 de julio de 2018

Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto (Mt 5, 48).


Pero en otro pasaje añade: sin mí no podéis hacer nada (Juan 15, 5).

¿En qué quedamos: todo depende de nuestra perfección o de su ayuda? 

Es una nueva aparente contradicción en el mensaje evangélico, porque se nos exigen los dos extremos a la vez; y tenemos que compaginarlos.
La experiencia nos dice que la frase del Evangelio de San Juan es totalmente cierta: sin la ayuda de Dios, nuestros más firmes propósitos se vienen abajo a la primera de cambio. Y no sólo me refiero a la ayuda que supone el propio mensaje evangélico, que nos va indicando cuál es el camino a seguir (Yo soy el camino, la verdad y la vida Jn 14, 6); sino a la ayuda directa de la gracia de Dios: todo es gracia (gratis) que Él nos da.

Entonces, ¿de qué perfección habla Cristo en el Evangelio de San Mateo? Pues está claro: de la perfección de Dios. Y Dios, ¿qué es? Pues Dios es amor... Esto es lo único que se nos pide, que seamos perfectos en el amor, que nuestra voluntad sea amarlo y cumplir sus mandamientos...;  aunque sin su ayuda será sólo eso: un propósito efímero.


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