miércoles, 18 de julio de 2018

Somos meras criaturas de Dios; pero eso nos confiere una dignidad infinita.


La propia Humanidad constituye un ejemplo de cómo el cristianismo es capaz de conjugar los dos extremos.
Efectivamente, el cristianismo afirma que cada hombre es infinitamente valioso en sí mismo y tiene una dignidad infinita como hijo que es de Dios. Y, por tanto, respeta al máximo la libertad de su conciencia y la posibilidad de seguir el camino evangélico a su manera. Son muchos los diferentes carismas que existen en el cristianismo. Entre los católicos son innumerables las Órdenes Religiosas, Institutos Seculares, iniciativas apostólicas y movimientos espirituales; y algo similar ocurre con los protestantes o los ortodoxos…
Sin embargo, también consideramos que la Humanidad entera constituye como un solo cuerpo, del que cada uno somos uno de sus miembros. Y como ocurre en cualquier cuerpo, lo que le suceda a un miembro repercute en el resto del organismo. Por esto, los cristianos, sin menoscabar el hecho de que el amor a Dios y el camino para encontrarlo debe ser algo personal, nos exigimos el cooperar al bien de ese organismo y de cada uno de los demás miembros.


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