viernes, 7 de septiembre de 2018

Creer en el Evangelio

Te he retado a leer el Evangelio con la mente abierta, con sencillez, sin prejuicios.
Efectivamente, allí hay algo que nos supera: un profundo conocimiento de la naturaleza humana, del designio del hombre. Algunos mensajes son tan sublimes, que no parecen humanos; parecen el consejo que un buen Dios nos quiere dar para que alcancemos la felicidad. Pero están entremezclados con otros muy duros, difíciles de aceptar y difíciles de creer...; porque son muy exigentes para lo que pensamos que la felicidad debe ser fácil de alcanzar, y que no deberíamos tener que renunciar a nada para alcanzarla.
Por eso, cuando comprobamos que el mensaje no es humano, es divino, entonces debemos hacer el propósito de creerlo en su totalidad: en lo que nos gusta y en los que nos disgusta. Tener fe en el Evangelio. La fe en general, y en concreto la fe en la Palabra de Dios, es como cuando se observan las galaxias o nebulosas a través de un telescopio: si se mira a una de ellas directamente parece como que desaparece, parpadea, una vez está y otra no. Pero si se la mira como de reojo, o se observa el conjunto, entonces aparecen todas ellas en su esplendor.
Esto pasa también en otros campos del conocimiento: por intuición, sabemos lo que algo concreto es; pero cuando tratamos de explicarlo o definirlo, no sabemos.
Con la Palabra de Dios pasa lo mismo. La espiritualidad del hombre, su determinación, sus pasiones, su generosidad y el amor traslucen sin lugar a dudas que existe algo más que la simple materialidad y que convive con ello; más que convivir de forma superpuesta, se entrelaza, lo impregna la naturaleza. Pero cuando trato de vislumbrar a Dios en un momento concreto, en un hecho concreto, sobre todo si es una desgracia, parece como que no lo veo, como que se esconde. La intuición nos muestra a Dios sin dudas; pero cuando queremos apresarlo en nuestro intelecto, se nos escapa.
Lo mismo ocurre con su Palabra de Dios: un mensaje concreto, una frase concreta, podemos no entenderla o no querer aceptarla: pero en su conjunto, sabemos que es cierta, lo intuimos.
Entonces: ¿no es insensato rechazar lo que no nos gusta? ¿Rechazaríamos de un buen médico la medicina amarga?
No vamos a encontrar un médico que nos quiera más y nos conozca mejor que Aquél que nos creó.


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