domingo, 8 de febrero de 2009

El poder de la oración.

He recibido con estupor las noticias de corrupción moral en la cabeza de una de las más pujantes Órdenes religiosas de la actualidad, a la que tengo especial cariño por haberse cruzado en mi vida durante mi adolescencia. Y no ha sido conocer la condición de pecador de ese fundador lo que más me ha sorprendido (todos conocemos por experiencia nuestra debilidad), sino el hecho de que haya podido compaginar su pecado con la dirección impecable de la Orden religiosa.

La experiencia nos dice que cuando la cabeza se corrompe, todo el cuerpo suele acabar enfermo. Por mucho menos que eso, otras Órdenes históricamente mucho más importantes están en trance de desaparecer. Me pregunto, en este caso ¿qué es lo que ha frenado que esa gangrena se extendiese?

Se me ocurren varias respuestas. La primera es evidente: el Espíritu Santo tiene especial interés en que el carisma de esa Orden permanezca activo en la Iglesia; y, por esto, ha puesto los medios para frenar su corrupción. No es la primera vez que lo hace: en ocasiones la cabeza de la iglesia ha estado representada por individuos absolutamente indignos (quizá sea el Papa Alejandro VI el caso más conocido); pero su inmoralidad no se contagió al Cuerpo de Cristo, que ha seguido transmitiendo limpio el mensaje evangélico.

La segunda respuesta es continuación de la primera. Creo que el medio del que se ha servido el Espíritu Santo para evitar el contagio ha sido la vida de oración de los miembros de dicha Orden: si estás en contacto directo con Dios, poco pueden desviarte los errores de otros hombres, aunque sea tu superior. Parece cierta la inmoralidad de este fundador; pero también hay certeza de que fomentó una profunda vida de piedad en los miembros de su Orden. Piedad basada en la oración, la devoción a la Eucaristía y a la Santísima Virgen; y la obediencia al Magisterio de la Iglesia y al Papa. Con estas armas se puede afrontar cualquier peligro, por muy cercano y alto que esté.

Por el contrario, en las Órdenes en las que se ha relajado la vida de oración, se alejan de la Eucaristía y abandonan la piedad mariana, los errores se han propagado con tal rapidez y facilidad, que están en vías de extinción; y -nunca mejor dicho- dejadas de la mano de Dios.

Que este ejemplo nos sirva para recordar el consejo de San Pablo: "orad siempre sin desfallecer" (1Tes 5,17). Nuestra seguridad descansa en nuestra oración.
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Nota: Precisamente, el P. Álvaro Corcuera, L.C., en una carta del 16-1-09 dirigida a los miembros y amigos del Regnum Christi, les invita a reflexionar en la importancia de la oración, de la humildad, del amor y de la necesidad imperiosa en la vida cristiana de hacer el bien a los demás.

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