lunes, 2 de noviembre de 2009

De espaldas a Dios no hay salvación posible

Hay una frase evangélica que resulta especialmente difícil de entender:

...De modo que los que miran miren y no vean, y los que oyen oigan pero no entiendan, no sea que se conviertan y se les perdone... (Mc 4:12).

¿Es que Dios no quiere que los hombres se conviertan para poder perdonarles los pecados? ¡Claro que Dios busca la salvación de todos!, pero una salvación basada en los méritos de Cristo, en su gracia, no en nuestra propia capacidad de entendimiento.

Trataré de explicarme mejor.

El camino para nuestra salvación pasa por los diez mandamientos y por las bienaventuranzas; y bien podría haber quien, habiendo tenido conocimiento de éstos, llegue a la conclusión de que son un camino correcto de comportamiento humano (algo así como hicieron los estoicos en la antigüedad) y por propio convencimiento lo siga.

Pero Dios no quiere que nos salvemos por la coherencia de su mensaje, ni porque nuestro entendimiento nos dice que debemos aceptarlo. Dios lo que quiere es que nos acerquemos a Él, que cumplamos su voluntad por amor a Él, porque es suya, no porque hemos llegado a la conclusión de que es lógica y entonces la aceptamos. Si actuamos así, entonces estamos supeditando la voluntad de Dios a la nuestra, a nuestro previo reconocimiento. No, lo que nos tiene que guiar es nuestra deseo de servir al Dios porque nos ama.

El maligno anda muy suelto en nuestros días y sabe que a un hombre inteligente y soberbio como se le separa de Dios es dejándole en manos de su propio razonamiento. Por eso, la característica del hombre actual es que todo lo quiere entender: necesita razonamientos y evidencias antes de actuar; y no se somete a nada que antes no haya comprendido. De esta forma, convierte a la razón en su dios; y al renegar del Dios que lo ama y es la Verdad, queda en manos del maligno que fácilmente lo engaña y confunde su entendimiento; y un entendimiento confundido es incapaz de apreciar la irracionalidad de su conducta. El mal actual, en vez de ser la consecuencia de nuestra debilidad de naturaleza caída, muy frecuentemente es la consecuencia de una razón que ha perdido el norte.

Por esto, sólo cuando nos volvamos de nuevo hacia Dios recuperaremos el sentido común.

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