jueves, 5 de noviembre de 2009

La primacía de nuestra razón

Sigo con el tema de la obsesión que el hombre moderno tiene con la primacía de nuestra razón sobre cualquier otro medio de conocimiento o norma de conducta. Que el mal es irracional y que la razón endiosada lleva al mal es un hecho histórico del que hay sobrados ejemplos:


La revolución francesa, hija de la razón ilustrada, proclamó la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad como fundamentos de la sociedad racional, rechazando el mensaje cristiano que hasta entonces había sido su fundamento: sustituyó a Dios por la diosa razón. Esto era irracional, porque el propio cristianismo es el que trajo la libertad, la igualdad y la fraternidad a la Tierra; y la prueba de esta irracionalidad es que no dudaron en imponer su libertad, su igualdad y su fraternidad llevando a Francia a la peor época de terror de su historia que acabó no solo con estos tres principios, sino también con todos los padres de la revolución.

Los siguientes que trataron de imponer la razón como medio de llegar al paraíso del proletariado -a quienes pretendía proteger-, también empezaron por renegar del Dios que se hizo defensor de los más desfavorecidos. De nuevo, esta actitud es sospechosamente irracional; y de nuevo terminó con la exterminación de aquellos a quienes se pretendía beneficiar: el proletariado pasó de la miseria capitalista (de la que sí se puede ir saliendo), a la esclavitud marxista que no sólo le dejó en la miseria, sino que además le degeneró como ser humano; y en muchos casos llegó a la eliminación física (unos cincuenta millones de personas y, entre ellas, a casi todos los primeros revolucionarios).


Otros trataron de imponer su razón -con exclusión de Dios- como medio de sacar a su patria de la humillación: los nazi-onalismos. Y, por supuesto, su razón les decía que todos los medios de revancha eran válidos. Los mejores científicos y juristas del mundo, los germanos, se pusieron en seguida a razonar: y llegaron a la conclusión (que convirtieron en Ley) de que los judíos no eran personas y de que se podía exterminar a todo el que no contribuyese al engrandecimiento de su Reich. Lejos de su Dios y en manos de su razón y su fuerza acabaron destruyendo esa patria que habían tratado de fortalecer; y haciéndola caer en la vergüenza de la que habían tratado de escapar. Lo malo es que en su caída arrastraron a decenas de millones de víctimas de la guerra que provocaron; seis millones de ellos exterminados científica y racionalmente.


Aunque a alguien le pueda escandalizar, me atrevería a afirmar que detrás de todas las razones nacionalistas, racistas y excluyentes, existe un rechazo de Dios: ¿como si no se puede afirmar que unos hombres son superiores a otros?


Y llegamos a la más moderna de las irracionalidades, al ataque del hombre contra su propia naturaleza, a la destrucción racional de la familia; pero no como consecuencia del vicio y la debilidad, sino presentado como el paradigma del comportamiento: es decir, con orgullo.


Y llegamos al peor de los holocaustos que jamás ha conocido la humanidad: al delito que se cometía ocultamente por vergüenza o incapacidad de arrostrar las consecuencias de los propios actos, y que ahora se le presenta como un derecho, más en concreto como un derecho humano. ¿Hay algo más irracional que llamar derecho humano a la eliminación del hombre? Pues ahí está: el aborto, el asesinato del más indefenso por su propia madre y su médico, es... ¡un derecho humano! Si los anteriores errores que hemos comentado llevaron a la exterminación de quienes los provocaron, ¿a quién exterminará este abominable error?

No, la norma de conducta no puede ser nuestra razón -que tan dramáticamente se equivoca cuando está alejada de Dios-, nuestra norma debe ser una Ley superior que nos ponga limites.

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