jueves, 3 de mayo de 2007

Carta a Diogneto

Nos parece a los católicos que nuestra vida destaca mucho en el mundo occidental... y se nos presenta la tentación de "adaptarnos" al entorno.

La realidad es totalmente distinta: el mundo occidental es la herencia lógica de dos mil años de Cristianismo. Todos los valores que merecen la pena los trajo el Cristianismo, incluso la tolerancia y la libertad que permiten a los "progresistas" renegar de los cristianos que les trajeron estos principios.

Creo que la mejor manera de ahuyentar la tentación de "adaptarse al entorno" es poner más hincapié en "adaptarnos a nuestra Fe".

Los que sí se encontraron con un entorno diametralmente opuesto a su Fe fueron los primeros cristianos: muchos de sus valores no tenían ningún precedente en el mundo pagano de la Roma Imperial... y, por supuesto, ¡no habían oído nunca hablar de tolerancia!

Aún así, ellos viven en medio de esa sociedad y proclaman el mensaje evangélico.

Uno de las páginas más bonitas de la historia de la Iglesia es la "Carta a Diogneto", en la que un cristiano anónimo le cuenta al tal Diogneto cómo es su vida:
Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su lengua, ni por sus costumbres.
En efecto, en lugar alguno establecen ciudades exclusivas suyas, ni usan lengua alguna extraña, ni viven un género de vida singular. La doctrina que les es propia no ha sido hallada gracias a la inteligencia y especulación de hombres curiosos, ni hacen profesión, como algunos hacen, de seguir una determinada opinión humana, sino que habitando en las ciudades griegas o bárbaras, según a cada uno le cupo en suerte, y siguiendo los usos de cada región en lo que se refiere al vestido y a la comida y a las demás cosas de la vida, se muestran viviendo un tenor de
vida admirable y, por confesión de todos, extraordinario.
Habitan en sus propias patrias, pero como extranjeros; participan en todo como los ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña les es patria, y toda patria les es extraña.


Quizá lo que llama la atención en el mundo occidental actual no sean los principios cristianos, sino el garabato de nuestra vida tratando de compaginar nuestra Fe con las costumbres sociales opuestas a la misma.

Si de verdad nuestra vida fuese coherente con nuestra Fe, no provocaría rechazo, sino admiración.

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