viernes, 4 de mayo de 2007

Seguimos con Diogneto

En la Carta a Diogneto se cuentan más cosas sobre cómo vivían los primeros cristianos y sus diferencias con la sociedad pagana; y vemos que esas diferencias están vigentes dos mil años después.

Se casan como todos y engendran hijos, pero no abandonan a los nacidos.
Ponen mesa común, pero no lecho.
Viven en la carne, pero no viven según la carne.
Están sobre la tierra, pero su ciudadanía es la del cielo.
Se someten a las leyes establecidas, pero con su propia vida superan las leyes.
Aman a todos, y todos los persiguen.
Se los desconoce, y con todo se los condena.
Son llevados a la muerte, y con ello reciben la vida.
Son pobres, y enriquecen a muchos.
Les falta todo, pero les sobra todo.
Son deshonrados, pero se glorían en la misma deshonra.
Son calumniados, y en ello son justificados.
Se los insulta, y ellos bendicen.
Se los injuria, y ellos dan honor.
Hacen el bien, y son castigados como malvados.
Ante la pena de muerte, se alegran como si se les diera la vida.
Los judíos les declaran guerra como a extranjeros y los griegos les persiguen, pero los mismos que les odian no pueden decir los motivos de su odio.

Efectivamente, las actitudes de la sociedad occidental son similares a las de la sociedad pagana de los primeros siglos (¡si no son mucho más bárbaras las actuales, en algunos aspectos!); pero... ¿es similar nuestra respuesta a la que daban los primeros cristianos?... ¿mostramos un tenor de vida admirable, extraordinario?

Examinémonos.

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